Siglo XXI en Cataluña y Galicia

Hace casi dos años, una encuesta de El Periódico de Catalunya venía a concluir que los españ
Siglo XXI en Cataluña y Galicia

Hace casi dos años, una encuesta de El Periódico de Catalunya venía a concluir que los españoles no entienden a los catalanes o, mejor dicho, no entienden su realidad. La incomprensión siempre hay que lamentarla, porque no suele conducir a nada bueno, pero en este caso quizá hay que lamentarla especialmente, teniendo en cuenta la dimensión de Cataluña por sí misma y, a la vez, su condición de motor de la ahora maltrecha economía española. Si Cataluña va mal, España también puede ir mal. Después de todo ese tiempo, seguramente nadie va a atreverse a decir que el clima descrito en aquel sondeo ha mejorado con el paso de los meses. Más bien cabe intuir lo contrario, ya que solo hace falta ver como está el patio con la financiación autonómica y la decisión del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Autonomía de Cataluña; es decir, toda una ley orgánica del Estado.


La financiación autonómica parece encarrilada pero sigue en el aire, con riesgos de que se infrinja el mandato del Estatut, especialmente la garantía de un acuerdo bilateral Estado-Generalitat, en la medida en que puede ser aprobado por otras comunidades. A su vez, una sentencia que descafeine el Estatut añadiría más leña al fuego. Como dice el notario Juan-José López Burniol, uno de los más finos analistas políticos de Cataluña, la única salida clara al atolladero en que se encuentra, desde hace más de un siglo, la estructura territorial de España es el Estado federal. Pero lo que para los catalanes es una evidencia, no deja de ser un problema para buena parte del resto de los españoles.


Dado el desarrollo autonómico y una vez aprobado el Estatut, España es, de hecho, un Estado federal que, curiosamente, no se quiere llamar así a sí mismo, lo cual contrasta con el hecho de que haya universidades en Europa que estudian España como tal. En realidad, tampoco se trata de hacer de todo esto una cuestión puramente nominalista, porque hablamos de algo mucho más profundo. Digamos que España es un Estado compuesto por naciones y regiones, que además se ven a sí mismas así, es decir, que Murcia se ve región y se siente muy cómoda, Castilla La Mancha también se siente a gusto viéndose como se ve; pero Cataluña y no digamos el País Vasco, o incluso Galicia, se ven de otro modo. Y ahí está la clave de muchas cosas que siguen sin resolverse tras siglos de debate, debido a la incomprensión del propio problema, que en algunas zonas de España parece un mero artificio cuando en Cataluña es algo esencial. En Galicia, especialmente en los tiempos que corren, el debate está más bien en si la vocación de este país es ser como Murcia o como Cataluña. Escuchando al conselleiro de Educación y leyendo las declaraciones del titular de Cultura –hoy mismo en Xornal–, la verdad es que incluso echamos de menos a Fraga, pero nos queda el consuelo de que ellos no son los únicos gallegos del mundo. No depende, pues, de ellos, sino de todos los gallegos.

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