ORGULLO DE CURA GAY

Los sacerdotes católicos suelen ser gente bien entrenada en el arte de irse por las ramas y de esquivar las cuest
Los sacerdotes católicos suelen ser gente bien entrenada en el arte de irse por las ramas y de esquivar las cuestiones más conflictivas. Dicen que en una ocasión intentaron averiguar la tendencia política de un cura rural poco antes de la Guerra Civil. Le preguntaron: "¿Y usted, padre, qué prefiere, la extrema derecha o la extrema izquierda?". Y el hombre, diplomático, contestó: "La extrema unción".

No sé si la anécdota es real. Yo he visto un chiste gráfico del genial Quesada muy parecido a esta historia. Pero en este caso, como en el de la religión, poco importa lo que es cierto o no, sino lo que uno crea o deje de creer.

Hay un cura en un pueblo de Huelva que dice creer en la religión a la que pertenece pero no comparte alguno de sus principios. Recientemente ha confesado que es homosexual y, además, que no guarda su voto de castidad. La actitud del este sacerdote es positiva por cuanto suscita un debate social sobre la normalización de la homosexualidad en la sociedad y otro debate sobre la hipocresía que casi desde el comienzo de su historia ha hecho mella en la Iglesia Católica.

Sin embargo, este cura es un estafador. Puede ser homosexual y vivir el cristianismo con el mayor fervor que pueda y quiera. Al fin y al cabo, la forma de entender su relación con Dios es algo personal. Pero lo que no puede hacer es timar a la Iglesia Católica y pretender jugar a su juego saltándose las reglas. Decía un lector de Xornal.com que él, si fuera judío, no se inscribiría en un grupo neonazi. Si quieres darle patadas al balón en tu casa, es tu problema, pero si lo haces en un partido de baloncesto es una traición hacia tus compañeros.

No tanto la opción sexual como la promiscuidad que manifiesta constituye una falta de respeto a la Iglesia Católica a la que ha consagado su vida.

De todas formas es, probablemente, una falta de respeto menor de la que la Iglesia Católica manifiesta no sólo para los de su condición gay, sino para todos los que no piensan como ella, y que parte de la prepotencia del que usurpa el papel de Dios y se cree capaz de reescribir sus leyes y releer la naturaleza en función de éstas.

De esta forma, la Iglesia ve con malos ojos la creación de leyes que tienen cabida en los marcos de convivencia que exige la sociedad, pero que son contrarias a sus creencias. Si a usted no le gusta lo que ponen en la tele, cambia de canal. O la apaga. Pero luchar por romper la antena comunitaria es un atropello a la convivencia. Si a usted no le gusta el divorcio, no se divorcie, pero no lo condene en términos absolutos, porque es una grave falta de respeto para con sus vecinos.

Para monseñor Gea-Escolano, cuya mentalidad trasnochada no merece el eco mediático que tiene, la homosexualidad es un fallo de la naturaleza, como la sordera o la ceguera. Probablemente, el único fallo de la naturaleza es el ser humano. O, mejor, el ser inhumano, el incapaz de respetar la diferencia, el que vive con el corazón enfermo de los intolerantes.