La señorita Berta

La señorita Berta, de Nora García. / Velasco Ediciones.
La señorita Berta, de Nora García. / Velasco Ediciones.
Un novedoso y desopilante hallazgo literario.

La novela La señorita Berta, de Nora García (Velasco Ediciones, mayo 2023), cayó en mis manos este último sábado de Buenos Aires otoñal. Fue una tarde en que el vacío intelectual me estaba hundiendo en el desasosiego. No sabía qué iba a leer.

Desde las primeras páginas amé a la protagonista: una nena de diez años que vive con sus padres, su hermana adolescente, su abuela y, muy cerca de ellas, la señorita Berta. La narradora evoca su infancia. Guarda en su memoria la mirada hacia el mundo de los adultos que tenía en aquel momento.

La historia se ubica en la Argentina de los años sesenta, en tiempos de dictadura militar y en el seno de una familia de clase media de bajos recursos. Aceptando el punto de vista de la narradora es fácil el pacto de lectura que permite creer un relato delirante hasta lo imposible.

La escritora no solo logra hacer verosímil la historia de una narradora no confiable —mirada de una niña— sino que tiene la originalidad de hablar con soltura, inocencia y hasta con humor de una época que siempre fue tratada, tanto en la literatura argentina como en el cine, en forma crítica, con rencores y heridas no cerradas. De tan reiterado, el tema perdió interés. En la novela, la situación política sirve de contexto. Si fuera una película, diríamos que la cámara se detiene en lo individual, en lo familiar, y no en el entorno político.  

Otro de sus méritos es el manejo del humor. No es fácil lograr que el lector estalle con una risa desinhibida en cualquier lugar donde la esté leyendo. Es que esa chiquilina, sin nombre, tiene ocurrencias “mafaldescas” cuando cuestiona a sus mayores en temas religiosos, morales o sexuales. Como era frecuente en aquellos años, a los chicos se les ocultaban cosas porque eran «prohibidas para menores», se les vendía una realidad disparatada que lo único que hacía era despertar más su curiosidad o dar rienda suelta a su imaginación con respuestas peores que las que pretendían ocultarles.

El clima familiar es distópico: su padre, comunista y ateo, su abuela y la señorita Berta, amigas desde siempre, fascistas, seguras de que el general Ongania había venido para poner orden. Devotas de una religión a la antigua, están llenas de hipocresías y supersticiones. La madre es la menos comprometida ideológicamente. A partir de ese entramado se suscitan hechos desopilantes como el bautismo y la comunión de la narradora en cumplimiento de una promesa y el descubrimiento de que Berta es soltera pero no solterona, porque tuvo un affaire con un cura que en el momento de optar lo eligió a Dios y la plantó. La niña, que no había recibido educación religiosa, es introducida en un mundo que la sorprende y que no puede respetar porque le parece un disparate. ¿Qué es eso de resucitar?, ¡qué horror, pobre Lázaro! ¿Qué es eso de que las pavadas que ella hace se consideren pecados y tenga que confesárselas a un cura? ¿Qué es eso de tener que ir a misa? Todo lo cuestiona y le responden con frases hechas que la sacan de quicio. «Esta nena no es normal», dice a veces la abuela, Berta o la madre.

Berta es el eje indiscutible de este grupo. Maneja los hilos de la historia. La narradora la interpela mientras la trama va creciendo hasta tomar un rumbo inesperado.

Al padre lo detienen por sus ideas marxistas; el cura, exnovio de Berta, intercede para rescatarlo. Y las mujeres, para poder subsistir, empiezan a vender un té que fabrican con una planta que Berta cultiva en su jardín con propiedades no esperadas. La niña se ve obligada a trabajar para la empresa familiar. Ya en ese punto no podemos dejar de leerla. En el momento en que estamos más concentrados en la lectura, nos sorprende una frase, una idea o una interpretación infantil, tan inteligente que estalla la risa. Volvemos a la trama.

Una novela para pasarla bien, para gozar de un estilo nuevo, impecable. Un hallazgo literario de esos que nos pueden cambiar un fin de semana. @mundiario

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