El Papa hizo su papel, la clase política no

Más que lamentar el discurso del Papa, que es coherente, hay que analizar las actuaciones de los políticos
El Papa hizo su papel, la clase política no

Más que lamentar el discurso del Papa, que es coherente, hay que analizar las actuaciones de los políticos que representan a los ciudadanos de un Estado aconfesional


El Papa está en España, donde ha hecho lo que de él se esperaba: reivindicar su condición de peregrino en Compostela, abanderar una mayor presencia de la religión en la vida pública y criticar el laicismo. Entra dentro de la lógica todo su discurso, del mismo modo que el compromiso de sus seguidores católicos, a los que Benedicto XVI animó por cierto a seguir apoyando las obras sociales de la Iglesia en una España y una Europa menos materialistas. Todo de libro. Como mucho podría criticársele que no ampliase su discurso a toda la sociedad, teniendo en cuenta que ésta le muestra en general mucho respeto, consideración y hospitalidad. Así, asuntos como la igualdad de las mujeres o la lucha contra la pederastia siguen pendientes de soluciones justas y, en el peor de los casos, de una profunda autocrítica por parte de los líderes religiosos.

La reivindicación de la autonomía del poder civil, que la Iglesia católica no siempre respeta, corresponde en cualquier caso a los verdaderos representantes de los ciudadanos. Por eso mismo, los que deben revisar su papel son aquellos que representan al Estado, que es aconfesional, aunque a menudo no lo parezca, prestándose a una representación pública y un entreguismo económico que rebasa la obligada cortesía que debe tenerse con un líder religioso con rango de jefe de Estado. La clase política española incumple a veces los mandatos constitucionales que finge sacralizar y contradice su política con sus gestos, en una evidente representación de falsos consensos. ¿Qué quiere decir por ejemplo el vicepresidente socialista Rubalcaba cuando le ofrece al Papa \"total colaboración\", mientras el sucesor de Pedro le echa en cara un supuesto \"laicismo agresivo\"? ¿A qué viene la mezcla de asuntos religiosos y políticos que desliza el Príncipe y futuro jefe de Estado en su discurso? ¿Debe financiar la Xunta del popular Núñez Feijóo el grueso de un acontecimiento religioso?

Si hubiera coherencia política, respeto a la Constitución y una diferenciación clara entre la Iglesia y el Estado, muchos de los debates estériles que rodean la visita del Papa Benedicto XVI no tendrían lugar, máxime cuando el jefe de una de las grandes confesiones religiosas reporta beneficios no solo a la comunidad católica, sino al conjunto de la sociedad, tanto por su indiscutible proyección internacional como por su capacidad de atracción de viajeros y peregrinos, aunque visto lo visto en Santiago tampoco fue para tanto.

Para el Gobierno de Feijóo tuvo que resultar frustrante que el principal periódico español y el más influyente fuera del país centrase su análisis de la jornada del Papa en Galicia en que su inversión de tres millones de euros para convertir esta comunidad en el centro de la atención mundial se saldase con la decepción de comerciantes, hosteleros y fieles, teniendo en cuenta que las expectativas eran muy superiores. Esa mirada crítica de El País empañó sin duda la buena imagen que llevaron al mundo los profesionales de la televisión autonómica, en una demostración más de su capacidad técnica, bajo la dirección de Tino Santiago.

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