El buen arte del aforismo en Un solo punto suspensivo, de Alberto Chessa

Cubierta de "Un solo punto suspensivo", el libro de aforismos de Alberto Chessa.
Cubierta del libro Un solo punto suspensivo, obra de aforismos de Alberto Chessa.

Un solo punto suspensivo tiene la capacidad de iluminarnos con sus clarificadores y sugestivos destellos. Nos despierta con sus preguntas, nos hace sonreír con sus paradojas.

El buen arte del aforismo en Un solo punto suspensivo, de Alberto Chessa

Alberto Chessa se estrena en el ámbito de los aforismos con Un solo punto suspensivo, y lo hace a lo grande, con una colección de muestras muy logradas, exentas de simpleza o de gratuidad. Es este un género minoritario, del que reniega el lector acostumbrado a que un arsenal de palabras no le deje resquicio para su participación. El buen aforismo, pese a su apariencia, nunca deviene tajante en el lector despierto. Quiero interpretar así el título del libro, como un reconocimiento de que cada uno de estos textos comprimidos podría estar invitando a una continuación, ya sea por parte del autor o de su receptor, por lo que su enunciado estaría precisando de los tres puntos suspensivos, aunque definitivamente ese único que hay les confiera una tradicional apariencia, de una u otra manera, próxima al sentencioso tenor mayoritario.

Si el lector más general, ante un aforismo, percibe la frustración de su acabamiento demasiado inmediato, otros, sin embargo, agradecemos su propuesta dialogal. Yo mismo he practicado lo que, en un primer momento, denominé “reaforismos” y luego “glosario”, un texto propio que partía de un aforismo o una cita, y que era mi comentario, mi añadido o su refutación. Alberto Chessa también practica algunas veces ese diálogo: “`Escribes para averiguar qué escribes´, afirma Doctorow. Y para averiguarte a ti mismo, añadiría quien esto escribe”.

Los aforismos parecen cazados al vuelo. Apenas podemos intuir su procedencia, si son el rescate de una partícula de un texto desechado, o la escueta pero no limitada idea que de pronto se presenta en la mente; o, las más de las veces, quizá, la respuesta a un estímulo recibido, una visión, una conversación, una lectura, un comentario hurtado calladamente y respondido en el recogimiento. A veces, el aforismo es la frase que sobrevive a un hallazgo no completamente declarado.ç

La revelación de percepciones

Alberto Chessa demuestra, desde el principio, que esos concisos resultados de su pensamiento, encajados en unas muy bien medidas y alzadas palabras, no son meros impulsos sino la revelación de unas percepciones con las que no se contenta, sino que explora su más allá, se sume en una vuelta de tuerca que nos conduzca a la sorpresa de una difícil obviedad. Lo limitado y su contrario se aúnan en estas reflexiones honestas que no se explican a sí mismas, pero proponen el contraste de su verdad. La visión se retuerce hasta alcanzar cada meollo con estrategias indirectas que la preserven de lo inercial e inciten a inéditas inauguraciones de lo inmediatamente reconocido.

Entre los aforismos que componen este libro están los que se decantan por lo literario y otros más deudores de la tentación filosófica. Sin separaciones, se suceden, arrimados, los de cada temática afín. Son muchas y diversas: la ironía, la poesía, el amor, la religión, la observación psicológica, el amor, el sexo, el matrimonio, el escritor, la política, la subjetividad, el cine… Y, como no podía ser de otro modo, de vez en cuando encontramos claros puntos de conexión con la poesía del autor, especialmente con lo que pueda tener esta de ironía o, por otra parte, de acercamiento a lo incomprensible. “El poeta siempre tiene (al menos) un ser de más”, nos dice una de estas piezas. Y en su último poemario, Anatomía de una sombra, hallamos estos versos: “Todos tenemos (como mínimo) un ser de más. / Y a veces se confunde con la lluvia / que resiste en el légamo”. Esta coincidencia nos invita a analizar la distinción entre ambas formas expresivas: el aforismo estaría desprovisto tanto de la impregnación sentimental como de la musical ambición imaginativa del poema; pero ambos compartirían, sin embargo, su voluntad de concisión y su incidencia en lo revelador.

Un elemento ineluctable en el aforismo

El juego es un elemento ineluctable en el aforismo. Sin embargo, este aspecto, como la tendencia chistosa, han de ser atadas en corto para que su exceso, su acaparadora evidencia, no destruyan el carácter alegremente enjundioso que tan bien pueden defender estas frases contenidas. Chessa lo sabe hacer. Casi nunca se propasa. Y tampoco abusa de esa otra atracción, que es la búsqueda y exhibición del ingenio: “Es tan ingenioso que da continuamente de su talento muestras de sobra”. Pero me gusta mucho cómo este autor es capaz de producir sonrisas nuevas que se ciñen a un sondable pensamiento: “El ojo de una cerradura sirve también para meter una llave”. “En algunos espejos dan ganas de saludarnos sin pararse”.

Sobre esa ironía, que recorre transversal buena parte de estos aforismos, nos dice, desde su mirada crítica: “Maneja la ironía no como herramienta sino como un arma. No es de extrañar que, sin ella, ande desprotegido, hueco, inane”. Y: “La ironía hay que merecérsela”. Y, sobre esa mirada incisiva que tan a menudo aplica, nos advierte de la peligrosa mezcla con el arma de la risa: “El sarcasmo es el consuelo de los que no tienen sentido del humor”.

Y es que el aforismo debe explorar aquellos recovecos de nuestra realidad que permanecen ocultos hasta que superamos la laxitud de nuestra mirada, y también indagar en los trucos de una naturaleza humana que se resiste a su total dilucidación pero que puede ser descubierta en algunos de sus sorprendentes detalles, con la herramienta de las inquietas preguntas: “Sí, claro, hablar de uno es siempre hablar de otro. Pero ¿de quién?” “¿Qué no dirá mi conciencia de mí cuando logro acallarla?” “Tú eres el de la foto. / Quien la mira extrañado / es en verdad el otro”. “También somos un pozo: en nosotros se hunde quien se asoma”.

Una difícil, inverosímil pero alumbradora explicación

El autor no elude, tampoco, aunque sin insistir demasiado en ello, ese tradicional aspecto del aforismo, ya sea moral o de desveladora penetración psicológica, practicado por maestros insignes, en sus distintas intenciones, como La Rochefoucauld o Marco Aurelio: “Con respecto a ciertos seres despreciables, lo mejor que puede cosechar uno es el honor de sus desprecios”. “¡Qué arrogante el cristal que nunca se hace añicos!” “Cuando vamos en pos de algo, siempre es porque otra cosa nos persigue”.

En muchas de estas piezas, accedemos a una difícil, inverosímil pero alumbradora explicación: “Voy con una vida de retraso”. O se plantea el misterio de la subjetividad: “Para quien las contempla, las aves son un estado de ánimo”. O el significado personal de la naturaleza: “El mar, como un regalo de cumpleaños que ya te hicieron”.

Un solo punto suspensivo tiene la capacidad de iluminarnos con sus clarificadores y sugestivos destellos. Nos despierta con sus preguntas, nos hace sonreír con sus paradojas. Es un libro que se puede releer muchas veces por su provocación activadora de tantas continuaciones distintas. Esperemos que esta obra sea el inicio de un nuevo trayecto de Alberto Chessa, paralelo al de su ya tan consolidada poesía. @mundiario


 

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