Sobre Postuma, la poesía radical de Miguel Ángel Cuevas

Portada y uno de los poemas de "Postuma", poemario de Miguel Ángel Cuevas
Portada y uno de los poemas de "Postuma", poemario de Miguel Ángel Cuevas

El ejercicio lingüístico que realiza Cuevas en sus versos está dirigido por una gran exigencia. La poesía no ha de ser fácil, ni grata; es un sumergirse en lo oscuro

Sobre Postuma, la poesía radical de Miguel Ángel Cuevas

Postuma (Le Farfalle, 2021), de Miguel Ángel Cuevas, es un poemario que encontramos en una sencilla pero exquisita edición bilingüe italiana. El autor alicantino, actualmente profesor de Literatura Italiana en la Universidad de Sevilla, traduce o versiona sus propios poemas; o fragmentos de poema, ya que así también se podrían considerar las pequeñas piezas, de nunca más de ocho versos, que, desde su honda contención, van ocupando cada página.  

Al adentrarme en el poemario, compruebo su fuerte singularidad. Pero ya estaba avisado de la misma. Asistí a la presentación del libro en Orihuela, y allí, aparte de las interesantísimas observaciones que escuchamos acerca de la poética del autor, este leyó algunos de sus poemas y, en su dicción, ya percibimos los oyentes una “anomalía” respecto a lo esperable: sus versos no abrazaban la tonalidad lírica que hemos llegado a considerar pertinente, no producían una vibración sentimental, no parecían contener una ambición emotiva o bien estaría muy sumergida en eso que, a nuestros inexperimentados oídos, sonaba como una retahíla de vocablos de los que, eso sí, no podíamos discutir su pertenencia a un léxico merecedor de ser considerado exclusivo, poético, aunque no fuera en absoluto el hasta ahora más manoseado.

Me parece que hay muchas formas de poesía que podrían aceptarse como válidas, todas las muy diversas que sean capaces de soportar unos mínimos que no hayan de caer en una excesiva laxitud. Hay muchos poetas que rozan descaradamente lo prosaico. Cuevas, en el citado acto, sin mucho ánimo de ofender, al ser preguntado, sí que descalificó aquella poesía que está en las antípodas de la que él practica; por ejemplo, la de los llamados “poetas de la experiencia”. Sobre los mismos, contó un jocoso comentario que hiciera su admirado José Ángel Valente, por el que decía que, efectivamente, para escribir poesía es necesario haber tenido experiencias, pero que los poetas pertenecientes a ese grupo, precisamente, de lo que no tenían experiencia, era de la poesía.

Y es que el ejercicio lingüístico que realiza Cuevas en sus versos está dirigido por una gran exigencia. La poesía no ha de ser fácil, ni grata; es un sumergirse en lo oscuro que puede aceptarse o no. Esa es la norma, y no importa que la misma descuelgue a muchos lectores que creían serlo de toda variedad poética. Y es que la dificultad de esta poesía reside en que está construida desde el más absoluto despojamiento de todo aquello que entendemos como enriquecedor. Cuevas vacía de discurso a sus poemas y busca con sus palabras lo que él llama “escribir en el hueco”.

Lo que el autor parece pretender es una nueva nominación que descubra insólitos significantes a partir de una revolución del lenguaje, de una acción libérrima que no se detiene ante la transgresión de la sintaxis, las palabras desusadas, o los neologismos; o incluso algún vocablo italiano insertado en la versión española. Comentó Cuevas que, si bien en la pintura, era factible alcanzar la total abstracción, ello no era dable en la poesía, pues las palabras siempre significan. No obstante, él se rebela en lo posible contra esta limitación, y lo hace mediante la elección de las menos comunes, las que a veces tenemos que buscar en el diccionario, y que están principalmente extraídas de un léxico naturalista; o proponiendo un orden y un ritmo poco asimilables en una primera impresión prejuiciada, o nada para un lector reticente a los experimentos radicales.

Porque el quid de la poesía estaría en el valor inmanente de su proceso creativo, pero también en las posibilidades de su recepción. Cuevas empezó por decir que, de su libro, solo podía hablar de sus intenciones. Evidentemente, cualquier poema, salvo que sea demasiado obvio, se presta a múltiples o, en sus finos matices, casi infinitas interpretaciones; erradas o no, propias o ajenas, ricas o simplistas. Así se ha demostrado en algunos experimentos. Ante una poesía tan hermética como esta, las posibilidades de desorientación pueden llevar al lector a soluciones tal vez demasiado intrépidas. Para empezar, como dijo José Luis Zerón, no encontramos en estos versos al hombre. Nos enfrentamos a la sola materia, a la oscura naturaleza. En esa característica, estos versos me habían recordado a los de Antonio Cabrera, aunque, repasando ahora los mismos, me doy cuenta de que la propuesta de Cuevas es mucho más extremada. En estos poemas, no es ya que el hombre no esté presente, que la naturaleza viva sola, sino que, incluso el propio poeta, la mirada que le suponemos, alcanza un nivel de ausencia importante. Dijo Trinitario García que Miguel Ángel Cuevas era un místico sin dios. Y, efectivamente, su búsqueda de lo esencial lo emparenta, de distinta forma, con los que pretenden seguir los caminos más directos que conducen al misterio.

De mi experiencia como lector de este Postuma, puedo decir que, primero, he seguido un proceso de adaptación a su lenguaje poético primordial y que luego he creído atisbar ese mundo secreto, la razón de su truncamiento. Como dice Giovanni Miraglia: “Los versos avanzan entre palabras que se funden con un alto grado de sublimación y misterio, a dimensiones naturales, químicas; nos enfrentan al enmudecimiento de una noche en que el quebranto, producto de una adversa nominación, ningún ungüento puede sanar”. Sí, introducirse en la originaria naturaleza que invocan estos versos, en las arduas imágenes que se escurren por sus tan cortos como multiplicadores vericuetos, en su enigma solo conjeturable desde las impresiones más inusitadas, es el personalizado premio que puede recibir cada lector comprometido también con las más arriesgadas posibilidades de la palabra. @mundiario

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