Los viajes eran tiempo atrás desplazamientos en busca de cultura y mayor conocimiento

Un viajero con su maleta./ Archivo
Un viajero con su maleta./ Archivo
Hoy los viajes lo son, principalmente, para huir de amenazas varias (emigración) o para conseguir, si turismo, distracción y placer.
Los viajes eran tiempo atrás desplazamientos en busca de cultura y mayor conocimiento

Cabe observar, sin pretensión de convertir la hipótesis en axioma, que los viajes eran tiempo atrás desplazamientos en busca de cultura y mayor conocimiento, mientras que hoy lo son, principalmente, para huir de amenazas varias (emigración) o para conseguir, si turismo, distracción y placer. En esa segunda motivación andamos muchos a quienes la vida nos ha sonreído y tenemos en consecuencia la posibilidad de evitar, -euros mediante-, la insensatez que en opinión de la Yourcenar, una de mis escritoras favoritas, supondría acercarse a la muerte sin haber dado siquiera una vuelta por la cárcel que nos alberga.

Desde esa privilegiada posición es dado opinar, con conocimiento de causa, sobre un fenómeno de masas cuestionado por el deterioro ambiental que puede ocasionar, agobiante a veces y por otra parte sostén económico para muchas regiones y colectivos. Quienes nos visitan tienen mucho en común con la mayoría de quienes denostan/mos de ellos cuando cerca del propio domicilio, y de ahí que observarlos sea también, en buena medida, vernos reflejados en alguna que otra de nuestras escapadas. Y su deambular en grupo, la molestia que puede suponer ser interrogados mapa en mano, que ocupen nuestro recoleto bar o hagan de carreteras y aeropuertos campos de concentración, no es sino remedo siquiera parcial de nuestro propio hacer. Y una buena lección para cuando convertidos, como ellos, en protagonistas y causantes de las molestias -y también fuente de ingresos- para los oriundos.

Dejémonos, pues, de ver únicamente la paja en ojo ajeno y considerar el turismo, con Cèline, como un vértigo para gilipollas si no somos nosotros los desplazados a un perímetro distinto al que habitamos. Querríamos flâneurs de libro: paseantes silenciosos, casi invisibles, gastando lo indecible pero en modo subrepticio, sin ruidosas maletas por sobre el empedrado de la calle ni ocupación de mesas y asientos. Pero muchos de entre ustedes, y yo, nos parecemos a ellos. En consecuencia sólo cabe pedir, en tanto no se regulen las afluencias con criterios que nunca complacerán a todos,  educación, civismo, tolerancia… La misma que quisiéramos cuando seamos nosotros los visitantes y tras asumir que el peor viaje es, sin duda, el que quedó en el tintero. @mundiario

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