Recuerdos frescos de Córdoba

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La Boheme en Córdoba.

Si alguien de ustedes no conocen Córdoba (en realidad, nunca se conoce todo de una ciudad, ni siquiera de la propia: siempre hay rincones amables que te cobijan y miman ) desde aquí mi más sincera recomendación a visitarla.

Recuerdos frescos de Córdoba

Si son frescos no es por otra cosa que porque aterricé ayer desde ellos.

No por cualquier otra cosa. El caso es que tomé unos diez días de merecidas vacaciones y puesto que lo había prometido (nunca suelo prometer), marché a Córdoba. En tren; en turista plus – ya no se llama primera clase – con cuatro horas y veinte minutos de trayecto, incluido el retraso. Taxi de estación a Hotel Selu. Matriculación en el mismo, subida a habitación ciento veintinueve, ducha rápida, recogida del inexcusable plano de la ciudad que te regala la recepcionista (Ana, un placer), indicándote – cómo no – dónde estamos y los lugares que no puedes dejar de ver ( a un servidor le da igual éste trámite, por lo que tengo entendido en eso me parezco a Einstein pues tengo entendido que él miraba los planos, los planos a él y la cosa como estaba ) y, a patear la ciudad... a mi compás.

No voy, de ninguna manera, a mentar sobre las maravillas de Córdoba, de su Judería ( si estaba enamorado de la de Toledo, ésta fue el éxtasis), de su Mezquita, de su Palacio de Viana, del Cristo de los Faroles, de su Plaza de las Tendillas, de sus tres o cuatro grandes avenidas y demás lugares y edificios que cualquiera de ustedes podrá valorar en cualquier folleto de agencia de viajes o en el propio Google. A más a más que no soy Javier Reverte a la hora de describir viajes.

Si acaso podría escribir sobre lo que me decepcionó profundamente por encontrarme con lo no imaginado: “Madinat al, Zahra” (siempre he dicho que me encantan las ‘piedras’, pero siempre he obviado que son las piedras edificadas las que me subliman, nunca las ruinas. Igual me ocurrió en las ruinas de Roma, que estuvieron a punto de conseguir mi regreso a casa; gracias que me salvó el ‘ Panteón’ y su Piazza della Rotonda, que si no…) estaba en el recorrido guiri como lugar imprescindible de visita; al menos cumplí ampliamente con mi cometido de guiri. El “Gran Teatro” – sito en la Avenida del Gran Capitán, acera izquierda viniendo de San Nicolás – tampoco me trastocó las neuronas de la excelsitud que digamos, menos mal que el concierto fue sobre Mozart.

En todo caso, quiero escribir sobre alguna que otra cosa que me deslumbró, tanto por belleza como por el desconocimiento (no venían en la guía del guiri, o yo no las vi ). Una de ellas fue la “Callejuela de las Flores”. Otra, quizá, las dos tabernas que visité y me deslumbraron: la primera , “El Cocal” por su rica cocina, sus precios de bicoca y por ser la primera en abrir al público en la cercanías de mis estancias ( allí, en Córdoba, si quieres tomar un expreso antes de las siete a.m. la llevas muy clara, y es lo primero que me pide el despertar o sea que...ya me entienden).

La segunda taberna, en realidad una especie de pub o algo así – no puedo definir qué es, mejor...no lo sé definir: "cuando algo que parece bello se puede definir es que no es tanta la belleza que encierra" .

Lo conocí de rebote y me hizo de inusitado refugio; el cielo estaba encapotado, y la muchacha del tiempo de antena tres – que me gusta un montón la rapaza – ya había predicho posibilidad de lluvias dispersas.

Me hice el valiente – como siempre, es que no tengo escarmiento – y salí camino de la Plaza de la Corredera y lo que me encontrase por la ruta.

Una vez tomada un agua mineral sin gas en el Mercado de la Corredera, el mismo camino pero al contrario, por aquello que un servidor y el GPS se llevan muy mal. Entonces fue cuando el cielo hizo amago de rechistar.

Unas gotitas por aquí y por allá, de esas a las que no haces mucho caso puesto que iban a ser dispersas. Llegando casi a la calle Capitulares, antes del Templo Romano, empezó a caer la de Dios es Cristo. Tan sólo una gorra en tono ‘ amarillo Sol toscano’ me cobijaba de tal chaparrón traicionero.

Fue entonces, en la acera de la derecha yendo hacia el Templo Romano y Ayuntamiento, cuando me la encontré de estampía: “La Boheme”.

Porteaba de libro compañero a “Odiseo, el juramento” de un tal Manfredi que me estaba subyugando y ya iba por la página doscientas y pico de cuatrocientas.

Indescriptible como escribí antes. Único cliente. Un expreso con sacarina, por favor. Un sofá cómodo y rancio. Una mucama delicada y atentísima.

Y, de sonido ambiente, una voz de mujer desconocida para mi.

Libro, sofá, mucama y música ambiente...¿qué más? Normalmente leo con auriculares, o clásica – la más de las veces – o Jazz de el de verdad.

La tal cantante se llama “Anna Terheim” es sueca, y ahora no dejo de oírla. Consiguió que me deshiciese de los auriculares y continuase leyendo con su voz pululando en el aire.

Cese de aguacero tras hora y pico. Pago un euro por el expreso y vuelta a la calle. Trayecto a Barrio de San Basilio y sus famosos “Patios cordobeses” – cerrados los martes, y... ¡era martes! - .

Un día de los cinco ( siempre he recomendado que, cuando visites una ciudad de menos de quinientos mil, cinco días pueden resultar demasiados ), comida con mi amiga Araceli, sitio que no recuerdo el nombre; de primero unas ‘”Patatas a lo pobre con angulas” ( le llamaban ‘Volcán de noséqué ) y unas “Alcachofas calientes rehogadas con una salsa de color verde” (el Salmorejo ya lo había comido en la citada taberna “El Cocal”, delicioso). Postre no recuerdo si fueron “Gachas”. Uno, que no es lo que se dice muy ‘comiente’, gozó con el menú. Tanto con la comida seleccionada por Araceli ( cordobesa, colega y amiga de pro ), como de la propia compaña. Tiempo de yantar excesivamente corto.

Y...poco más. La promesa de ir a Córdoba se la hice a la gloria de mamá, verdadera autóctona de la ciudad que la vio nacer, de la que siempre hizo gala de ello y que nunca dejó del todo el ‘acento cordobés’. Promesa cumplida mi amada mamá.

Volveré. Si alguien de ustedes no conocen Córdoba (en realidad, nunca se conoce todo de una ciudad, ni siquiera de la propia: siempre hay rincones amables que te cobijan y miman ) desde aquí mi más sincera recomendación a visitarla.

P.S.-  En “La Boheme” – nada que ver con París ni Praga - , al ir al baño para aliviar la vejiga, me encontré de frente con un cuadro de pintura que me hizo creer que era de Paula, mi hija pequeña. No fue así, era de la propia camarera. Me habría fascinado si hubiese sido de Paula.

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