La canción de NOF4 de Raúl Quinto

Autorretrato de Raúl Quinto.
Autorretrato de Raúl Quinto.
La canción de NOF4 de Raúl Quinto

Raúl Quinto es licenciado en Historia del Arte de la Universidad de Granada y actualmente reside en Almería, donde ejerce como profesor. Es uno de los coordinadores de la Facultad de Poesía José Ángel Valente y ha colaborado como crítico en publicaciones como Quimera o El Diagonal. Es autor de libros de poemas como La piel del vigilante (DVD, 2005), La flor de la tortura (Renacimiento, 2008), Ruido blanco (La Bella Varsovia, 2012), La lengua rota (La Bella Varsovia, 2019) o el cuaderno Sola (La Bella Varsovia, 2020). También ha publicado los siguientes libros de narrativa híbrida: Idioteca (El Gaviero, 2010), Yosotros (Caballo de Troya, 2015) e Hijo (La Bella Varsovia, 2017). De Ruido blanco, realizó la dramaturgia para la obra de danza contemporánea Fronteras para la compañía Da.Te Danza.

«Escribir para qué. Escribir desde dónde». Así comienza la primera línea de esta narración ficcionada acerca de la vida de Fernando Oreste Nannetti. Una canción, esta La canción de NOF4, Zaragoza, Jekyll & Jill (2021) lo que vendría a ser una enumeración de posibilidades del mundo de Nannof, un «aquí estuvo alguien y te está mirando a los ojos ahora». Esta canción dice ser un abismo, un pozo, la negrura del espacio infinito. Pero el propio acto de escribir, también, es intentar romper esa cadena. Quinto escribe musicalmente un laberinto y describe a Nannetti como oficialmente loco, alguien que pasó la mitad de su vida recluido en el pabellón penitenciario del manicomio de Volterra.

En su capítulo 8 narra:

«Loco. Lunático. Trastornado. Chalado. Zumbado. Grillado. Sonado. Tronado. Desquiciado. Colgado. Pirado. Pillado. Alienado. Enajenado. Tocado del ala. Ido de la olla, de la azotea, de la pinza. Como una cabra. Como una regadera. Como un cencerro. Mal de la cabeza. Con la teja corrida. Cucú. Que le falta un tornillo. Que está mal de los nervios. Que ha perdido el juicio. Vesánico. Majara. Majareta. Orate. Tururalo. Tolo. Tarumba. Demente. Maniaco. Fundido. Esquizofrénico. Enfermo mental. Que está más para allá que para acá. Loco».

Bien es sabido, que la locura en los artistas es un tema recurrente. Gloria Fuertes decía «Hay quien dice que estoy como una cabra;/ lo dicen, lo repiten, ya lo creo;/ pero soy una cabra muy extraña/ que lleva una medalla y siete cuernos». Pero no es el único caso, ya ocurría en la Generación del 27, el 1 de marzo de 1930, Ramón Gómez de la Serna escribe un artículo titulado La genial pintora Ángeles Santos incomunicada en un sanatorio en La Gaceta Literaria donde criticaba la falta de libertad, la oscuridad de tiranías en la que estaba sumido el mundo y la incomprensión de las familias, «retrasadas con respecto a los tiempos nuevos, vuelven a no comprender al artista» como reivindicación a la libertad de expresión.

Autorretrato de Raúl Quinto.

Autorretrato de Raúl Quinto. / Raúl Quinto

Por otra parte, en la página web del libro, Manicomio de Volterra se muestra todo su trabajo, tanto letras, dibujos y palabras y lo describe como un silencioso, introvertido, un artista, un genio del «arte brut». Aunque, como hemos comentado, a simple vista, en ese contexto y tiempo, un «tipo pobre, demente y enfermo mental peligroso» o como se referían médicamente «esquizofrénico».

Esta canción de NOF4, tiene dos caras, al igual que un vinilo. Por una parte, las letras. La narración donde se nos da la perspectiva de dentro del edificio, ese que Nanetti rasga sin instrumentos adecuados, apenas una hebilla de un cinturón y a pesar de sus «muros químicos», la medicación adecuada. Una acumulación de palabras y notas musicales que se van articulando en un entramado de un muro de más de 7 metros, de un muro que parece desmoronarse.

Por la otra cara, la canción, hecha con las huellas del propio muro. En este caso, todas las ilustraciones que aparecen en él. Pero estas en color, en tonos verde oliva y tierra. Primero su portada, una ilustración realizada por Alejandra Acosta, con un retrato de Fernando Oreste Nanneti sobre fondo rosado, rostro andrógino y tonos azules grisáceos. Además, una extensa fotografía despegable una casa, en su parte delantera y trasera por Mario del Curto. 

En la parte delantera una inscripción de la casa decadente con una de las hojas de las ventanas abiertas, pero por donde no sale luz. O al menos, eso parecía. Porque las letras, dibujos y entramados de Nanetti crean un bordado de experiencias surrealistas, de temores, sueños perdidos, esperanzas dormidas y a pesar de ese encierro físico, es capaz de levantar unas torres que reciben señales del espacio exterior. 

Incluso la vegetación se acerca y crece sobre él, al borde, por donde brota el agua, y crece, haciéndose paso entre el ruinoso estado. Incluido el musgo de los muros inferiores. En su parte interior, un mapa, la infinita encrucijada del muro se cierra con ocho dibujos y su localización.

En su parte posterior, los dibujos y señales. De esta forma ubica La Casa de Cerreto, el Hombre Radio Mecánica Nannettolicus Profesor, La Manaza, La Máquina del Tiempo, Nannetti Fernando Helicóptero, la Torre telepática, el Observatorio nuclear del Señor Nanof y las Torres Telepáticas.

Aproximarse a esta canción da vértigo. He releído el libro mirando los detalles y descifrando las encrucijadas que dan visibilidad a enfermedades de salud mental con una narración que puede apabullar. En un principio del juicio a los artistas y su trabajo. Al límite de la ficción y la realidad, pero como antes decía la cita que mencionaba a Ángeles Santos y Ramón Gómez de la Serna, incomprensión de parte de la sociedad por lo que se hace. Pero ahí está el artista, que puede hacer y rehacer lo que hace. Pero también entramar otros eslabones.

Los primeros pasos de un artista son una tempestad, como surcar ese navío en aguas bravas. Cosas ilógicas y sin sentido. Incomprensión de cómo aceptar ese legado del que te dejan las llaves y ciegas de no escuchar el grito, el instinto dentro de ti. No saber explorar el terreno porque nunca has cogido una brújula entre tus manos. 

Al principio, se prefiere estar sordaciega y sordomuda, a pesar de la guía de la voz que te dice: "Levántate y anda". Pero en algún lugar, hubo una parte de sí que fue oscura, ese abismo que no se sabe reconocer a simple vista. Y entonces, uno cree estar sucio, aunque los que te quieren se acercan por muy sudado que estés. Y celebran el encuentro. Y el reencuentro. 

Aproximarse a esta canción da vértigo, es un laberinto que merece la pena recorrer. A pesar del temblor, calor o el frío, los pasos irregulares atrás y adelante, el artista tropieza con el asombro e infinitud de arrullos generosos por el camino. @mundiario 

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