El encanto de las cosas pasadas

Recreación del cuadro de Goya La Gallinita Ciega. / Anfitrionas
Recreación del cuadro de Goya La Gallinita Ciega. / Anfitrionas
Anfitrionas es una extraordinaria guía visual y biográfica de los salones del siglo XIX. Un libro entretenidísimo y un precioso álbum fotográfico para regalar. Ha sido lujosamente editado.
El encanto de las cosas pasadas

Que la bisabuela de Tamara Falcó fuera hija de un gran industrial ferroviario mexicano o que Emilia Pardo Bazán recibiera en sus fiestas a amigos homosexuales y lesbianas son cosas que no debieran importar a nadie si no fuera por algo que las defina au-delà. Por lo que pueden reflejar de un instante de belleza.

Festejar y frecuentar eran las principales aficiones de la aristocracia española durante el siglo XIX. Este libro nos las muestra a través de 200 fotografías procedentes de los archivos de las mejores bibliotecas públicas y linajes de España. Es el proceloso trabajo, casi de coleccionista, de una investigadora enamorada de sus materiales.

Anfitrionas Portada

Recibir, agasajar, ornamentar, celebrar banquetes, bailes de trajes, bodas con trousseau, tertulias o tableaus vivants fueron, al menos hasta la llegada del foxtrot, entretenimientos que se sucedían principalmente en los palacios, palacetes y mansiones privadas del viejo Madrid. Como el de los duques de Villahermosa, donde hoy se ubica el Museo Thyssen. Hasta las obras de caridad eran ocasión para salir de visitas, dar conciertos, crear ligas patrióticas o católicas de damas, exhibir joyas, fortuna, belleza y acaso bondad. Otros escenarios memorables serán los hipódromos, los hibernarios o serres (literalmente estufas), los palcos del Real.

Aunque es muchísimo lo que ofrece, se echa de menos en este libro una mejor evocación del lenguaje, sentido y alcance de todas estas expresiones culturales, otra narrativa. Se precisan y listan episodios, anécdotas y conexiones biográficas, pero no conseguimos alcanzar la textura rumorosa y galante de las fuentes de una época, de donde procede la mayor parte de la información. Tras las bellas imágenes, hay en este libro más chismorreo que tafetán, más escabrosidad que lirismo, menos elegancia que curiosidad, quizás por abuso del biografismo y la vocación forense de la autora.

La condesa de Pardo Bazán. / Anfitrionas

La condesa de Pardo Bazán. Bufet en el comedor de la casa de Emilia Pardo Bazán, quien aparece sentada en la ángulo inferior izquierdo de la fotografía. De pie, al lado de la mesa, la conocida lesbiana Gloria Laguna. 1898. / Créditos/Copyright:  Anfitrionas, Turner, 2021.

La crónica rosa de hogaño era un periodismo de antaño en estilo caballeresco, enumerativo, procesional, con sus propios dejes y acentos. Perder el aroma de aquella prosa a base de recapitulaciones es dejarse la mitad del sabor, del suspense social. Un arte del (d)escribir en el que importaban tanto lo nombrado como lo no innombrable acerca de cada velada, los invitados o la saison. Las ausencias y hiatos en la dicción, como la fugaz aparición social de cualquier beldad, manifestaban el dominio del protocolo y la discreción. Muchas damas no querían ser conocidas pero, entre las que daban fiestas o noticias, lo elegante era salir de viaje o ausentarse de la misma Villa mientras corrían los comentarios proferidos por el escritor protegido, un perfecto chevalier servant.

Tal y cómo se nos cuenta aquí, la vida era un fastuoso libreto de ópera, una novela por entregas, un gran folletón, donde el que la escribía se convertía en un protagonista más. Decía Valera, “esforzándose en ser tan fino como el que más”. Como decía Stendhal, la belleza es una promesa de felicidad.

El álbum se centra en los competitivos salones y cálidos interiores del siglo XIX y hasta principios del siglo XX, durante los reinados de Isabel II, Amadeo de Saboya y Alfonso XII. Los de la vieja nobleza de sangre y los de la designada por regia recompensa. Pero esta cultura cortesana y palaciega se extiende, por lo menos, hasta la Guerra Civil y explica, en gran parte, el boato heredado que se perpetuó en la corte de Alfonso XIII y motivó la escandalosa percepción social que se tenía de los círculos aristocráticos y monárquicos al llegar la República. Pío Baroja cantó su desaparición durante la Guerra Civil.

Con la llegada del nuevo siglo, la cultura de salones se desplazó y supuso en España la invención de las tardes del Ritz o el Palace, los clubs de campo, tés danzantes, recepciones en embajadas, garden party. Pasamos del añejo restaurante Lardhy al salón de té o a la cena americana con orquesta. Sakuska, Bakanik o Garibay. Humoristas como José Luis Salado los caricaturizarán. La Navidad empezó a celebrarse en un hotel. Deselegancia de snobs, sans noblesse. Dandysmo primoriverista.

El libro no lo acaba de contar, pero aquellos bellos palacios del XIX empiezan a ser desmantelados ante el empobrecimiento de la aristocracia de sangre, o ante la ruina, previsible, de las rápidas fortunas especulativas. El Marqués de Torrecilla se ve reducido a ser hombre de cámara y comparsa de un joven Rey. Las colecciones privadas empiezan a circular por anticuarios, a ser donadas a museos; se rompe el tejido monumental de la ciudad.

Visita de la Reina a un convento. / Biblioteca Nacional

Una vez abiertas las puertas de los salones, la prensa de la época reflejará tanto actos públicos como privados, un universo de intereses económicos y relaciones políticas. La marquesa de Salamanca acompaña a la reina Victoria Eugenia, enjoyada, a visitar un convento. El Día, 7-V-1917. Biblioteca Nacional.

A diferencia del siglo XX, la primera aristocracia del XIX tenía tanto poder que una duquesa cualquiera hubiera podido competir con el Rey en joyas y Goyas. La Marquesa de Squilache hará reengastar sus diamantes y perlas en una custodia y arqueta y éstas se llevarán a Palacio para que la familia real las admirase antes de regalarlas al asilo de huérfanos donde iba a ser enterrada. De estos joyeros de ensueño nos habla también hoy Nieves Herrero. Se entiende que la reina Victoria Eugenia necesitara pecheras de perlas para poder hacer obras de caridad.

A esa entretenida prensa contribuyeron gacetilleros como Mascarilla, Madrizzy o Monte-cristo, muchos anónimos y algún que otro cura o presbítero, real o ficticio, con suficiente “pluma” o inventiva para hacer interesante el más mínimo desplazamiento de los aristócratas. Pero los vahos perfumados de la crónica gacetillera alcanzarán también a los más grandes (Bécquer, Valera, Pardo Bazán).

Llegados los años 20 del nuevo siglo, escritores como Eugenio d’Ors, anacrónico, la adoptan y parodian con ironía bajo el pseudónimo “Un ingenio de esta corte” en el Blanco y Negro semanal de ABC. José Souza Reilly también la practicará para el Plus Ultra, famoso suplemento de Caras y Caretas en Buenos Aires, segundo París donde exhibir las glorias de Madrid. Rubén lo hará desde París en Elegancias y Mundial al final de la Belle Époque, enredando el ovillo de las embajadas latinas, verdaderos Institutos Cervantes de la época.

Un periodista irreverente, profesional y moderno como Josep Pla, criticando a su maestro en cortesía, dirá que no era la crónica de salones ni ser lacayo del Duque de Alba lo que te podía convertir en escritor memorable. No será hasta que lleguen Umbral o Haro Tecglen que los “géneros chicos” sean tomados un poco en serio por los escritores del siglo XX. Esto no es decir que el gacetillero del XIX no fuera un cronista encantador. Lo era. Solo hay que apreciarle el estilo y, antes de llegar a 1930, su tiempo había pasado ya.

El palacio del valenciano Anglada trajo el estilo de hotel francés a la capital. / Biblioteca Nacional.

El palacio del valenciano Marqués del Campo trajo el estilo de hotel francés a la capital. / Biblioteca Nacional.

Es una pena que el álbum no ilustre, en su madrileñismo, los otros salones y damas de España: en Ronda y Sevilla, en Barcelona y Cantabria (los del primer y segundo Marqués de Comillas, o Conde Güell), Biarritz o San Sebastián, o los muchos gloriosos pazos gallegos, como sí menciona en cambio las fincas de Pozuelo, Carabanchel o Aranjuez. No faltan en este libro, y son sumamente interesantes, los enlaces y engarces de aquellas alcurnias con las nuevas fortunas iberoamericanas, la conexión indiana, tabla de salvación y caldo revivificador, por vía matrimonial, de los nombres y arcas de la aristocracia madrileña.

Hubiera sido sugestivo advertir la estrecha conexión sociopolítica entre aquellas aparentes “periferias” y el poderío y oropel de la capital. Desencadenó en la Villa guerras de estilo, el dudoso gusto, las originalidades y el eclecticismo decorativo, gracias a la vitalidad de los parvenus. Muchos de los más imponentes palacios de Madrid de la segunda mitad del XIX, luego apropiados por familias de la capital, fueron levantados con las fortunas de aristócratas y políticos de provincias o sencillos empresarios “regionales”, algunos hechos en América, premiados con títulos por la monarquía

Es el caso del almeriense neo-alhambrista Palacio Anglada, en una de las mejores manzanas de la Castellana, cuyo dueño fue un diputado de Castelar. Del valenciano Palacio Marqués de Campo, un comerciante de luz obsesionado por decorarlo con luces en honor al rey y en el que podían celebrarse fiestas para mil personas. Del catalán Palacio Xifré –los de los porches, que no los porsches–, construído por una saga de indianos, especuladores inmobiliarios e industriales ferroviaros catalanes que no duraron ni tres generaciones. ¡Todos desparecidos!, pero hoy en Twitter puedes admirarlos si sigues a Pennypol.

El libro está muy correctamente centrado en ellas, las anfitrionas, musas a veces, y otras veces invitadas, las mujeres, consortes y damas casaderas que hacían y deshacían los hilos de aquella alta sociedad desde la Restauración. Se apunta pero no se apuntala seriamente una mirada crítica a las relaciones entre género y poder, prensa e imagen en la época. Vértices que convergen en muchos casos con los inicios de la fotografía, con el final de la gran escuela española del retrato o con el desarrollo urbanístico, paisajístico y monumental de una gran ciudad.

El estudio de la sociabilidad, de las redes afectivas de trato y de convivencia, de influencia, agrupación y distinción, el conocimiento de los usos y costumbres, en definitiva, exigen hoy herramientas más sofisticadas, argumentos o lenguajes distintos para evocar todo lo que aquel mundo supuso. La historia social y el feminismo ha hecho excelentes avances en este sentido. Podemos explicar mejor la relación entre cultura suntuaria y diseño social, economía política y vida galante. Librar a la mera mirada del lector o al apunte biográfico la interpretación de estas imágenes, sin activar esa mirada crítica, es arriesgarse a restarles una gran parte de la emoción y sensaciones que cabe recuperar.

La primera fotografía, la pintura y los tapices colgantes, el grabado y la caricatura, la joyería y el vestuario, la decoración y el mobiliario ilustran Anfitrionas porque se ordenaban y derrochaban al servicio de vidas regaladas. Hablamos de los fotógrafos Franzen y los joyeros Ansorena, de los vestidos de Worth (¡sí, también en España!). Era el lifestyle o estilo de vida lo que decidía la arquitectura y el urbanismo, lo que dictaba que frente a un hotelito se abriera una explanada o se conservaran jardines, la creación de avenidas y paseos por los que exhibirse y circular en la villa de Madrid.

Eran todas escenografías sociales, dentro y fuera de los palacios, que entroncaban con un pasado de royals aún más antiguo. Son las que han conducido a que ciertos ejes de Madrid hayan podido ser declarados recientemente Patrimonio Mundial de la Unesco: el Paisaje de la Luz.

Son espacios y personas que existieron hace mucho tiempo, modos de hacer que el tiempo ha borrado ya, pero que ilustran el sentido estético de una época, recuperados ahora en Anfitrionas para goce del público general y apoyo de historiadores. Un tesoro visual y biográfico que no puede faltar en la biblioteca de quienes amen el encanto de las cosas bellas.

Hojear Anfitrionas nos devuelve a un cierto sentido (de conservación) de la belleza. Nos lleva a preguntarnos si vamos a elegir la sustitución definitiva de aquellos encantos basados en el privilegio, el linaje y el patrimonio por otra belleza capitalista, no menos clasista, basada en la adquisición, la moda y el dinero, a imagen y semejanza de las nuevas clases populares. Raperos que son los nuevos ricos y quieren llevar chándals de Gucci, Chanel y Louis Vuitton. ¿Hace falta? ¿Por qué el mundo no es ya suave y ondulante, hecho de materias nobles, o por lo menos tan colorista e imaginativo como los recargados palacios, parques y colonias de Gaudí para el Conde Güell? ¿Qué viene tras de los salones turcos o la chaise-longue? No nos engañemos, el poder seguirá estando allí, solo que puede ser mucho más bello y tener mejor asiento.

Fachada del Palacete Pozas. / Ayuntamiento de Madrid

Fachada del Palacete Pozas, construido en 1866, sobre la calle Princesa y muy cerca del Palacio de Liria de los Alba. En 1915 la condesa Pardo Bazán se trasladó a vivir aquí “de alquiler” para estar más cerca de sus hijas. / Ayuntamiento de Madrid.

 

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