Cómo gestionar discrepancias en el trabajo
Discrepar en el trabajo es normal. No solo porque estamos obligados a relacionarnos con personas que, tal vez, no elegiríamos como amigos, sino también porque, a menudo, estamos sometidos a situaciones de estrés que nos hacen más propensos a la irritabilidad.
El enfado es una emoción primaria que puede ser saludable en la medida en que nos protege contra un peligro e indica a los demás que no estamos dispuestos a conformarnos. Es decir, enfadarse es una forma de mostrar nuestra asertividad, de dejar claro que por ahí no vamos a pasar, de expresar el desacuerdo.
Existen muchas formas de discrepar y solo una de hacerlo apropiadamente. Las corporaciones no deben ver los enfados como crisis, sino como situaciones para mejorar, respetar los derechos de todos y corregir los errores. Cuando los enfados se repiten o se enquistan en la empresa es necesario recurrir a mediadores externos que enseñen cómo gestionar estas situaciones, con el fin de que la productividad no se vea afectada.
Todo el mundo tiene derecho a discrepar, tanto directivos como colaboradores, y es importante que todos sepan gestionar estas situaciones. En ningún ámbito de nuestra vida podemos estallar y cerrar la puerta a la solución, y menos en el mundo laboral, del que depende nuestra supervivencia y el éxito empresarial. Por eso es importante:
> Conocerse a uno mismo. El autoconocimiento de nuestras emociones es clave para detectar si un enfado está ocultando otro sentimiento de frustración, rabia acumulada, tristeza…
> Saber expresarse. Tener el valor para hablar con los demás antes de estallar, decirles lo que pensamos y sentimos puede prevenir muchos enfados. Esta habilidad debe entrenarse. Existen técnicas para abordar los conflictos, iniciar conversaciones, elegir el momento adecuado… que permiten aprender a hablar de forma constructiva, sin herir al otro, sin acumular agravios ni resentimientos que alimenten el propio enfado.
> Evitar la manipulación. No es ético enfadarse para conseguir nuestros propósitos. El enfado debe estar motivado y centrado en lo que sentimos como amenaza, pero no debe ser un instrumento para salirnos con la nuestra.
> Aprender a gestionar la ira. Si estamos demasiado alterados para hablar, hay que esperar. Gritar, dar golpes… no resuelve nada y solo daña nuestra imagen. Ante un acceso de cólera hay que apartarse del lugar y esperar a rebajar nuestra rabia. Luego, tras un análisis sereno, habrá que canalizar el enfado, expresarlo, valorar las consecuencias, sacar conclusiones y aprender.
> Perdonar. Un enfado no es el fin del mundo. Cualquiera lo tiene, incluso a veces conviene: como decía, José Bergamín, «en ciertos momentos, la única forma de tener razón es perdiéndola». Después de una discrepancia con enfado, siempre hay alguien que debe pedir disculpas, exponer razones y expresar el deseo de seguir avanzando. Las palabras ayudan. «Entiendo que te enfade la situación, pero no estuviste acertado en tu forma de decirlo», o «siento haber estallado, creo que había que haber buscado antes una solución». @mundiario