Euskadi admite algo más que simplismos

El regreso de la ilegalizada Batasuna a las instituciones ha vuelto al debate político, esta vez en un cierto cli
Euskadi admite algo más que simplismos

El regreso de la ilegalizada Batasuna a las instituciones ha vuelto al debate político, esta vez en un cierto clima de consenso entre todas las fuerzas democráticas, que tanto desde el País Vasco como desde el conjunto de España le exigen al brazo político de ETA que condene la violencia y renuncie a obtener ventajas políticas del posible fin de la banda armada, cuyo anuncio de alto el fuego es considerado como insuficiente.

Como sostiene un editorial de El País, diario que no es precisamente sospechoso de ser próximo al mundo abertzale, ni siquiera al nacionalismo, desde una perspectiva política, el momento exige ir más allá de simplismos como que “ETA controla todo lo que hace Batasuna”, o que “todo es ETA”, entre otras cosas porque ese tipo de simplismos desvalorizan el éxito de una política antiterrorista que ha conseguido abrir una brecha entre los intereses del brazo político y el armado. Toca, por tanto, hacer un trabajo político fino, sin brochas gordas, y hacerlo bien. Por supuesto, sin ingenuidad y con garantías, pero tampoco ignorando la realidad vasca, que es la que es desde hace mucho tiempo.

El nacionalismo democrático vasco es consciente de que una parte importante de la ciudadanía aspira a mayores cotas de autogobierno y anhela que se le permita decidir, en un escenario de paz y libertad para todos, su propio futuro. Y es precisamente por ello por lo que sigue en el aire un nuevo estatuto, tras los fracasos del PNV, ahora en la oposición en Euskadi pero con una gran capacidad de influencia en Madrid. De hecho, los nacionalistas vascos preparan ahora su séptimo aval a las cuentas del presidente Zapatero en siete años.

El Estatuto de Gernika no fue una carta otorgada sino el fruto de un pacto político: de Euskadi con el Estado español y entre los propios vascos. No en vano ha sido un lugar de encuentro entre sectores nacionalistas y no nacionalistas, así como expresión del pluralismo vasco, característica fundamental de la Euskadi del siglo XX.

Todo parece indicar que unos y otros avanzan ineludiblemente hacia nuevos puntos de encuentro sociales y políticos, partiendo como es habitual en este tipo de procesos de radicalismos dialécticos, más para la galería que para la mesa de negociación. En algún momento, por ejemplo, el PNV reanudará su tradición política predominante durante el siglo XX, caracterizada por la moderación, el autonomismo y las alianzas con fuerzas no nacionalistas, y no sería de extrañar que EA cumpla un papel determinante en la salida de la situación actual.

ETA ya no pretende negociar el futuro político de Euskadi a cambio de una tregua, porque sabe que en Madrid no hablarán de eso pero también por algo no menos importante, que ya subrayó Josu Jon Imaz hace tiempo: la sociedad vasca no lo aceptaría. Haciendo un símil, el propio Imaz lo explicaba así: la tregua de ETA sería como un coche de segunda mano que quiere vender negociando políticamente su valor. Y no se trata de pagar un millón o medio millón por ese coche, sino de que ETA lo dé de baja y, por tanto, desaparezca. Después ya habrá tiempo de hacer política.

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