Garzón y Grande Marlaska

En la España de Felipe González, los llamados jueces estrella comenzaron a hacerse populares cuando los p
Garzón y Grande Marlaska
En la España de Felipe González, los llamados jueces estrella comenzaron a hacerse populares cuando los políticos dejaron de dar la talla. De hecho, fue en esa época cuando saltó a la fama el instructor Baltasar Garzón, quien por momentos evocó la figura de un nuevo Robin Hood que se descafeinó cuando aceptó ser él mismo gobernante al servicio del partido y del Gobierno de González.

Ahora que Garzón vuelve a España tras algo más de un año en Nueva York, su sucesor, Fernando Grande-Marlaska, aviva su proyección mediática y toma decisiones cuando menos controvertidas. A punto de ceder el juzgado número 5 de la Audiencia Nacional a Garzón, Grande-Marlaska ha dictado dos autos prohibiendo la participación de Arnaldo Otegi en un foro de debate de El Periódico de Catalunya y deteniendo a dos empresarios navarros por pagar el impuesto revolucionario, aunque no tardaron en quedar en libertad. Y no sólo eso: también citó a Gorka Aguirre, de la ejecutiva del PNV, como imputado por presunta colaboración con ETA, y convocó como testigo a una figura histórica del nacionalismo vasco, Xabier Arzalluz.

En medio de altas dosis de pulsiones sectarias en distintos frentes, es tal la judicialización de la política española que el clima democrático amenaza tormenta. Sin renunciar al debido respeto a la justicia, España seguramente iría mejor si devolviera a la política lo que es de la política. Y no sólo ahora que están en juego tantas cosas sensibles, sino siempre. Lo curioso del caso es que, en el fondo, eso depende de los políticos y de las leyes que ellos mismos hacen.