Anoxia, de Miguel Ángel Hernádez

Miguel Ángel Hernádez, autor. / RR SS.
Miguel Ángel Hernádez, autor. / RR SS.
En la nueva novela del autor murciano, se encuentra esa simbiosis característica de sus anteriores trabajos en el que el motivo artístico se convierte en espoleta y background de toda una trama.
Anoxia, de Miguel Ángel Hernádez

Leo Anoxia, de Miguel Ángel Hernádez, porque suelo ser fiel a los escritores patrios que aportan cosas nuevas a todas esas múltiples narrativas que Anagrama ofrece con acierto, salvo por los últimos títulos irrespirables de Shriver. No sé qué le ha pasado a esta mujer, con lo que yo la amaba.

En la nueva novela del autor murciano, se encuentra esa simbiosis característica de sus anteriores trabajos en el que el motivo artístico se convierte en espoleta y background de toda una trama que, en este caso, como sucediera con Intento de escapada apunta al thriller desde la aparición de un personaje tan arcano y críptico como Clemente. El hecho de que haya alguien todavía fascinado por retratar a los muertos tiene mucho tirón al principio de la novela; una práctica frecuente en muchas culturas que inspira el motivo sobre el que gravita esta novela, donde las convenciones del género negro se mezclan con esa novela psicológica de herencia anglosajona, que es una constante también en las narrativas de Sara Mesa y Marta Sanz.

Si, en sus anteriores trabajos, había una clase de búsqueda de la redención personal de los personajes a través del objeto artístico, en Anoxia esta redención se tiñe de una mórbida resignación, en la que el autor siente la incomodidad y los estragos de Dolores, fotógrafa que colaborará con Clemente en este periplo malsano de fotografiar cadáveres en los tanatorios; una manera de buscar la perdurabilidad del cuerpo, de su alma, de su recuerdo a través del daguerrotipo. Traumatizada todavía por la muerte de su esposo Luis y consciente de que esa muerte ha determinado el apocamiento de sus últimos años, Dolores accederá a fotografiar a los muertos con la intención de recuperar la propia naturaleza de los recuerdos que todavía la unen a Luis, recuerdos que, más allá de las vivencias, quieren convertirse en una clase de experiencia íntima donde la fotografía y la trascendencia de lo inerte pueden llegar a fusionarse.

Junto a esta insidiosa trama narrativa, existe una escenificación del desastre ecológico del Mar Menor y de los estragos que ocasionaron las inundaciones de la DANA; rasgo característico de la narrativa de Miguel Ángel Hernández que hizo ya de Intento de escapada, una lectura no solo dirigida solo a las fruslerías que nos brinda a veces el arte contemporáneo, sino también a la marginación y utilización que sufren los inmigrantes desclasados. 

No obstante, si bien hay un importante valor lírico en estas secuencias, percibo que el ritmo se ralentiza, pues rompen, en muchos momentos, la fluidez de un adecuado ritmo narrativo que la intriga y la morbosidad de la historia de Clemente y Dolores producen. He de decir que, una vez acabada la novela, se entiende también el porqué de estas secuencias: es ahí donde Anoxia se convierte en una reflexión profunda sobre la propia condición humana. Algo parecido a lo que encontré en Instante de peligro. Pero, en Anoxia, hay más interés por demostrar que la narrativa no solo es dinamismo, sino también un ensayo filosófico en la que el paisaje nos absorbe o nos defenestra hasta el punto de confundirnos con su materialidad. La fotografía es un instante que intenta escindirnos del tiempo y del espacio a la vez que deja constancia que no podemos ser otra cosa que eso: tiempo y espacio, materia, ceniza entre las yemas de nuestros dedos. @mundiario

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