El SARS-CoV-2 y sus efectos prolongados: un enfoque audiológico

Caracol
Caracol.
Como la ciencia no da explicación certera, hago uso de la ficción para contar lo que creo que pasa, a nivel auditivo, con el coronavirus y sus efectos prolongados. 
El SARS-CoV-2 y sus efectos prolongados: un enfoque audiológico

Decididamente no hemos terminado con el Sars-CoV-2 y sus efectos prolongados. Como la ciencia no da explicación certera, hago uso de la ficción para contar lo que creo que pasa, a nivel auditivo. 

Había una vez dos caracoles casi músicos que vivían dentro de la cabeza de Helena —, uno en cada oído, igual que en la de todos nosotros—. El cuerpo de esos caracoles es como una espiral que da varias vueltas, con la particularidad de tener en ellas dos tipos de células llenas de pelitos que se mueven. Se llaman células ciliadas —por los pelitos— unas son externas y las otras, internas. Las de afuera, cuando entran sonidos suaves en las orejas de Helena, los aumentan y se los pasan a las internas. Las internas, que son más haraganas, solo envían a la vía auditiva los de alta intensidad. Además, las externas, si entra un sonido demasiado fuerte, lo reducen. Tienen flor de trabajo. Son un equipo, pero desparejo.

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Micrografía electrónica de una porción de la curva espiral de la cóclea humana que revela una obliteración total de las células ciliadas externas y las fibras nerviosas que las acompañan después de la exposición al ruido ocupacional. / Elite Audiology Services

Resulta que un día, un virus —que es un enemigo externo casi invisible y muy dañino— se metió dentro de ese instrumento grandioso y rompió algunas de las células de afuera, las más laboriosas. Se alojó ahí y se escondió. Entonces el caracol se estropeó y  no pudo amplificar los sonidos suaves. Helena dejó de oírlos bien. Tampoco pudo reducir la intensidad de los fuertes, y a Helena le empezó a molestar todo.  Para colmo, como ella ya no pudo percibir bien las frecuencias agudas de baja intensidad —que son las primeras en dañarse—, su cerebro inventó un sonido parecido que la empezó a atormentar.  

Vista microscópica de las células ciliadas del oído interno
Vista microscópica de las células ciliadas del oído interno. / Elite Audiology Services

Helena vino a mi consultorio. Desesperada. No soportaba ni el ruido de una hoja de papel al romperse. Ni mi voz. No podía despegarse de sus protectores auditivos de alta atenuación. Temblaba sin parar. Padeció Covid-19 hace cuatro meses, con síntomas leves, pero a medida que pasaba el tiempo las cefaleas se hicieron intolerables, la confusión mental la sumió en una nebulosa, ya no puede realizar dos acciones diferentes sin mediar un tiempo entre ellas, tampoco concentrarse, ni leer, no tolera estímulos visuales rápidos como la luminosidad de autos a la noche en una carretera o en una avenida. Antes de que el virus se introdujera en su cuerpo a hacer estragos era una persona hiperactiva, ejercía su profesión, practicaba deportes.

Como Helena, tengo a Jorge, a Erika, a Rafael, a Malena… cada uno con su historia particular y parecida. Las hipoacusias preexistentes empeoraron, aparecieron ruidos o zumbidos en los oídos (acúfenos o tinnitus).   

Hay distintas etiologías que causan el desgaste de las células ciliadas del órgano de Corti —que así se llama el caracol del cuento—. Una de ellas es la edad: después de los sesenta empiezan a morir algunas, sobretodo las de la zona de las frecuencias agudas, pero las células vecinas al principio las  reemplazan y los síntomas se van disimulando.

 Otra, es la exposición a ruidos intensos; el consumo de medicamentos ototóxicos. Y también los virus.

De este nuevo que nos viene atacando no sabemos nada. Lo frenamos un poco con las vacunas, pero quedó agazapado. Hay muchos pacientes que padecen lo que se llama Covid persistente. En Argentina —y en todo el mundo— hay equipos de investigadores que se desvelan por averiguar la conexión entre la infección por coronavirus y el desarrollo de un proceso de neurodegeneración que produce la muerte de neuronas.

La instalación del virus puede gatillar secuelas como: disfunciones respiratorias, cansancio o fatiga, malestar general, dificultad para pensar o concentrarse (neblina mental), tos, dolor de pecho o estómago, cefaleas intensas, palpitaciones, dolor muscular o articulatorio, palpitaciones, sensación de hormigueo, diarrea, dificultad para dormir, fiebre, mareos, vértigo, alteración del gusto y del olfato, además de las auditivas que acabo de explicar como: hipoacusia, hiperacusia, acúfenos o tinnitus.

A veces los pacientes que sufren de hiperacusia o tinnitus, presentan una audiometría normal, pero es necesario hacer otros estudios más completos porque, como ya dije, las células ciliadas que empiezan a desaparecer pueden ser socorridas por las adyacentes y el resultado audiométrico es falso.  El sistema auditivo suele reemplazar lo dañado generando sonidos fantasmas que se llaman acúfenos. Que molestan, y a veces mucho. Transitan por la vía auditiva  hacia el cerebro, pasando por el hipotálamo, centro de las emociones. Si se viven en forma negativa, los acúfenos se instalan. Igual que los sonidos externos  sobreamplificados que producen hiperacusia. Se entra en un círculo del que es difícil salir.

Esta de la que vengo hablando sería una etiología periférica: a nivel del oído. Pero también puede haber causas centrales que originen estos deterioros. Una de ellas es el papel de la serotonina, una hormona cuya alteración en los mecanismos de su secreción o recaptación altera la regulación de la intensidad auditiva. El resultado es la hiperacusia, la migraña y la depresión, entre otros.

La hiperacusia también puede generarse por la sobreactivación de las endorfinas endógenas. Estas hormonas, si bien tienen un efecto opioide que bloquea la sensación de dolor, como la morfina, y cumplen un papel muy importante en la producción del placer, pueden intensificar el efecto de la sensación sonora hasta causar molestia.

¿Cómo podemos averiguar dónde se instaló el virus para disparar estos efectos?

Nadie lo sabe todavía. La revista L'Express de febrero de 2022 tiene artículos muy interesantes que informan sobre la actividad del  centro hospitalario de Tourcoing donde el Dr. Olivier Robineau, infectólogo, se ocupa de la investigación y tratamiento de  pacientes con Covid prolongado.  También recogí información de científicos argentinos que trabajan para CONICET, como la Dra. Rosana Chehin y su equipo que interactúa con el Instituto del Cerebro de París, el Instituto Anlis-Malbrán de Buenos Aires. Ninguno  de ellos ofrece resultados todavía certeros en cuanto a la duración de  esta afección, ni a la aparición de nuevos síntomas después de obtener un PCR negativo.

 Lo último que puede decir un médico es: “los síntomas están en su cabeza”, porque nos son psicosomáticos, son clínicos, reales, y solo empatizando con quien los sufre, y usando toda nuestra creatividad podremos ayudarlos. @mundiario

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