Sobre la apasionante lucha contra las discriminaciones de Gloria Steinem

Portadas, en España y en Estados Unidos, de la autobiografía de Gloria Steinem
Portadas, en España y en Estados Unidos, de la autobiografía de Gloria Steinem. / Mundiario

Steinem tuvo unos inicios especialmente duros, en unos tiempos en los que las feministas estuvieron mucho más demonizadas que ahora.

Sobre la apasionante lucha contra las discriminaciones de Gloria Steinem

Acabo de terminar Mi vida en la carretera, la autobiografía de Gloria Steinem, importantísima activista norteamericana, especialmente en la reivindicación feminista, que obtuvo el último Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. Y me ha parecido, desde un primer momento, un relato apasionado y apasionante, rico en la descripción de vivencias, de valiosos encuentros, de datos y de hechos vividos en primera persona, que contribuyen a conformar una línea profunda, muy fiable, de la historia de las luchas de los oprimidos en Estados Unidos.

Steinem nació en 1934 e inició sus actividades en los años 60. Primero, nos habla de sus padres. De él, del que parece que heredó su afición a los viajes: “Un hombre que amaba la inestabilidad”. “Se jactaba de dos cosas: de no llevar nunca sombrero y de no haber tenido nunca trabajo, y, por tanto, jefe”. De su madre dice que “había obrado el milagro de proporcionarnos un mundo acogedor”. Cuando falleció, escribió un texto en el que “lloraba su vida no vivida”, porque su madre también era intrépida por naturaleza, pero se casó con su padre “por el rechazo de este a las preocupaciones, y luego le tocó enfrentarse a ellas sin ayuda”.

La autora nos revela uno de los objetivos que le han llevado a escribir este libro, su intención con el lector: “Animarte a viajar o a incluso a quedarte unos días donde estás, con un estado de ánimo nómada”. Porque uno puede viajar al confín del mundo y no enterarse de nada y otro bajar a la calle y percibir inmediatamente el sordo clamor de sus conciudadanos. Es moviéndose por diferentes ambientes, sin temor a mancharse por ellos, sino al contrario, embebiéndose de sus vibraciones, como se aprende: “En la carretera aprendí que los medios de comunicación no son la realidad; la realidad es la realidad”. En su capítulo “Por qué no conduzco”, explica su amor por el transporte colectivo, que descubrió muy tempranamente, cuando estuvo un tiempo en la India. Así, en sucesivas páginas nos van contando las significativas anécdotas que va acumulando en taxis, trenes, aviones; las conversaciones con hombres y mujeres tan variados, tan opuestos a veces, siempre procurando ser consciente de sus legítimas reivindicaciones o de sus fobias irracionales. 

Su lucha por la defensa de las mujeres y otros grupos discriminados podría tener algún paralelismo con lo que se haya podido dar en otros países, como el nuestro, pero también tiene las características tan propias de un inmenso país, los Estados Unidos, en el que, desde siempre, han abundado muchos grupos reaccionarios perfectamente organizados, capaces de obtener una gran resonancia. La autora es muy crítica con esa sociedad que presume de amar tanto la libertad, pero que encarcela a más ciudadanos que ningún otro país.

Steinem tuvo unos inicios especialmente duros, en unos tiempos en los que las feministas estuvieron mucho más demonizadas que ahora. Era librar una continua batalla contra una sociedad recalcitrante en sus exclusiones, fuertemente inamovible: “En Oklahoma los fundamentalistas cristianos votaron por denominar las tareas del hogar como la carrera más fundamental y gratificante para la mujer”. Pero también había que enfrentarse a algunos sectores del propio bando, como a aquellas teóricas correligionarias que sentían una grave aprensión hacia las lesbianas. “Al principio se daba por hecho que las feministas éramos todas amas de casa insatisfechas de barrio residencial; luego, un puñado de hembristas, quemasujetadores y radicales”. Otro de los prejuicios era que una feminista tenía que ser una mujer fracasada, hombruna y fea. Se daba el caso de que Gloria Steinem era indudablemente guapa. Como periodista, una vez se reunió con su colega Gay Talese y con el famoso escritor Saul Bellow. Iban en un taxi y el primero —como si ella no estuviera— le comentó al segundo: “Ya sabes que todos los años llega a Nueva York una chica guapa dándoselas de escritora”. Ella calló, pero después, muchas veces, con rabia, confiesa haberse preguntado: “¿Por qué no protesté? ¿Por qué no grité, por qué no me bajé del taxi dando un portazo?”

“Ciertos públicos responsabilizaban al feminismo de, por ejemplo, el divorcio, la caída de los índices de natalidad o los recortes salariales, en lugar de echarle la culpa al matrimonio no igualitario, a la falta de guarderías o a las empresas explotadoras”. En 1972 fue una de las fundadoras de la revista feminista Ms. Aunque ella nunca se limitó a esa reivindicación, sino que allí donde detectaba una actitud discriminatoria, se aliaba con esa causa. Así lo hizo con los negros, con los indios, con los sordos. Pensaba que “las mujeres de cualquier grupo eran ostensiblemente más dadas que sus pares masculinos a defender la igualdad, la salud y la educación, y a oponerse a la violencia como método de resolver los conflictos. No se trataba de biología, sino de experiencia”.

Steinem se implicó muy activamente en muchas de las campañas de los demócratas, aunque nunca pretendió figurar en la política sino solo apoyar los necesarios cambios desde abajo. Ella sabía que lo importante era vivir de cerca los problemas de la gente, empatizar desde la máxima cercanía. Consideraba este como uno de los principios del activismo: “Toda persona que esté viviendo algo es más experta en el tema que cualquier experto”. También tenía claro que “cuanto menos sabemos, más aprendemos”.

Asistió a innumerables asambleas y allí vivió las divergencias, pero también la incontenible emoción de los momentos en los que se producía una feliz coincidencia que iba a resultar fortalecedora. Su misión era llevar a la gente la verdad de todos los atropellos y las discriminaciones que se estaban produciendo y no se publicaban: “No me extraña nada que esa misoginia casi nunca se condenara en los medios, ya que surgía de los medios”, escribe, refiriéndose a los ataques de los periodistas a las mujeres candidatas, fijándose en su físico y su forma de vestir, como nunca lo harían con un hombre.

Hoy, Steinem no confía en las relaciones digitales, a las que no atribuye una suficiente fuerza, ni la necesaria capacidad de emoción: “Ahora, como entonces, nos echamos a la calle para celebrar reuniones colectivas donde los oyentes intervienen, los intervinientes escuchan, los hechos se debaten y la empatía crea confianza y entendimiento”. Y es que para ella la vida sigue siendo “una caja de sorpresas”. A sus ochenta y siete años sigue en lucha. En una rueda de prensa que concedió tras el Premio Príncipe de Asturias, se mostró optimista con respecto al camino largo y difícil que aún queda por recorrer en la lucha feminista: “Una de las ventajas de mi edad es que recuerdas tiempos peores”. @mundiario

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