París, je t'aime, sin condiciones

Torre Eiffel. / Mundiario
Torre Eiffel. / Mundiario

Aunque tengas poco margen, rasgar la cortina del trabajo para hacer la maleta cuando París te está esperando, no cuesta nada.

París, je t'aime, sin condiciones

El milagro de repetir un sueño ya hecho realidad se produce cuando eliges como destino una de las capitales del Mundo como París de la que ya no caben adjetivos, y que la magia de su existencia está en la capacidad individual de cada uno para interiorizarla, para subjetivizarla, de tal modo que busques de cada momento en ella una interpretación personal, libre e independiente de cualquier significado o cliché acuñado con anterioridad. Porque ya desde el momento de pensar el viaje, le declaras tu amor: “Paris, je t´aime, sin condiciones”, aunque hayas estado en ella varias veces en los últimos años. Entras en un pequeño trance de excitación ante la posibilidad de reeditar las estampas de su belleza, y si a mayores, vas a actuar de cicerone, el compromiso y entrega con el programa de viaje debe ser total.

Aunque tengas poco margen, rasgar la cortina del trabajo para hacer la maleta cuando París te está esperando, no cuesta nada. El invierno en la capital francesa suele ser duro, pero en las previsiones, más que lluvia se pronosticaba frío, por lo que –en este viaje de abril– nos pertrechamos con ropa cómoda de abrigo, con zapatillas deportivas en los pies y los complementos imprescindibles, de gorro, bufanda y guantes.

Estaba claro que los tres días y medio de estancia estaban destinados a patear, a vivir la ciudad, sus calles, sus monumentos, sus edificios emblemáticos. Esas estampas que todos tenemos presentes cuando nos acordamos de ella y que elegimos para retratarnos y guardar en el Album de oro de nuestros recuerdos.

Planificamos las rutas de cada día, dividiendo en sectores la ciudad y teniendo como eje, el epicentro de nuestro Hotel en la zona de Opera, muy cerca de los Grandes Bulevares y de las zonas monumentales y comerciales más icónicas. Por otro lado, en cada respectivo recorrido introdujimos diferentes referencias gastronómicas alternativas, como un premio para motivar los descansos y al mismo tiempo descubrir nuevas tendencias y especialidades culinarias, cuyo conjunto refundido será motivo de otro post.

Era fin de semana y como viajamos de madrugada estrenamos nuestra ilusión desayunando en Paris. Era sábado por la mañana y lo hicimos en una croissanterie del Boulevard Montmartre y así pudimos probar una de las señas de identidad de la repostería francesa, su croissant. No era el croissant de Du Pain et des Idees la Rue Yves Tudic, considerado uno de los mejores de París, pero estaba fenomenal, muy diferente a los nuestros.

Con ese impulso repostero nos dispusimos a iniciar la ruta que nos llevó por el Boulevard des Italiens a la Plaza de Opera para fotografiarnos entre columnas y estatuas antes de recorrer y disfrutar con los escaparates de las mejores tiendas y joyerías de las grandes marcas por la Rue Saint Honoré hasta la Place Vendome, majestuosa con sus grandes edificios y la gran columna en el centro, imitando a la de Trajano de Roma.

De ahí nos desplazamos muy cerca a contemplar la Iglesia de La Madelaine, inspirada en los templos de la antigua Grecia por sus 52 grandes columnas corintias de 20 metros de altura, que en la fachada sostienen un frontón que representa en relieve el Juicio Final. En la Plaza de la iglesia se encuentra una de las mejores tiendas de productos gourmet de Paris, Fauchon, una tienda de ultramarinos de lujo con una bodega de más de 800 vinos. La pastelería de la tienda es sencillamente impresionante.

Los Campos Elíseos

Desde La Madelaine  nos dirigimos a la cercana Place de la Concorde, desde donde puedes visitar el Jardin de Tulleries o dirigirte hacia los Campos Elíseos. En la Plaza hay una instantánea provocadora para el recuerdo, con la Gran Noria de Paris de fondo orientada hacia las Tulleries. La Plaza es la mas importante y grande de Paris, y con un pasado histórico trágico al ser escenario de la guillotina durante la Revolución Francesa.

Nuestro destino era la Torre Eiffel por lo que nos dirigimos por la derecha en un desfile triunfal hacia los Campos Elíseos. Pero como en época navideña están invadidos a derecha e izquierda de puestos de productos  sobre todo gastronómicos, optamos por disfrutar del aperitivo y posterior comida entre parisinos y turistas, para entre champán y quesos recuperar las fuerzas,  y de forma relajada llegar paseando hasta el Arco del Triunfo, mezclados entre el gentío y contemplando la majestuosidad de tiendas y edificios, en donde las grandes marcas justifican su naturaleza.

Orillas del Sena, en París. / Mundiario

Orillas del Sena, en París. / Mundiario

Bajar por la Avenida Kleber era el camino más corto para llegar a nuestro destino y adivinar poco a poco la silueta de la Torre Eiffel, contemplada desde el Palacio de Chaillot, como un escenario, un estudio cinematográfico en donde es obligado inmortalizarse para alcanzar la credencial de turista internacional. La fuimos relamiendo desde los Jardines de Trocadero, para cruzar por el Sena por el Pont d´Lena antes de abrazarla, en el extremo del Campo de Marte en donde está instalada.

La tarde caía y la tentación de divisar París y contemplar la magia de su noche desde las alturas, nos animó a evitar las colas y echarle valor para subir por la escalera, los casi 116 metros, más de 600 peldaños, que hay hasta el segundo nivel, en donde esta el recomendable Restaurante Jules Verne con una estrella michelin gracias a la dirección del gran chef Alain Ducasse. Se debe reservar con antelación para encontrar mesa.

Valió la pena porque el premio de las vistas y el poder girar Paris con la mirada fue sublime. El tiempo consolidó la valoración de este edificio, en sus orígenes poco entendido, y por algo lo convirtió en el monumento más visitado del mundo. Lógicamente porque tiene París a sus pies, y eso es un lujo irrepetible.

La noche se hace mágica en París

La generosidad de la noche nos proporcionó un acompañamiento casi exclusivo de la luz de la Torre Eiffel, como un Faro urbano, mientras nos despedíamos de ella paseando por el Sena, abrazados al frío y a las magníficas sensaciones percibidas.

Fueron unos minutos mágicos antes de que recuperaramos el bullicio de la noche para cruzar por la Avenida Churchill, delante del Grand y Petit Palais hacia la Concorde por los Campos Elíseos, pasar por el Jardín de las Tullerías y detenernos para localizar el restaurante elegido para la cena. Fue el Bistrot Viviann en la Rue Les Petites Champs. Su cercanía con el hotel puso el broche de oro a la primera jornada.

Paseo entre civilizaciones

En nuestro segundo día se mantuvo el frío pero con tiempo seco y soleado, lo que era ideal para iniciar el paseo. Estrenamos el domingo y partimos del hotel por la Rue Montmartre en dirección a Les Halles. Nos detuvimos en un animado mercado callejero de productos comestibles para disfrutar de una de las grandes tradiciones de los parisinos: comprar al aire libre todo tipo de alimentación, pescados, carnes, frutas, verduras, especies, etc.

Color y olor en un paseo festivo acompañado por la música de un grupo de calle que ilustraba el sonido con coreografía. Era difícil no contagiarte del optimismo de la mañana y desde ahí hacia el Sena, pasando por la Rue Rivoli, para llegar al Pont Neuf, desde donde pudimos disfrutar del curso del río desde el puente y contemplar el mercado de libros usados, otra tradición exclusiva del vivir Paris.

Un paseo para los sentidos y las degustaciones en París. / Mundiario

Un paseo para los sentidos y las degustaciones en París. / Mundiario

Sin darnos tiempo para el aperitivo, porque la cita apremiaba, tuvimos que recurrir a un taxi para llegar a la hora reservada a nuestra Meca Gastronómica del día, el Restaurante Hugo Desnoyer. Situado en la parte norte de la ciudad. Para llegar tuvimos que pasar por la Place de la Republique, la Gare de l´Est y la Place de Stalingrad. Valió la pena el recorrido y sobre todo la experiencia, única y fruto para otro comentario.

Optamos por bajar de nuevo hacia el Sena,  andando un tramo y después en metro.  Pudimos comprobar los contrastes étnicos de la capital francesa, paseamos junto al Canal St Martin, para llegar a Belleville, en donde se concentra la gran colonia china de París, como Chinatown en New York. Allí nos subimos en un metro que nos llevó hasta el río y de ahí nos dirigimos al Museo del Louvre. Se nos hizo de noche, ya no había opción a la visita pero si a recorrer su majestuosidad exterior y recrearnos haciendo fotos a la Pirámide y el estanque.

Cruzamos hacia el margen izquierdo del Sena, dejando la Place du Carroussel por el Pont Royal, a otro barrio emblemático e imprescindible en ParísSaint Germain du Prés, lleno de historia, arte, cultura y referentes literarios, con tiendas, cafés y restaurantes emblemáticos. Discurrimos paseando por su Boulevard en busca de un refugio para el frío y lo encontramos en el histórico Café de Flore.

Optamos por una mesa en la terraza y nos imaginamos al lado de Sartre y Simone de Beauvoir, y más al fondo a Picasso, Orson Wells, Breton, Apollinaire, Hemingway, Capote y un largo etc. Su chocolate caliente magnífico y contundente como para despedir las comidas del día.

Cambiamos de acera y casi enfrente reservamos mesa para cenar al día siguiente. Ya habíamos estado en el de New York y había que conocer el Restaurante Ralphs de París, también dentro del espacio de la tierra de Ralph Lauren, pero atravesando un precioso jardín.

Con la ilusión de la reserva iniciamos un largo paseo por el Boulevard Saint Mitchel en pleno Barrio Latino, por la Iglesia de St.Germain rodeada de puestos de venta de artesanía, entre calles llegamos a la explanada de la Iglesia de St Sulpice, presidida por su fachada neoclásica. La bordeamos y desde la distancia vimos una entrada, ya cerrada, a los Jardines de Luxemburgo cerca de Montparnasse.

Volvimos hacia Saint Mitchel para rodear todo el complejo de la Universidad de La Sorbona y terminar en el Pantheon. Desde allí iniciamos el regreso hacia el Sena desde el Quai de Montebello y cruzando el Pont au Double, con parada y destino delante de la Catedral de Notre Dame. Sentados en un banco y mirándola agradecimos la intensidad del día y la promiscuidad monumental del Paris de los contrastes, como un paseo entre civilizaciones.

París, abrazada desde su propio cielo

El tercer día de estancia lo habíamos destinado para la parte norte de la ciudad y un referente sentimental para mi, el Sacre Coeur y el barrio de Montmartre. Desde el Hotel subimos por la Rue Montmartre hacia la Place de Pigalle. Hacia la izquierda nos dirigimos hasta el Moulin Rouge para hacernos la foto de rigor. De ahí a la Place de Clichy, subimos por la Rue Caulaincourt atravesando el Cementerio de Montmartre, en donde están enterrados muchos artistas famosos como Hector Berlioz, Edgar Degas, Aalexandre Dumas, Foucault, Sthendal, Emile Zola, Truffaut, etc.

Por la Rue Lepic, accedimos a la Place du Tertre, para mezclarnos entre cuadros y pintores, pasear entre callejuelas y acercarnos a la Basílica de Sacre Coeur. Atraídos por el magnetismo emocionante de una magnífica versión de Stand by Me, interpretada por tres músicos de calle que concentraban la atención e incitaban al baile de todos los presentes.

Con ese clima entramos en la Basílica, la recorrimos, y admiramos desde su escalinata frontal la mejor vista de París, tan sólo empañada por una línea de polución en el horizonte. De pie, sentados, fotografiados, en distintos escalones. París a nuestros pies en diferentes  dimensiones. París amada, París abrazada desde su propio cielo, el que te regala el Sacre Coeur. Imprescindible.

Sacre Coeur, en París. / Mundiario

Sacre Coeur, en París. / Mundiario

Descendimos por el funicular hacia el bullicio del Boulevard de Rochechouar para alcanzar un metro que nos condujese hacia el Sena. La mañana estaba llena de sol y despejada, preparada para una asignatura obligada en Paris, un paseo en barco por el Río Sena, para poder contemplar de cerca la belleza de los diferentes Puentes.

Salimos a la altura del Pont Neuf, después el Pont des Arts, teniendo enfrente la Escuela de Bellas Artes, el Pont du Carrousel, el Pont Royal desde donde se divisa el Museo D´Orsay, el Pont de Solferino, a la altura del Palacio de la Legión de Honor, el Pont de la Concorde a la altura de la plaza de su mismo nombre, a continuación el Pont de Alexandre III al lado de la Explanade des Invalides, el Pont des Invalides, el Pont de l¨Alma, el Pont de Bir Hakeim y el Pont de Grenelle, en donde termina el trayecto de ida.

Giramos alrededor de una réplica de la Estatua de la Libertad, para bajarnos próximos a la  Torre Eiffel. El Sena es como una gran avenida de silencio que se abre cauce entre los sueños de los que abrazamos sus riberas para declararle amor incondicional y juramos sobre sus aguas hacer de París un viaje de ida y vuelta.

De nuevo en tierra, elegimos el mismo cauce del Sena para regresar andando. Nos detuvimos delante del Museo Branly para admirar su fachada llena de vegetación. Nos adentramos en las calles del interior, en concreto por la Rue de la Université, en donde nos detuvimos para tomar un chocolate y después alcanzar la grandiosa Esplanade des Invalides, desde su fachada en la Plaza a los Jardines que la acogen.

El Palacio Nacional de los Inválidos es muy conocido por contener la tumba de Napoleón. Es un gran complejo arquitectónico que reúne el Museo del Ejército y el Memorial de Charles de Gaulle, entre otros. Desde allí cogimos un taxi directo al Hotel, con la idea de descansar un poco y prepararnos para acudir a nuestra cita con el Restaurante Ralphs de nuevo en Saint Germain du Pres. Clase y elegancia en una noche mágica. El momento inolvidable.

El cuarto día de estancia era el de la despedida pero prácticamente nos quedaba toda la mañana para organizar el regreso y abrazar París, con un último paseo y algunas compras, ya que el vuelo salía a media tarde y nos habíamos puesto las 17 horas como tope para coger un taxi al aeropuerto.

Aprovechamos nuestra proximidad a la zona comercial de la zona de Opera, para pasear por el Boulevard des Italiennes, me paré en la esquina con Rue Lafitte para contemplar la fachada de Le Figaro, y proseguir más abajo hacia Galeries Lafayette en cuyo café con terraza de la última planta pudimos tomar un maravilloso café disfrutando de los tejados de Paris. Una vista maravillosa. Al salir cruzamos la calle para disfrutar del Espacio de Alimentación y Gourmet de las propias Galerías, en donde tuvimos la oportunidad de disfrutar y comprar los chocalates de Alain Ducasse, entre otras tentaciones.

Como todavía nos quedaba tiempo quisimos acercarnos a la zona de Le Marais, pasamos por el Hotel de Ville, de ahí hacia el norte por la Fontana Stravinsky para llegar al Centro Pompidou, el Centro Nacional de Arte Moderno y Cultura de Paris. Elegimos para comer un italiano muy original en la Rue Rambuteau y de ahí regresamos por Les Halles hacia el Hotel y recoger nuestro equipaje.

París nos despidió con una tarde triste por nuestra despedida pero esperanzada porque a París hay que volver siempre, en el imaginario y en la realidad. Tiene tanto que recorrer, que aprender, que adivinar, que relamer, que degustar, que amar, que es infinita, eterna.

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