El peligroso oficio de corrector de textos

Detalle de la portada del libro, obra de Eva Ruiz.
Detalle de la portada del libro, obra de Eva Ruiz.
Este artículo recoge la intervención del profesor de filosofía Luis Calero durante la presentación el pasado 30 de marzo del libro Tháder: 30 años de institutode cuya revisión y corrección de textos se ha hecho cargo.
El peligroso oficio de corrector de textos

Buenas tardes a todos, miembros de esta comunidad treintañera todavía no sé si de thaderinos, thaderianos o thaderienses, que de cualquier forma podría decirse, pues aún no hemos acordado el sufijo que mejor señale nuestra vinculación con el lugar e institución común que hoy nos congrega. Cuestión pendiente. Se amplía el plazo. Que de plazos y de ampliaciones sabemos mucho.

Cuando, hace ya mucho tiempo, yo preparaba junto a Luis Bonmatí, de la editorial Aguaclara, la edición del Ficcionario, viendo él desde su aquilatada experiencia mi intensa pulsión revisora -que no revisionista-, me dijo: “Mira tocayo, llevo decenas de libros editados y todavía no he sacado ninguno libre de erratas. A ver si lo conseguimos”. Huelga decir que, aunque el resultado fue excelente, no logramos la perfección deseada y algún pequeño error se nos coló. De manera que, al aceptar (¡qué otra cosa podía hacer!) el peligroso encargo de revisar y corregir este libro, donde cada texto es de su padre y de su madre, asumí de entrada como único objetivo razonable disminuir en lo posible el número de errores, ya fueran ortográficos y de puntuación, de aplicación de recursos tipográficos, de índice y paginación, de carácter gramatical y sintáctico o de imprecisiones de vocabulario. Al fin y al cabo, quiero pensar, que por cada errata habrá miles de letras y espacios correctamente impresos.

Ahora bien, a la hora de explicar aquí mi trabajo es conveniente diferenciar dos ámbitos. Por un lado, el de los textos correspondientes al apartado de creación, sobre los que mi intervención ha sido la normal y corriente; y si ven, como lectores, que sobra algún punto o falta alguna coma, tal habrá sido la decisión del poeta, ensayista o narrador. Por otro lado, el ámbito de los textos correspondientes a los apartados de la memoria y miscelánea, respecto de los que, dada su tremenda heterogeneidad, entendí que era necesaria una intervención más fuerte, si lo que queríamos era hacer un libro y no una mera impresión de textos yuxtapuestos.

Un libro coral, entiendo yo, debe transmitir cierta sensación de unidad, por debajo de la inevitable variedad de formas y estilos. A ello contribuye primordialmente en nuestro caso la excelente tarea de diseño y maquetación que Víctor ha realizado. Por lo que a mí concierne, y con ese mismo objetivo en el horizonte, en relación con la diversidad de textos creí oportuno unificar criterios acerca de principalmente cuatro cuestiones formales:

-En primer lugar, respecto del uso de mayúsculas o minúsculas en palabras de empleo frecuente en el contexto del libro: como “instituto”, “centro”, “claustro”, “departamento”, “bachillerato”, etc. evitando que, sin razón que lo justificara, dichos términos aparecieran unas veces escritos de una manera y otras de otra, intentando frenar siempre la, por otra parte, irrefrenable tendencia a mayusculizarlo todo.

-En segundo lugar, también me propuse igualar la forma de expresar los cursos académicos (si, por ejemplo, cabía poner 1992-1993, o 1992/93, o 92-93, etc.), formas que a veces variaban hasta dentro de un mismo artículo.

-En tercer lugar, me pareció asimismo oportuno, ajustándome a la norma, poner orden respecto del uso de comillas, letra cursiva o redonda en los nombres de asignaturas, proyectos, instituciones, concursos, etc., donde también aparecían, ya se pueden imaginar, toda la gama de combinaciones posibles.

-En cuarto lugar, también decidí unificar la forma de citar, habiendo observado que en algunos casos se empleaban las comillas y redonda, en otros la cursiva y, en muchas ocasiones y simultáneamente, sin que hiciera falta tal duplicidad de recursos, ambos procedimientos.

No sé si, finalmente, han sido cinco o seis las revisiones que he hecho del libro, si bien hay que decir que no siempre se mira lo mismo ni tampoco en su totalidad. La primera vez, y conforme me iban llegando los textos, buscaba posibles errores ortográficos y de puntuación, junto a posibles incoherencias sintácticas y redundancias susceptibles de ser eliminadas. Una vez realizada esta tarea de “limpieza” efectué varias pasadas para uniformar los aspectos anteriormente señalados según los criterios que establecí; a continuación examiné la corrección de los nombres y apellidos de los autores (tanto en el índice como en el interior); luego comprobé uno a uno los pies de foto, la correspondencia de la paginación, y hasta perseguí, como si de un cazafantasmas se tratara, los espacios en blanco sobrantes. Incluso, ya in extremis, con la bienvenida anuencia de la RAE, tuve tiempo de tildar algún “solo” mío y quedarme bien a gusto.

Aspecto parcial del índice.
Aspecto parcial del índice.

Sin pretender vanagloria, de entre todo lo hecho yo destacaría tres tareas muy concretas:

-Comprobé, hasta donde pude, que los apellidos y nombres del listado histórico de profesores, inspectores, progenitores y personal no docente eran correctos, así como su ordenamiento alfabético. Aquí seguro que se habrán escapado errores.

-He puntuado íntegramente la canción “Soy del Tháder”, que como iba destinada a ser cantada, jamás fue considerado como una necesidad por los autores. Ahora bien, puesta por escrito, no vienen de más puntos y comas, sobre los cuáles ya adelanto que pienso reclamar derechos de autor.

-En fin, creo haber evitado que nuestro querido y admirado compañero Federico Guillén pasara a la historia como un usurpador del poder, como alguien que accedió al cargo de director del Tháder de manera ilegítima, pues lo que en una primera versión se me trasladó por escrito fue que (textualmente) “detentó el cargo de director desde 2008 a 2016”, siendo que lo ejerció, como todos sabemos, de modo justo y democrático.        

A estas alturas, seguramente ustedes ya se habrán preguntado por qué aparece en la pantalla esta imagen arbitraria y parcial del índice. La razón es bien sencilla: quiero que experimenten en carne propia la dificultad más hiriente que entraña este inquisidor oficio. Me gustaría comprobar in situ cuántos de los asistentes se han apercibido de la errata que contiene. 

Yo no fui capaz de detectar que ponía “Castellena” en lugar de “Castellana” antes de la quinta o sexta revisión, cuando estábamos a punto de mandar el libro a la imprenta. Hasta entonces, para mí ese error había permanecido invisible. ¿Por qué? No, desde luego, por una falta de atención o por haber leído demasiado rápido, sino porque para mi cerebro dicha palabra estaba bien escrita y entendía perfectamente lo que quería decir. Nuestros cerebros no están diseñados para reflejar, como si de un espejo se tratara, la realidad que hay fuera, a modo de copia exacta y fiel, sino para percibirla significativamente como objeto, otorgándole un sentido por encima de los detalles específicos del estímulo, que muy bien podrían distraernos de lo principal. En definitiva, no estamos hechos para conocer la verdad (pretensión vana del filósofo), sino para adaptarnos al entorno y sobrevivir, aunque sea mediante mentiras o engaños. Y en este comprensible afán, nuestro cerebro es el principal mentiroso.

Decía al principio, ya para terminar, que la tarea de revisar y corregir un libro, máxime de estas características (con tanta diversidad de formas y estilos), es un peligroso encargo. Y lo es básicamente por dos motivos. El primero por el hecho de que, incluso actuando con respeto y delicadeza, siempre cabe la posibilidad de que algún autor se sienta ofendido, sobre todo cuando no ha habido ocasión de que diera su visto bueno a la corrección. El segundo es porque, pensándolo bien, nadie que lea el libro podrá saber qué aportaciones ni de qué índole realizó el corrector (a no ser que, cosa ya absurda de antemano, también se expusieran o publicaran los originales). Por el contrario, siempre será muy fácil señalar sus olvidos o deslices, perpetuados en el papel como crueles aguijonazos en el tiempo. Por todo lo cual les suplico indulgencia. Muchas gracias. @mundiario

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