De los perspicaces, implacables y nada intimistas diarios de Witold Gombrowicz

Portada de una de las ediciones de sus diarios, y retrato del autor.
Portada de una de las ediciones de sus diarios, y retrato del autor. / Autor.

Gombrowicz ejercitaba su carácter irreverente en cualquier ocasión. De hecho, pensaba: “Uno debe ser rechazado o aceptado en pleno… No soy partidario de las sopitas tibias”.

De los perspicaces, implacables y nada intimistas diarios de Witold Gombrowicz

El Diario de Witold Gombrowicz abarca los años que van de 1953 hasta su muerte en 1969. Y tiene una particularidad: la de que fue escrito para ir siendo publicado inmediatamente en Kulture, una revista polaca en el exilio. Es pues, desde el primer momento, un diario público, una paulatina suma de textos trabajados con esmero, en los que apenas hay confesiones íntimas sino muchas y muy lúcidas reflexiones, especialmente sobre literatura y literatos.

Witold Gombrowicz nació en 1904 en Polonia. En vísperas de la Segunda Guerra Mundial viajó a Argentina para unos encuentros literarios y el estallido de la misma le pilló en ese país, por lo que decidió exiliarse allí. Su estancia en ese país se prolongó durante veinticuatro años. Gombrowicz ya había publicado dos obras, la segunda de las cuales, Ferdydurke, obtuvo un importante éxito. En Argentina, ayudado por otros polacos, obtuvo, después de un tiempo largo de gran precariedad económica, un puesto de trabajo en el Banco Polaco. Pero su enorme ambición literaria, todavía por dilucidar, le hacía decir esto: “Delante de mí no veo nada… ninguna esperanza. Se me está acabando todo, no consigo iniciar nada… ¿Quién soy? Un oficinista por siete horas diarias de darle vueltas a la noria, ahogado en todos sus proyectos literarios”.

En cuanto a las relaciones con sus colegas literatos, estas siempre fueron problemáticas debido a su carácter poco conciliador, a que no tenía ningún pelo en la lengua. El hecho de que las críticas a los compañeros —con más ahínco a sus compatriotas— fueran vertidas mensualmente en el Diario, tuvieron que reportarle numerosas enemistades: “Vuelvo a mi punto de partida: ellos no han vivido su vida. Sí, por eso es por lo que me muestro ante ellos, tan altivo, tan arrogante, tan desdeñoso: sencillamente no puedo admitir que esa gente esté a mi altura”. “Se puede estar o no de acuerdo conmigo, pero lo que es seguro es que soy de los escritores más sinceros de la literatura polaca”. Gombrowicz quería triunfar, pero no estaba dispuesto a hacerle la pelota absolutamente a nadie: “Soy alérgico a los escritores en grupo, en su aspecto gremial”.

Así es como describe su visión del hall de un hotel repleto de escritores que él solo ve en su expresión más fatua, a los que acuden como moscas los periodistas: “Veo cómo se explican uno tras otro…, poco a poco, con la mirada concentrada, con la frente denotando esfuerzo, ante alguien con un bloc de notas, mientras un fotógrafo dispara. Al día siguiente leo en el diario el fruto de estas confesiones: trivialidades y confusión”. Para hacerse un nombre, creía más en la provocación que en la lisonja. Cuando en 1963 se traslada a Europa, dice: “En París tendré que ser enemigo de París […] No llegaré a existir a menos que me perciban como un enemigo […] Estoy sorprendido de la persistencia en mí, durante treinta y cinco años de la misma reacción antiparisina”. Y es que en su Diario declaró varias veces su odio a la capital francesa.

Por otro lado, están sus críticas a obras sagradas, intocables para casi todos, como En busca del tiempo perdido, de Proust, o La divina comedia, de Dante. Sobre esta última, decía: “¡Cuántas cosas por el estilo se podrían decir todavía para demostrar que es una obra simple, mediocre, aburrida, pobre! ¿Puedo yo, con mi imaginación de hoy, embelesarme de verdad con los productos de la imaginación casi campesina, apenas despertada, de Dante?” Otro escritor venerado al que no soporta es Borges: “No dudo de que las conferencias de Borges sobre la ‘esencia de la metáfora` y otras por el estilo sean debidamente aplaudidas. Porque es justamente lo que se espera: fríos fuegos de artificio, estallidos de inteligencia inteligentemente inteligente, piruetas de un pensamiento retórico y muerto incapaz de concebir ninguna idea vital”. O cuando lo ve viajar a Europa, para promocionarse: “¡Qué imagen más patética la de ese ciego solitario con su madre de casi noventa años metidos en esas gestiones aeronáuticas! Lo peor del caso es que él, en cierto modo, se presta a ello. Y no dudo que recibirá el Nobel. Por desgracia…, sí…”.

Su concepción sobre lo que debía ser un artista la tenía clara: “El artista no está hecho para razonar ni para clasificar silogismos, sino para crear una imagen del mundo; él no apela a la razón ajena, sino a la intuición ajena”. “En mi opinión, la literatura poco seria trata de resolver los problemas de la existencia. La literatura seria, los plantea. La literatura seria no existe para hacernos la vida más fácil, sino para complicárnosla”. “El arte que no es capaz de asegurar una existencia auténtica no es más que una continua vergüenza, un testimonio humillante de mediocridad”. Este era el radical baremo que aplicaba para juzgar a los demás y para conseguirse, en la medida de sus posibilidades, a sí mismo.  

Entre los poetas, se hizo famosa su dura crítica de la poesía, aunque, ahondando en el sentido concreto de sus palabras y complementándolas con otras distintas menciones de grandes vates a los que admiraba, parece que la acidez de sus dardos venía producida, sobre todo, por el desprecio que le tenía a sus colegas compatriotas: “Los poetas no solo escriben para los poetas, sino que también se alaban mutuamente y mutuamente se rinden honores unos a otros. ¿Es que los poetas no crean solo para los poetas? ¿Es que no buscan únicamente a sus fieles, es decir, a hombres iguales a ellos? ¿Es que estos versos no son un producto exclusivo de un hombre determinado y restringido? ¿es que no son herméticos?......No es malo que los versos contemporáneos no sean accesibles a cualquiera, lo que sí es malo es que hayan surgido de la convivencia unilateral y restringida de unos mundos y unos hombres idénticos”.

Gombrowicz ejercitaba su carácter irreverente en cualquier ocasión. De hecho, pensaba: “Uno debe ser rechazado o aceptado en pleno… No soy partidario de las sopitas tibias”. No le importaba realizar afirmaciones que podían doler al sentimiento nacionalista de todo un país: “Sí, algunos alemanes se sintieron heridos. Pero yo lo escribo justamente para herir a los alemanes. Un escritor debe herir. Es igual que en el amor: hay que llegar a la carne viva a través de la ropa”. Pasó unas semanas de retiro en una Fundación de Royaumont, cerca de París, rodeado de artistas e intelectuales. A uno de sus encargados le comentó: “Royaumont me va bien para los nervios”. Y este le contestó: “Le va bien para los nervios porque usted destroza los nervios de los demás”.

Reconocía tener una moral muy suigéneris: “¿Mi moral? Mi moral consiste en primer lugar en protestar en nombre de la humanidad personal, en mostrar esa ironía y ese sarcasmo que expresan mi rebelión”. Y así se veía a sí mismo: “Yo el travieso, yo el fantasmagórico, yo el bromista, yo el torturado, yo viviendo, yo agonizando”. Pero los demás no podían tener una imagen coherente de él: “Y hay que reconocer que yo era diferente con cada uno, por lo que nadie sabe cómo era en realidad”. En las últimas páginas repite varias veces, seguro que más orgulloso que arrepentido: “¡Qué antipático soy!” Gombrowicz era un hombre corrosivo, muy suyo, enemigo del “nosotros”.

Sin embargo, con su ser irreverente, provocativo, nada social, como, por otra parte, lo eran sus obras, fue consiguiendo hacerse un nombre en la literatura mundial, llegando a ser propuesto cuatro veces para el Nobel. Al final consiguió el Premio Internacional de Literatura por su obra Cosmos. Su reacción, aparte de su alegría, fue la que otros, calladamente, en su situación, también sentirían, pero nunca se atreverían a expresarla. Un sentimiento plenamente vengativo: “Después de recibir el premio, me preparé una lista de mis enemigos literarios (desgraciadamente, la mayoría son nombres polacos) y, escogiendo de ella al azar a este o aquel, me regocijaba imaginando su amargura desesperante, su acritud lívida”.

Es su Diario muy predominantemente intelectual. Sus sentimientos más personales, menos argumentables, son escasos: “El amor es dignidad. Es lo que me parecía a mi edad: cuanto más grande es nuestra decadencia biológica, más necesaria resulta la pasión de un fuego abrasador”. Sobre su vida más íntima, en 2013 apareció un diario paralelo, Kronos —aún no editado en España—, que parece ser que está hecho de anotaciones poco o nada literarias, sobre datos de su vida más primaria, entre los que figuran sus relaciones sexuales.

Un espíritu tan ejercitado en la crítica, no podía tener una visión muy halagüeña de la existencia: “El pequeño, radiante de alegría, esa alegría que es en realidad nuestra única victoria sobre la existencia y la única gloria del hombre. Pero, ¿por qué este orgullo y esta gloria están confiados a un niño de doce años y hay que inclinarse ante ello? El desarrollo es el camino a la amargura degradante”.

Decía Gombrowicz que “cuanta más inteligencia más estupidez”. Se refería a los otros, claro. Sus diarios tienen muchísimo de lo primero, son un prodigio de ágiles argumentaciones, una prosa que consigue hacer de temas áridos un logro de intelectual divertimento. Sus diarios llenan casi novecientas páginas. He querido saltarme alguna entrada, pero no he podido, a pesar de que bastantes se refieren a escritores polacos de su tiempo, hoy, para nosotros, totalmente desconocidos. Pero él consigue hacer interesantes temas ajenos, porque les confiere unos análisis que sentimos que nos valdrían para situaciones más próximas. Y, ¿entonces?, ¿qué hay de la estupidez consiguiente? Tal vez en él habría que considerarla en el sentido de que pareció moverse demasiado obsesivamente en el ámbito de las comparaciones, de un feroz espíritu crítico que no podía hacerle feliz, de una preferencia intelectual que lo desviaría de un contacto más directo con la vida. O tal vez su estupidez sería otra que no llegamos a alcanzar. En cualquier caso, me parece este Diario uno de los mejores que se hayan escrito nunca, aunque, mayoritariamente, solo aporte una visión ensayística e intelectual de la vida: “A veces, leyendo estos artículos, me olvido de que, después de todo, soy un artista. Empiezo a creer que soy el autor de la una obra filosófica en varios volúmenes”. @mundiario

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