¿Solo hay un Berlusconi?

Lo sucedido en Italia con las fiestas privadas del primer ministro Silvio Berlusconi y lo que vimos en Gran Bretañ
¿Solo hay un Berlusconi?

Lo sucedido en Italia con las fiestas privadas del primer ministro Silvio Berlusconi y lo que vimos en Gran Bretaña con los gastos privados de diputados conservadores y laboristas e incluso de miembros del Gobierno de Gordon Brown, a cuenta del erario público, han causado un gran escándalo en España, como si aquí estuviésemos todos inmaculados. A veces no nos damos cuenta de que la diferencia no está tanto en los hechos, como en el conocimiento de los mismos. Es verdad que el caso de Berlusconi se mezcla con tantos ingredientes, incluso morales, que cuesta plantear la comparación, pero no por ello deja de resultar estimulante para que su desmadrado ejemplo ayude a poner coto a otros pequeños desmanes que nos caen más cerca.


A menudo, en España suele decirse que el control de los gastos de los políticos equivale a administrar el chocolate del loro, sin asumir que si ese fuese el referente tendríamos demasiados loros. Bastarían unas cuantas preguntas para que nos pongamos en situación: ¿Cuántos coches y aviones oficiales cubren exclusivamente viajes oficiales y no particulares o del partido de turno? ¿Cuántas dietas son reales y cuántas se justifican sin fundamento alguno? ¿Cuántas cenas de políticos con sus amigos son abonadas a cuenta de todos los contribuyentes? ¿Cuántos restaurantes se pasan varios pueblos en las facturas de las comidas de los políticos, sabiendo que nadie las controla, empezando por el que firma, que ni mira la cuenta? ¿Cuántos regalos privados de los políticos se convierten en institucionales?


Pero del mismo modo que puede echársele en cara a nuestra clase política el dichoso chocolate del loro, también habría que reconocer que sus salarios no siempre se corresponden con el valor y la importancia de las tareas que desempeñan, en parte porque se igualan sus retribuciones por niveles, sin reparar en que nada tiene que ver un ministro o un conselleiro que administre miles de millones de euros con otro que apenas tiene competencias.


Está bien que nos rasguemos las vestiduras con Berlusconi, que actúa como un señor feudal que confunde su finca con Italia, pero de paso podríamos aprovechar para corregir la infinidad de desmanes con los que convivimos cada día en toda España, sin que esta materia sea fácil distinguir a unos colores políticos de otros.


En el caso de Galicia, la Xunta y sus empresas públicas tienen en este sentido el mejor escenario posible para acreditar que aquí no hay desmanes con los fondos públicos, de manera que no afloren casos como los del equipo de Gordon Brown ni se regeneren viejos clientelismos. Menos aún la hipocresía.


Yendo a un mitin de su partido en un coche del PP, el presidente Núñez Feijóo ya ha dado algún ejemplo personal que merece valorarse. Quizá también acierte si vigila lo que sucede a su alrededor, tanto en la Xunta como en algún organismo provincial bajo control del Partido Popular.