Joker y Lucifer

Jocker.
Jocker.
Cuestionarse es encender, es no dejarse llevar.

Era el alba y una estrella apareció en el cielo, los griegos la llamaron Eosphoros (Fósforo, el que dio nombre a las cerillas) los romanos Lucero y los judeocristianos nos contaron que lo que pasó fue que había un ángel muy inteligente y hermoso al que se le subieron los humos, empezó a cuestionar a Dios y decidió no someterse más. Entonces Lucifer — que así se llamaba—, se ganó la expulsión del Cielo. Por soberbia, el peor de los pecados. Y vino a la Tierra, portando su luz.

Porque cuestionarse es encender, es no dejarse llevar.

Empezó la batalla entre el Ángel rebelde y Dios. Y la vida tuvo sentido.

Cuando Dios estaba tan orgulloso de Job, el Adversario le sugirió que lo pusiera a prueba: "mándale todo tipo de castigos, haz que la pase realmente mal, que toque fondo y vas a ver de lo que es capaz" — le dijo. Logró que el pobre Job exclamara: “Mi alma está asqueada de la vida” .“Quiero discutir con Dios”. “Dios nos arroja en manos de los malvados”.  (Job, 10 y 12)

Esto salí pensando del cine cuando vi la película de Todd Phillips, tan magistralmente actuada por Joaquin Phoenix.  El director logra que amemos a Arthur, que lo comprendamos cuando la vida lo lastima hasta un límite intolerable. Joker es como Job. Difícil distinguir el bien del mal, porque son uno, porque como hace decir Fernando Pessoa al Demonio, en “La hora del diablo”: Todo vive porque se opone a algo. Yo soy aquello a lo que todo se opone. Pero si yo no existiera, nada existiría, porque no habría nada a qué oponerse.

Las historias de superhéroes necesitan un malo para combatir y neutralizarse. No hay policías sin ladrones, amor sin sufrimiento, oscuridad sin luz, vida sin muerte. Sin embargo se vive con la ridícula ilusión de que un día el mundo estará en paz, de que el mal será vencido y la felicidad reinará eternamente. Todos seremos buenitos, felices y comeremos perdices. Y pobrecitas las perdices, víctimas de este final a lo Disney.

Ya el concepto de eternidad es intolerable.

Desde que acepté mi costado más oscuro y le di permiso para transgredir, vivimos juntos en un perfecta comunión, como Serrat con Tarrés:

Ese tal Tarrés, que no me cabe en la piel y saca a mi animal de parranda con él. @mundiario

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