Bibiana Collado denuncia la herencia de la violencia en Yeguas exhaustas

Yeguas exhaustas, de Bibiana Collado. / RR SS.
Yeguas exhaustas, de Bibiana Collado. / RR SS.
En este relato confesional, el lirismo se caracteriza precisamente por la ausencia de cualquier clase de manierismo que tiende siempre a cribar lo adverso que puede tener la vida.
Bibiana Collado denuncia la herencia de la violencia en Yeguas exhaustas

Los que descubrimos la poesía de Bibiana Collado hace unos años nos percatamos de esa sinceridad autobiográfica que rezumaba toda su poética. Con su poemario Violencia, dejó claro que el lenguaje puede ser atroz con las víctimas del maltrato. Y, en esa denuncia, existía la más probable determinación a visibilizar experiencias propias tan atávicas como imborrables.

La reciente publicación de Yeguas exhaustas por la editorial Pepitas de calabaza fija esa constante de sus poemarios en una obra en prosa que no sé si se puede catalogar como novela. Se trata de un testimonio severo de la vida de sus antepasados y de la suya propia donde no hay ningún tipo de artificio en el que Bibiana Collado quiera parapetarse.

Prescinde de la sutilidad, de la persuasión que arraiga en la propia retórica de cualquier género, para sumergirse en las cenagosas aguas de una madurez que le revela cuánta repercusión tienen las diferencias clases y la falta de oportunidades: “Mi madre trabajaba como solo trabajan los que lo han pasado verdaderamente mal (…). Mi madre, de algún modo intuitivo, sabe que la pobreza no solo tiene que ver con el dinero y que el trabajo duro es el único y el gran patrimonio de los pobres”. (pág. 43).

En este relato confesional, el lirismo se caracteriza precisamente por la ausencia de cualquier clase de manierismo que tiende siempre a cribar lo adverso que puede tener la vida. Yeguas exhaustas basa su contundencia moral en dos ejes fundamentales: la diferencia de clase como un estigma que marca a las generaciones del porvenir y la violencia de género como un condicionante que sumerge a la protagonista, a la propia autora, en una contradicción tan quemante como incomprensible: “ (…) quiso alejarme para alejarse de lo sucio y yo quedé huérfana de dolor y miel, empastados en un barro indisociable. Fue entonces cuando tuve realmente miedo. Miedo de mí.” (pág. 61).

La violencia contra la mujer rebasa cualquier cortafuegos. No importan los logros intelectuales o académicos. El maltrato desquicia y erosiona a la escritora y profesora con la misma tenacidad que a cualquier mujer sin estudios. Porque es tribal, categórico, imprescindible para que algunos hombres se resistan a reconocer su vulnerabilidad, sus limitaciones, sus equívocos, su maldad congénita y heredada: “Con el paso del tiempo he decidido que mis alumnas no son mis hermanas pequeñas ni mis hijas. Cualquiera de esos parentescos dificulta nuestra manera de relacionarnos. (…). Por eso estoy aprendiendo lentamente a tratarlas como mujeres, como compañeras. Tal vez sea el lugar más sano, pero que me sigue lanzando contra las cuerdas (págs. 90-91).

Al leer Yeguas exhaustas, me he identificado con el tono reivindicativo de su prosa, especialmente, en lo que se refiere a los estragos que tuvieron que atravesar sus abuelos y su madre para poder salir adelante, declarando que no existe la vida en sí para aquellas generaciones, sino la subsistencia. La etimología de “resentimiento” es esclarecedora en este sentido; volver a aquello que fue enojo o daño.

Y así sucede en un relato donde el pudor no tiene ningún fuste, porque a la escritora le interesa exorcizar lo que todavía le duele y lo que, sin embargo, todavía le inspira. Esa declaración abierta de los males que atañen a su familia se extiende también hasta su vida en pareja. A Bibiana Collado no le importa hacer de su confesión una escenografía de la sutilidad en la que el maltrato erosiona hasta menoscabar cualquier proyecto de vida. Porque lo que subyace detrás de esta desnudez tan viva, a veces tan hiriente y dura, es comprobar que nada puede contrarrestar los envites de una adversidad que agravia cuando la víctima, la presa, presiente que se lo merece, que es la penitencia que ha de arrostrar como hicieron sus abuelos, su madre.

Yeguas exhaustas, de Bibiana Collado. / RR SS.
Yeguas exhaustas, de Bibiana Collado. / RR SS.

Porque, de alguna manera, hay que saldar las cuentas con una providencia, aceptándola: “No es fácil enfrentarse cada día a lo que vamos dejando de ser, al cuerpo que ya no ostentamos, al deseo que ya no nos abandonaremos. (…) Porque todas somos cuerpo y sexo en potencia y el mundo nos somete a una comparación constante que algunos días te ahoga”. (pág. 81).

La resignación de los otras, como el peor de los males, acude a esta biografía como una herida incurable. El dolor, más allá del maltrato del hombre y del destino, es el tiempo, el tiempo de las yeguas exhaustas, el que aguarda, ahora y siempre, para las mujeres que no saben defenderse, ni pueden, ni quieren por temor a los devastadores bulos, al silencio de un cuestionamiento sobre la verdad que no es otra que la violencia a la que la mujer se adapta hasta el destrozo. @mundiario

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