Ante un nuevo Papa para el siglo XXI

La Iglesia española eligió no hace mucho a su nuevo líder y, para sorpresa de todos, no sigui&oacut
Ante un nuevo Papa para el siglo XXI
La Iglesia española eligió no hace mucho a su nuevo líder y, para sorpresa de todos, no siguió la línea de continuidad del conservador Rouco Varela, sino que apostó por un hombre pragmático como el obispo de Bilbao, Ricardo Blázquez, capaz de entenderse con el Gobierno socialista y de convivir con el nacionalismo en Euskadi. Salvando todas las distancias, podríamos plantearnos ahora si la Iglesia española se anticipó al cambio o, por el contrario, en el Vaticano todo seguirá más o menos igual tras la muerte del papa Juan Pablo II.

Ambas situaciones no son globalmente comparables, pero de algún modo sí pueden serlo. La Iglesia suele tener siempre un enemigo -lo fue el comunismo en el caso de Karol Wojtyla-, y ahora aún ha de definir cuál es, de modo que el perfil del nuevo Papa encaje con las necesidades de la Iglesia en el mundo. Un potencial enemigo son los excesos del capitalismo, pero tampoco es adversario pequeño el crecimiento del mundo islámico e incluso el de las sectas. Sea cual sea la opción elegida, parece difícil que el nuevo Papa sea más conservador que Juan Pablo II en materias como familia y sexo, divorcio, aborto -al que llegó a calificar de crimen nazi-, las relaciones homosexuales, los avances genéticos o la eutanasia. Hay cosas que parecen de sentido común; máxime cuando ni siquiera entre los creyentes es mayoritario el seguimiento de las instrucciones de la Iglesia católica, especialmente en materia de sexualidad. Es una batalla perdida, frente a todas las edades, sostener en el siglo XXI que el sexo tiene únicamente razón de ser -e incluso utilidad- por su función reproductiva.

Por eso mismo, un Papa más abierto al mundo, dispuesto a luchar contra las injusticias de la globalización y más tolerante con los hábitos y la vida de la gente tendría el empleo asegurado en la Iglesia de hoy.