Las manos de Cuba

Anotaciones. / Mundiario
Anotaciones. / Mundiario

Suena el vapor Volendam, zarpando con ilusión a una nueva tierra, al progreso. Lleno de personas que afrontan su primer viaje con un nudo en la garganta, lágrimas secas y hambre.

En este camino símbolos que hoy llevamos, como nuestra bandera de Galicia están muy relacionados. La bandera gallega moderna nació durante el siglo XIX inspirada en la bandera de la Comandancia Naval de A Coruña, capital de Galicia en aquel tiempo.

Durante  este período miles de gallegos emigraban todos los meses a las Américas para escapar de la depresión económica y política en la que se encontraba Galicia.

La tradición cuenta que los emigrantes pensaban que la bandera de la comandancia naval que ondeaba en el puerto de A Coruña y en los transatlánticos era de hecho la bandera de Galicia. Llegados al nuevo continente los emigrantes galaico-americanos comenzaron a utilizar esta bandera como la nuestra, la gallega. Años más tarde la bandera blanca y azul cruzó el atlántico  de vuelta y fue adoptada en Galicia como la bandera gallega moderna.

Nuestro himno  gallego no se interpretaría hasta el 1907 y sucedió al otro lado de Atlántico. Se estrenó en La Habana y pronto se convirtió en la canción predilecta de los actos galleguistas. Su papel como himno de Galicia fue cuajando poco a poco y durante la transición y se erigió definitivamente en el símbolo que hoy es. Más de un siglo después de su composición, el romántico himno de Pascual Veiga y Eduardo Pondal está más vigente en la sociedad gallega.

 La emigración llegaba a su destino y pasaba cuarentenas, recibía vacunas y se integraba en la sociedad que lo acogía como mano de obra para el trabajo en demanda y desarrollo. Esa misma emigración construía colegios, hospitales, viviendas y apoyaba económicamente a las personas y familiares que se habían quedado en Galicia. 

 No todo el mundo volvió. Solo en el cementerio de La Habana hay enterados casi 200.000 gallegos, con humor negro se podría decir que es la tercera ciudad de Galicia. Es monumento nacional de Cuba, diseñado por el arquitecto gallego Calixto Loira en 1870. Su entrada principal imita tres arcos románicos y es lugar donde se citan los habaneros para pasear por el exclusivo barrio del Vedado.

En este cementerio destacamos dos panteones, el de naturales de Galicia que posee 480 tumbas y capacidad para 1.121 osarios. El otro panteón es el de naturales de Ortigueira, por su parte, es el mayor de cuantos existen en el cementerio de Colón, con capacidad para 727 nichos y 4.458 osarios. En uno de mis viajes a la isla visité  este panteón. Estuve con un hombre entrañable que me enseñó la lista de los allí enterrados, entre ellos familiares; Piñón. Su mano arrugada, su cara llena de surcos en la piel negra me transportó  a lo que un día fue, pero hoy solo se palpa hambre en sus palabras.

Nuestra emigración lo dejo todo atrás para no pasar hambre y traer riqueza. Largos viajes para trabajar y prosperar. En poco más de cien años ese progreso que nos formaba es hoy pobreza, desesperación, corrupción política, injusticia, dictadura. En solo algo más de cien años.

Viajé a La Habana en tres ocasiones, la primera en el año 2018, se respiraba optimismo, la apertura del país era baile en la calle, música, esperanza. De nuevo viajé en el año 19 y enero del 20 la resaca americana pesaba. Un tour de 5 calles rehabilitadas por el centro era reflejo de un proyecto que no llegó. El tercer viaje es desolador. La música no suena, el brillo cubano al bailar no está. Atrincherado como pude me protegí de la pena del pueblo Cubano. 

En uno de los hoteles en los que estuve no había toallas, algo normal. Cuando bajé a la recepción me explicaron lo que sucedía, no tenían detergente para lavar. Mi gesto fue egoísta, espontáneo, poco sensible. Exigí mi toalla con cierto desaire y de ahí me traje la lección. Señor, no hable mal de mi país, fueron las palabras del caballero que estaba en la recepción. Serio, orgulloso de su tierra dispuesto al sacrificio y lucha para salir adelante.

Taxistas y chóferes ante un hotel de La Habana. / Mundiario

Taxistas y chóferes ante un hotel de La Habana. / Mundiario

Vivimos en un mundo global, la movilidad hoy nada tiene que ver, en horas pasamos de un continente a otro, las cuarentenas y restricciones impuestas no son suficientes, estamos en una sexta ola y ninguna de las medidas adoptadas han dado resultados estabilizadores a esta pandemia exceptuando las vacunas.

La movilidad de las personas no se detendrá, salvo por obligación y confinamiento, algo que destruiría la economía mundial, con ello el estado de bienestar. De qué nos vale esto si nuestros vecinos de este globo llamado tierra están generando variantes. De qué nos sirven los esfuerzos, restricciones, ....

Lo inteligente es adoptar medidas y recursos para vacunar aquellas personas, nuestros vecinos del globo y así, entre todos darle sentido a esto. 

Esto será y se hará, cuanto antes mejor. Será seguro de modo impositivo y si se emplea bien, adelante. De otro modo hoy estamos enriqueciendo alocadamente a la industria de laboratorios que nos inflan a test, antígenos, mascarillas y cuyo beneficio se destina a cuatro que os aseguro no invertirán en vacunas en los llamados tercer mundo, ese tercer mundo que está muy cerca, está aquí, lo respiramos. Fuera ya las puertas giratorias y las gafas del no ver, tomemos conciencia de lo que hay, pongamos la solución porque esta, está en nuestra manos. La solución no es precisamente restringir la barra de un bar, un restaurante o la entrada a un teatro. La solución no es respirar a través de una mascarilla madre In chica con dudoso tinte. La solución está en solidarizar la vacuna para todo el mundo.

Aprendamos de cuando nuestros antepasados viajaban a trabajar y lo primero que se hacía en puerto era vacunar, aislar, proteger para luego trabajar. Muy duro, eso sí. 

En poco más de cien años hemos dejado de ver para mirar a través de Instagram... @mundiario

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