De Troia a Comporta, paraíso escondido

Porto da Carrasqueira. / Mundiario
Porto da Carrasqueira. / Mundiario

Ya desde la lejanía, desde que nos subimos al ferry en Setúbal, estábamos expectantes por abrazarnos a la lengua de arena de la ribera de la península de Troia y a la prolongación hacia Comporta en dirección a Alcácer do Sal.

De Troia a Comporta, paraíso escondido

Disponíamos de pocos días para disfrutar pero a pesar de los más de 500 kilómetros de distancia, la excitación por el descubrimiento de un nuevo destino se había apoderado de mi. Hasta la fecha me consideraba un buen conocedor de Portugal, por lo menos de casi toda su geografía, aunque desde hacía tiempo, tenía una asignatura pendiente. Conocía el Alentejo pero no su costa y esta iba a ser la gran oportunidad para hacerlo. De Troia a Comporta, paraíso escondido, fue un amor a primera vista, un amor de intuición. Ya desde la lejanía, desde que nos subimos al ferry en Setúbal, estábamos expectantes por abrazarnos a la lengua de arena de la ribera de la península de Troia y a la prolongación hacia Comporta en dirección a Alcácer do Sal.

Una vez que atracamos, todo el recorrido en coche hasta el Hotel nos transmitió la sensación de estar en una isla. Las construcciones apenas destacaban sobre la vegetación y sólo al llegar a la punta de la Península de Troia, con el Hotel Design erigiéndose con su arrogancia escultural, como un faro, se interrumpía la visión del horizonte. No quisimos desaprovechar el privilegio de la perspectiva desde las alturas y elegimos una suite especial con terraza y vistas, para sentirnos en el puente de mando de un trasatlántico dispuestos a partir rumbo a la puesta de sol. Decidimos retirarnos pronto, después de una cena ligera en uno de los restaurantes de la Marina, para reservar la energía pensando en la jornada siguiente.

El estuario del Sado

La luz del día y el cielo despejado provocó nuestro idilio con la playa, y un pequeño paseo por un sendero de madera, nos situó delante del arenal, teniendo enfrente toda la costa del Parque natural da Serra da Arrábida, entre Setúbal y Sesimbra, con el estuario del Sado como intermediario, en su papel de estanque perfecto para los delfines. Disfrutamos de un pequeño paseo por el litoral antes de dirigirnos al embarcadero, esta vez en frente del Hotel, y coger el Ferry que nos cruzaría a Setúbal, decididos a disfrutar de uno de sus productos más emblemáticos, el peixe fresco de la zona.

No tardamos en dar con uno de los restaurantes que nos recomendaron, Poço das Fontaiñas. Desde la primera impresión nos dimos cuenta que habíamos acertado, al enseñarnos el pescado fresco que les había entrado ese día para que eligiéramos. No lo dudamos, empezamos para compartir, con unas puntillas de calamar, que brillaban de frescura antes de saltar en la sartén, y después un mal denominado por el anfitrión, Emperador, porque no era ni más ni menos que un Virrey o para algunos una Palometa Roja. La pinta increíble y la plancha su mejor destino. Hicieron delante nuestra la ceremonia de su limpieza y preparación, de manera artesanal y a conciencia, lo que también, lentamente iba provocando nuestras ganas de degustar. No nos defraudó, su preparación, a la brasa, sin fuegos artificiales. Resultado: un espectáculo.

Después de un pequeño paseo optamos por regresar al ferry de color verde y volver a cruzar el Sado para descansar un rato en el hotel, antes de prepararnos para la cena en uno de los Restaurantes de más fama de la zona de Comporta. En concreto se encuentra en la carretera nacional a Alcácer do Sal, en el pueblo de Santa María do Castelo. Y lo más original es que ocupa una antigua escuela de primaria. En el hall de entrada hay un gran encerado con un pupitre, combinando guiños a la docencia con bodegones de diferentes variedades de vinos. Para comer optamos por un tinto de la región,  que nos recomendaron, un Torrao del Alentejo, Autocarro nº27, sorprendentemente denso y sabroso.

Gastronomía: equilibrio entre costa e interior

En el menú optamos por dos especialidades de la cocina local, en donde la carne, con diversas variedades, cerdo, novillo, perdiz, cabrito, conejo, jabalí y venado, son los grandes protagonistas. En concreto, una Acorda de tomate con Anguilas, bien fritas y tersas que se despegaban con facilidad de su espina, antes de degustar, y después una Perdiz na púcara. Púcara es el término portugués de una olla de arcilla, recipiente en donde se cuecen las perdices, con repollo, zanahoria, con cebolla, ajo, sal y pimienta. Es una forma diferente de probarlas pero, al mismo tiempo, muy original y de gran sabor, aunque un poco fuerte para la cena.

Pusimos el punto y final al menú, con un suave y meloso Dulce de piñón, para compartir. Todo, desde la amabilidad del servicio, el sabor de los platos y el buen precio. Había estado magnífico, para salir satisfechos y disfrutar de la noche estrellada, de regreso al hotel, y con la complicidad del silencio nocturno, como compañía.

Comporta, un horizonte a tus pies

Al día siguiente el sol se colaba por la rendija de las cortinas de la terraza de la habitación y la playa llamaba a la puerta, por lo que sin demora, nos fuimos por el camino de madera hacia el largo arenal, casi despoblado, en una ceremonia de paz paisajística sin precedentes. Repartimos el tiempo de arena con un paseo al borde del mar,  y decidimos orientar nuestro rumbo hacia la Playa de Comporta para disfrutar el almuerzo.

Nos recibió un limpio arenal, largo como una lengua, de aguas cristalinas, y con poco viento. Dos restaurantes, a modo de chiringuitos de playa, a ambos lados del camino de acceso. A la derecha, de mayor nivel, el Comporta Café y a la izquierda, sin desmerecer nada, el IIha do Arroz. Optamos por este último porque así nos ahorramos el tiempo de espera del otro, y mientras disfrutábamos del aperitivo y las vistas nos fueron preparando la mesa. Elegimos una comida ligera, un arroz de tamboril (rape) y navajas,  porque lo importante era el lugar y el paisaje, además de que habíamos decidido darle más protagonismo a la cena.

Después de comer nos acercamos al núcleo del pueblo de Comporta. Más que nada a su plaza central, para echar un vistazo a dos buenas tiendas aunque un poco caras, Lavanda y Cote Sud. Aprovechamos para hacer la reserva para la cena en el Museo do Arroz, casi enfrente al otro lado de la carretera, y nos dirigimos en coche hacia el Puerto Palafítico de Carrasqueira, un ejemplo de arquitectura popular sin parangón que recuerda a algunos puertos asiáticos. Se encuentra en el estuario del Rio Sado, entre salinas, marismas, arrozales, y tiene dos vertientes bien diferenciadas según sea la pleamar o la bajamar.

Porto da Carrasqueira, una pasarela sobre el mar

El laberinto de pantalanes de madera se mezclaba con el colorido de embarcaciones y de puertas de casetas que guardaban los materiales de los pescadores. Ese contraste se realzaba al llegar la puesta de sol, y la plaga de curiosos con nuestras cámaras invadíamos la serenidad de una estampa, presidida por el silencio y por la complicidad de todos los que disfrutábamos de un momento mágico. Que escenario más maravilloso para inspirarse los creadores, para detener el tiempo y sentarse en el muelle, dejando discurrir los sueños. Carrasqueira es una visita obligada.

Casi coincidiendo con la aparición de la noche llegábamos a nuestra cita con la cena en el Museo do Arroz. Un local estratégicamente ubicado, con acceso directo a una gran extensión de arrozales, justificando su nombre. En un espacio amplio de techo alto, la decoración clásica de las mesas contrastaba con el techo y sus lámparas y sobre todo con la acogedora sala de estar, de recepción y cocteles, que te hacía sentir como en casa.

El matrimonio que lo regenta es de Oporto, pero enamorados de Comporta y consiguen trasladar con maestría su pasión por la cocina a la mesa. Allí nos enteramos que eran los mismos dueños que el Restaurante de playa donde comimos, IIha do Arroz. Estábamos dispuestos a dejarnos querer por las propuestas de los anfitriones y nos rendimos a unos combinados, caipiroska y sobre todo un mojito de mandarina magnífico, por lo bien equilibrado del alcohol y la fruta.

Todo giraba en torno al arroz, pero como ya lo habíamos disfrutado al mediodía, seguimos la senda de las especialidades de la zona, en el apartado de carnes, siendo el cordero y los filetitos de porco preto los platos estrella. Y a buena fe que no nos defraudaron, más bien todo lo contrario, estaban exquisitos, con un sabor intenso y muy condimentados, el cordero en especies, y el porco preto, en su sal. Todo ello regado con un Tinto del Alentejo, un Colheita 2012 de la bodega Herdade do Peso, Realmente magnífico.

Fue una buena cena de despedida, que se convirtió sin dudarlo en un compromiso con un pronto retorno. Ya que los tres días nos sirvieron para descubrir un pequeño paraíso, con una ubicación magnífica, unas playas generosas con agua cristalina, un paisaje amable y de contraste entre el mar y el estuario, y un complemento sorprendente, la gastronomía artesana basada en un gran producto tanto de mar como de tierra. En definitiva, si le añadimos un poco de música y un libro imprescindible, Comporta se convierte en un destino único.

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