Kalimera Athinas (parte mala)

Acrópolis, Atenas, Grecia
Acrópolis, Atenas, Grecia. / Twitter,
En mi primera salida a las calles atenienses, un inmenso olor a especias mezcladas casi me atufa, y no me abandonó en toda mi estancia. Atenas huele a especias, mucho más que Estambul, que sería lo esperado. Las calles son estrechas, sucias y grises.
Kalimera Athinas (parte mala)

Viene siendo una especie de rutina en mí, -de un tiempo a esta parte-, realizar dos viajes al año a ciudades que ora me eran desconocidas, ora me resultara placentero visitarlas de nuevo y poder admirar cosas que me hubiesen pasado desapercibidas previamente. Y sin rutas protocolarias a las que atender por deferencia.

Anteayer aterricé en Barajas procedente de Atenas. Desconocida en su totalidad por mí, aún siendo de esas ciudades que, en el fondo, sabes que un día u otro has de visitar.

No tanto por lo que hablan los demás viajeros, sino porque ahí dicen que daban sus peroratas los sabios que siempre admiró uno. Verbigracia “Diógenes el Cínico”, o Sócrates, algo de Platón y casi nada de Aristóteles. Entre otros varios, claro está.

Sencillamente, opté por esta ciudad – en este viaje - porque entre la duda de volver a mi divina Brujas y alrededores y visitar Atenas, mi casi sempiterna compaña de viaje, se decidió por ésta, sin titubeo alguno.

Rafael – la pareja sentimental de mi compaña viajera – se encargó de todos los trámites burocráticos del viaje; de ida y vuelta. Y así se hizo. Vuelo desde Alicante a Atenas con una escala en Barcelona. Igual al regreso.

Tras un vuelo incomodísimo desde el Prat hasta Elaterios Jovenzuelos, taxi al hotel (no tan baratos como en Sofia pero muy asequibles). En realidad no era un hotel, era mejor y desconocido para mí... un apartamento en periferia, limpio, con cocina, habitación con cama de matrimonio y cama supletoria, - para mi compañera -, de quita y pon en el hall del apartamento. Bastante incómoda por lo visto, dado que mi compañera prefirió dormir en la cama ancha de mi dormitorio, a pesar de las incomodidades que tal acto presentaba ( “… Dolores, supongo que me respetarás; ...¡Papá por Dios!... Déjate, déjate que un hombre en la cama siempre es un hombre en la cama”, a propósito de un diálogo sensacional de la película de Cuerda, ‘Amanece que no es poco’). Y así transcurrió la primera noche, con el agravante de que uno desconocía que allá era una hora más que en Madrid, lo que siempre me acarrea molestias de asuntos. Y además me despierto una hora antes de los cometidos a realizar.

Mi compañera, previsora cuál es y conociéndome como me conoce, haciendo honor a ello, esa misma tarde me llevo a un supermercado a comprar lo imprescindible. Café en este caso, puesto que me levantaba a las seis a.m. y no había cafetería abierta en los alrededores hasta las ocho a.m. De esta forma podría hacerme yo mismo el café en la propia cocina. Pero la cosa salió rana, puesto que las cafeteras de las que disponía, eran totalmente ajenas a mis habilidades caseras – algo demasiado frecuente en mí, y que un día de estos he de poner remedio, aunque mi tendencia a la procrastinación sea insistente —.

El café, en general de los bares, tabernas y demás familia, resultó para mí el segundo fiasco de tan afamada ciudad... ¡Sencillamente, el café es horroroso!

En mi primera salida a las calles atenienses, un inmenso olor a especias mezcladas casi me atufa, y no me abandonó en toda mi estancia.

Atenas huele a especias, mucho más que Estambul, que sería lo esperado. Las calles son estrechas, sucias y grises.

Con edificios abandonados a su suerte que , a mi gusto, serían si no espectaculares, si muy bellos.

Tiene unas cuantas avenidas anchas (yo conté cuatro), poco iluminadas y con muy pocos pasos de cebra – por cierto – ; y unos semáforos que duran medio suspiro para los peatones. Sin exageración que valga.

Siguiendo instrucciones de amigos que ya la conocían, y de algo visto en internet, iniciamos el primer día dispuestos a coronar la Acrópolis; andando por supuesto. Sin importarnos que Atenas tenga 700.000 habitantes, que se transforman en 3.800.000 si se tiene en cuenta el área metropolitana (Jorge, el taxista que nos recogió en el aeropuerto, nos dijo que pasaba de 5.000.000, vaya usted a saber), y, por tanto, imaginamos que ciudad grande.

No importa. A beber belleza e historia a raudales se ha dicho.

Como escribí previamente, belleza, lo que se dice belleza no capté mucha, francamente. Si a eso le añado que el GPS te señala el recorrido de acuerdo al nombre de las calles y que éstas están todas en “griego”, pues ya casi ni les cuento. Para mí que dimos más vueltas que un trompo, pero dado que dejé que mi compañera fuera la “jefa absoluta de todo”, y con el carácter que se gasta... cualquiera era el guapo que decía nada. Por más cansado que estuviese.

En puro zigzag y atravesando barrios harto desagradables (yonquis por los suelos y ni una sola pareja de guripas a los que solicitar ayuda por si acaso), llegamos a una plazoleta que empezaba a petarse de turistas y que después me enteré que era el barrio de Monastiraki; con una iglesia ortodoxa y una mezquita que no me atrevo a escribir sus nombres; eran peculiares porque sus tejados estaban llenos de palomas que, curiosamente, no manchaban el suelo ni las cabezas con sus deyecciones. Eso me maravilló, acostumbrado a verlas en manada en “Plaza Real” de Barcelona, pero sin cagarrutas.

Sin preguntar donde estábamos, y puesto que avistábamos la Acrópolis, seguimos caminando hasta que un servidor ya no pudo más y descansó en los escalones de piedra que subían (o bajaban, según se mire) al monte Areópago, donde si se atrevió mi compaña a subir y después a contarme la preciosidad de vistas que me había perdido. Para darme remordimientos, seguro.

Total que, ese primer día, mis piernas se negaban a subir a ver el Partenon y demás ruinas de la Acrópolis y convencí a mi compaña de tomar un piscolabis por uno de los cientos ( o miles, que no me puse a contar) de bares y tabernas que se abrían de par en par al turista. Resulta que estábamos en una de las callejuelas del famoso barrio de Plaka.

P.S.- Ostras, estoy viendo que voy a tener que partir esto en dos partes.

No sería justo que expusiese solamente lo malo de Atenas en mi criterio.

Que también los tengo buenos y hasta muy buenos.

¡Hala, a cambiar el título del escrito! @mundiario

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