Habitación 300: Elaborando conclusiones emocionales ante la desescalada

Lo mejor es quedarse en casa.
Lo mejor es quedarse en casa.

¡Libertad!, clamaban los paseantes del río. ¡Alegría!, me dijo la dependienta de una tienda en la que entré. / Relato literario

Habitación 300: Elaborando conclusiones emocionales ante la desescalada

Permitieron ir a tomar el café, hace tres días, pero no habría sido yo la que inaugurase la terraza, aunque la camarera ya me conoce desde hace años. Hoy, esta mañana, ¡hacía un sol esplendoroso! ¿Por qué no visitar la ciudad, después de tanto tiempo? En verdad, yo no creí que ella se hubiera quedado en nuestro país, pero no me dejó hacerle preguntas, aunque se acordó de mi sacarina.

¡Libertad!, clamaban los paseantes del río. ¡Alegría!, me dijo la dependienta de una tienda en la que entré. Yo tengo una mascarilla de las buenas, me aplico la solución alcohólica al entrar y al salir, tengo una presencia segura.

¡Qué vestido más ideal!, le dije, y se lo sacó al maniquí para que yo me lo probara, ya me dijo que lo desinfecta a 100°C. Ella decía que quería animar a sus mujeres, me dijo cuando, charlando, le expresé mi conmoción de los primeros días. ¡Estaba tan contenta de salir y ver gente! Me dio un vahído al salir del probador. Me despedí cordialmente. En la tienda siguiente, ¡encontré el vestido ideal! Me lo han guardado hasta la semana que viene, así que volveré…

En la comida, en casa, con mis padres, mamá me pidió que me quedase, al ver por televisión las secuelas que va dejando el coronavirus. ¿Por qué yo habría de obedecer, cuando siempre discutí la tiranía de los medios?

Dormí la siesta. ¡Está un día estupendo! Y papá me ha dicho que no hay problema. Me encaminé a una terraza algo más céntrica, donde a esta hora suele dar el sol… Y no había nadie, así que me senté, puesto que las mesas estarían más que limpias.

Le pedí un café solo cortito a la camarera, que tardó en servírmelo, ya que se puso a hablar con una chica que pasaba con un niño. Hablaron de lo de las visitas: su vieja no quiere ver al niño por temor a infectarse.

Me coloqué el bolso y los accesorios de seguridad en el regazo mientras tomé el café y fumé un pitillo, cuando vi acercarse a M., el maleante que se pasaba la vida en las terrazas de la manzana fumando un pitillo detrás del otro.

Me sentí fuera de lugar de repente, pero más bien sentí mi paz traicionada; sobro todo cuando, al levantarme al momento, una chavala gritó desde alguna ventana. ¿He cometido el delito de salir de casa? ¿Esa espontánea me estaba castigando?

El semáforo no se ponía en verde, tardaba, empecé a ponerme nerviosa, y gracias a la mascarilla nadie vio mi gesto compungido. La chica de al lado cruzó en rojo y yo seguí sus pasos.

Al doblar la esquina, de vuelta a mi casa, vi volar un guante de plástico. Liberé un gemido, allí sola, y en ese momento pasó una ambulancia.

Empecé a sufrir, porque no podía correr, pues alteraría el orden público. Había algunas personas en esa calle, cuya presencia me pareció peligrosa. ¡Tengo que llegar a casa!, pensaba. ¡Soy la incívica!

Pasó una chica en bici, un paseador de perros: actitudes permitidas.

Se me encogió el estómago al llegar a mi calle. ¡No saldré nunca más! Tengo todo un armario que lamentar, ¡hoy he salido a la calle! @mundiario

  

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