Conversaciones con Goethe

Conversaciones con Goethe. / Editorial.
Conversaciones con Goethe. / Editorial.
Las Conversaciones son un manjar para el buen lector. Es, más que un libro en el que se exponen las ideas filosóficas y estéticas del escritor alemán.
Conversaciones con Goethe

La tarde del 13 de enero me sucedió una de esas cosas hermosas con que la vida a veces nos sorprende. Hacia la tarde, luego de concluir mis pendientes del trabajo, saqué el auto y me dirigí a la casa de Rolando. Nos veríamos luego de casi dos años en que ambos decidimos suspender nuestras frecuentes veladas por causa de la pandemia. Cuando llegué a su domicilio, lo vi salir, y el solo hecho de verlo nuevamente me produjo una gran emoción: sombrero beige, camisa celeste, pantalón negro, bastón en mano. Los ojos vivos. Y en sus manos, el objeto por el cual había ido a verlo: las Conversaciones con Goethe, de Johann Peter Eckermann. Recibir aquel libro fue para mí doblemente especial, pues no solo tenía que ver con uno de los escritores universales que más admiro, sino que había pertenecido a la biblioteca personal de uno de los escritores bolivianos de mayor valer: don Fernando Diez de Medina.

La edición es madrileña, de tapa dura, fue impresa en 1920 y está admirablemente bien conservada. En el lomo, está inscrito el título y el autor en letras doradas, y además las iniciales del nombre de quien fuera el dueño del objeto (F.D. de M.). Lo más fascinante y conmovedor es que el libro está subrayado con lápiz rojo en todas aquellas partes que parecen haber causado más impresión o más placer en el joven Diez de Medina, quien, por lo que dice la nota de la última página, escrita de su puño y letra, lo leyó en el año 1938.

En 2020, Rolando publicó el último tomo del diario íntimo de Fernando, haciendo caso a la voluntad paterna de dar a la luz la última parte de su diario cuando se cumplieran treinta años de su muerte. Estuve revisando algunas partes de ese diario, y lo que se siente a partir de esa lectura es melancolía. Claro, en la vida se deben afrontar muchas tribulaciones, pero si se goza de tener prudencia se sale indemne de todas. Diez de Medina la tuvo. Igual que Goethe, maestro de la vida.

Las Conversaciones son un manjar para el buen lector. Es, más que un libro en el que se exponen las ideas filosóficas y estéticas del escritor alemán, un manual de cómo un gran hombre se enfrenta a las situaciones más grandes y más pequeñas (pero no por ello insignificantes) de la vida y de cómo llegó a consumar en sí mismo el proyecto humano le propuso su misma naturaleza. Aquí se ve no al Goethe olímpico, estatuario, soberbio y sapientísimo, sino al humilde, jovial, bromista y hasta ingenuo. Pero no por ser éste dejó de ser el aquél. Y es que, como dice el mismo Eckermann en el prólogo del libro, «puede compararse el espíritu de este hombre extraordinario con un diamante de muchas facetas, en cada una de las cuales se refleja un color diverso. Goethe era distinto según las circunstancias y las personas, por lo cual yo solo puedo decir modestamente: he aquí mi Goethe».

El 10 de junio de 1823 un joven Eckermann se acercaba por vez primera al viejo Goethe, en su casa de Weimar. El primer párrafo atrapa al lector: «Hoy visité a Goethe por primera vez. Me hizo un recibimiento extraordinariamente cordial, y su persona me produjo tal impresión, que cuento este día entre los más felices de mi vida».  El joven se acercaba para que el célebre escritor del Werther lo recomendara al editor Cotta; empero, a partir de ese acercamiento se inició una relación de casi una década entre pupilo y maestro que, años más tarde, produciría un libro que, en forma de diario íntimo, registra para la posteridad los matices intelectuales más curiosos y aun las características de la vida doméstica del escritor alemán nacido en Frankfurt en 1749.

Se sabe que los intelectuales, artistas y científicos tienen usualmente características un tanto extravagantes; Goethe no era la excepción. Sin embargo, dentro de esa vida de ciertas manías y excentricidades, según se lee en las Conversaciones, el escritor alemán era sencillo, acaso humilde de espíritu, locuaz y extraordinariamente cordial. Las Conversaciones, además, son una galería de sucesos referidos a las opiniones que Goethe tenía acerca de la ciencia, el arte y la política, e incluso a ciertas trivialidades como las rencillas y envidias que siempre se encienden en los medios culturales y, sobre todo, literarios.

Uno de los aspectos más interesantes de este particular libro es el referido al credo religioso de Goethe, pues ni Eckermann ni el viejo maestro escatiman tiempo para comentar sobre religión. Departen, específicamente, sobre las Sagradas Escrituras, y lo hacen no escéptica o fríamente, sino con un profundo sentido de reverencia ante lo divino. Esto es algo importante, ya que en muchas semblanzas y biografías que hay sobre Goethe, no se establece claramente la honda vocación espiritual cristiana que abrigó el poeta del Fausto.

Otro de los aspectos que me llamaron la atención fue la calidez de tu trato con su familia y con todos quienes frecuentaban su casa. Hay un pasaje, por ejemplo, en el que uno de sus nietecillos se sube a sus hombros y lo despeina, mientras él está sentado en su sillón. La madre le dice que no lastime al abuelo con sus torpes brincos, pero el abuelo amoroso le dice que lo deje ahí, que no lo molesta. No es menos conmovedor su desenvolvimiento con los profesores, políticos y damas que solían frecuentar su casa, ya sea para tomar el té, cenar o beber una copa de buen vino.

En las páginas de las Conversaciones se ve a un hombre sabio que enseña sobre la teoría de los colores, la metamorfosis de las plantas, la mineralogía o la poesía francesa, pero también a un curioso indagador que, a los ochenta años, sigue aprendiendo de los labios de sus amigos que, si bien no habían ampliado tanto como él el margen de sus horizontes intelectuales en variadas disciplinas, eran mucho más eruditos que él en temas específicos.

Se ve, también, al amante de las mujeres. Pero a no a mujeriego lúbrico, sino a uno recatado y pudoroso, que recuerda cómo fueron su idilio de juventud con Lili Schönemann y su amor no correspondido por Charlotte Buff, y se felicita por haberles demostrado siempre pundonor varonil. Recuerda a Schiller y el sentimiento de su amistad compartida, una amistad que se hacía más fuerte en tanto ambos la iban cultivando con prudencia y mesura. Se narran hechos curiosos como cuando Goethe aprendió tiro con arco, cuando asó perdices y pescados en un collado, cuando huyó de Karslbad porque una joven rechazó su amor o cuando solía escribir medio dormido sus poesías que, en medio de la noche, le llegaban a su mente de manera abrupta.

Como dice uno de sus biógrafos, Rüdiger Safranski, «este poeta infundió una fuerza creadora en su libertad. Y es un ejemplo iluminador de lo lejos que puede ir quien asume como tarea de la propia vida el proyecto de llegar a ser lo que él es». Y es que fue la libertad la norma de su vida. Si bien con códigos éticos cristianos, reverencia por la Divinidad y una moral tan robusta como el tronco de un roble, no tuvo ataduras en cuanto al aprovechamiento de la vida y dio rienda suelta a su demonio interno que siempre le impelió hacia adelante, en todos los sentidos.

¿Qué más puede decirse de este libro? Mucho más, ciertamente. Pero el espacio no lo permite. Quedémonos, pues, con que su esencia es altamente edificante. Es uno de ésos que todo buen lector debe leer antes de morir. Un libro de ésos que te marcan, como marca el primer amor o la muerte de un ser muy querido. Un libro de ésos cuya voz te acompañará por siempre. @mundiario

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