Sobre Barrios de sangre, de José Antonio Corrales Ponce de León

Barrios de sangre.
Barrios de sangre.
Salimos, pues, de esta novela como de un sueño indeleble, con sus imágenes y personajes sólidamente incorporados a nuestra memoria lectora, con ese mundo tan próximo, extraño y temible.
Sobre Barrios de sangre, de José Antonio Corrales Ponce de León

De José Antonio Corrales Ponce de León, había leído Te cambio mi vida (Ediciones Frutos del Tiempo, 2019), una selección de cuentos en los que ya demostraba una gran potencia narrativa. Barrios de sangre me ha confirmado esa primera impresión, aunque esta vez la amplitud propia de la novela facilita la emergencia de otras virtudes, como la del conseguido sostenimiento del interés en una narración inquietante, intensa, transportada en un flujo incesantemente bien nutrido, carente de arritmias, de inoportunos meandros, salvo los de algún detenimiento próximo al lirismo.

No soy lector asiduo de la llamada literatura de género. De hecho, he leído muy pocos libros de ciencia ficción, de novela negra o histórica, pero algunos de ellos están entre los que más aprecio. Cuando me gustan es porque añaden a sus propias y distintivas configuraciones, la aportación de un buen número de elementos comunes a la novela en general. No puedo por ello, apenas, comparar Barrios de sangre con otras obras de parecida intención, aunque, por la escueta experiencia lectora y cinematográfica que tengo en ese terreno, sí he encontrado que los ingredientes básicos de esta novela se ajustan bastante a lo que podía esperar; eso sí, con las singularidades que la legitiman, con la impronta personal de un autor que es capaz de desarrollar, dentro de patrones convenidos, suficientes y genuinas particularidades.

Pero, ¿a qué genero pertenece Barrios de sangre? Fácilmente la encasillamos dentro de la novela negra. Y es que sentimos la necesidad de clasificar y, al hacerlo con el rigor del que nos creemos capaces, corremos el riesgo de incurrir en una inmerecida devaluación, en el apartamiento de los anaqueles donde figuran los títulos salvados de las subdivisiones, los que pertenecen a la literatura concebida como la importante. En esta novela de Corrales hay crímenes, bastantes escenas de intensa violencia, un detective, la intervención paralela de la policía, y una mirada que es escudriñadora de una determinada realidad social; pero no falta un cierto ahondamiento en el alma de algunos personajes principales, la aplicación de esa sensibilidad que le pido a una novela de género o a cualquier otra, y que, en este caso, he encontrado a menudo en sus páginas, resolviendo así el peligro de que los acontecimientos narrados se reduzcan a una pornografía de la acción o a un mero juego de adivinanzas.

El detective protagonista de este relato no me resulta del todo desconocido. Se presenta como una ligera variante del que he encontrado en anteriores lecturas o películas, un hombre de mediana edad que arrastra una serie de errores o confrontaciones, por las que se ha quedado más solo que acompañado, más descreído que crédulo, pero que, en este caso, mantiene un resto de honradez tan decisivo que lo inhabilita para el cinismo, esa gran tentación. Ariel Gil es un apasionado de su profesión, al que no le importa pasar por el fango de las contrariedades, sino que, ante el terrible rostro de los peligros, se empecina en progresar en lo que entiende como deber y reto de una dilucidación que se ha prometido. Su actividad le sirve para atenuar el acoso de esa gran intemperie vivida como amenaza de vecindad irrespirable, pero, en las pausas, tras los días trepidantes, se atreve a reflexionar sobre el sentido de la vida. A su lado, no podía faltar la figura del ayudante, del “escudero”, aquí personificada en Rómulo, un hombre más sencillo, más directo, fundamentalmente activo, y tan prudente como aguerrido, si lo precisa el ejercicio de su extraordinaria lealtad. En ese contraste, entre el carácter más audaz y abierto del detective y el más pragmático de su ayudante, hallamos reminiscencias de la clásica relación entre don Quijote y Sancho.

Esta historia nos conduce hasta los barrios más marginales, habitados mayoritariamente por gitanos. Son mundos aparte, en los que rigen otras leyes, en los que prolifera el miedo y la desesperación, los enconados antagonismos y un orgullo muy privativo. La trama se va engrosando con sucesivas ramificaciones y vuelcos, inesperadas complejidades que, sin embargo, no arrastran al lector a la confusión. Ningún personaje queda desvelado desde un primer momento, sino que presenta sucesivos y sorprendentes rostros: primero, el de la reserva, la discreción; después, el de una primera verdad descubierta por la perspicacia y el atrevimiento del esforzado detective; y finalmente el ser desvelado en sus tercos y hondos motivos, pero también en el asomo de una inocente esencialidad desvirtuada por una dura biografía.  

El relato nos acerca al centro de unos sucesos que se avienen con los escenarios de lo imaginable, aquellos que extraemos de lo cinematográfico en sus versiones más realistas, pero aquí también de las calles manchadas por lo trágico, aquellas que nos acercan los telediarios. Pero, a esas referentes visualizaciones, se suma una rica sustancia literaria, la que proporciona al lector todos aquellos aditamentos que lo meramente audiovisual no puede expresar, todas las sutilezas posibles en unos personajes mayoritariamente construidos por lo visceral, llamados al rencor, al miedo y a la venganza. Salimos, pues, de esta novela como de un sueño indeleble, con sus imágenes y personajes sólidamente incorporados a nuestra memoria lectora, con ese mundo tan próximo, extraño y temible, tan abandonado a su oscura inercia. @mundiario 

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