Espera de aeropuerto en tiempos de pandemia
Nuestro querido amigo Obdulio nos trae hoy una historia que, dice él, es pura realidad objetiva. Aquí se las dejo, por si les toca pasar por algo similar.
Sábado 9 de enero, Terminal J del Aeropuerto Internacional de Miami. Llevo cuarenta y cinco minutos esperando por mi esposa a la salida de Vuelos Internacionales. Mayeya regresa de una breve visita a su familia y, al parecer, he llegado demasiado temprano. Al minuto cuarenta y seis de espera, comienzan a salir (¡al fin!) los viajeros del vuelo de tres dígitos que los ha traído a Miami.
Aguardo a mi esposa con ansias, porque no la he visto en dos semanas. O sea, una eternidad. Espero, además, que no demore mucho, porque es hora de almuerzo y tengo un hambre que no veo. Mi falta de visión aumenta cuando noto que todos los viajeros vienen con tapabocas, por lo que no es fácil distinguir una persona de otra. Luego de un rato de revisar cara tras cara, siento que la vista se me nubla, no sé si por la interminable procesión de rostros cubiertos o por el hambre que ruge en mi estómago.
Busco a una mujer de mediana estatura y pelo largo, pero todas las pasajeras se me antojan pelilargas y de estatura promedio. Y todas traen tapabocas. Me niego a utilizar los términos nasobuco, barbijo o mascarilla. Los dos primeros me parecen blasfemias adoptadas de otro idioma y el tercero me recuerda lo que les hacen a los difuntos famosos en yeso. Y eso no me gusta ni un poquito.
Pasan ante mis ojos decenas de mujeres de mediana estatura, pelo largo y tapabocas; tantas, que asumo que son las mismas que salen, regresan por una puerta secreta y vuelven a salir. Todas me recuerdan a Mayeya, pero no alcanzo a dar con la mía.
Por fin la veo. Viene sonriente, supongo, por la forma que achica los ojos cuando me ve. Yo también sonrío debajo de mi protector naso-bucal. Me acerco a ella, listo para abrazarla, cuando de repente siento un halón de orejas por detrás. Me volteo y, oh sorpresa, aquí está la auténtica Mayeya.
—¿A dónde vas? ¿Se te perdió alguien?
—No, mi amor, ¿cómo crees...? Pensaba que... pero ¿qué te hiciste en el pelo?
—Me lo corté. ¿Te gusta?
—Por supuesto que sí. Te queda bello. ¿Quieres ir a almorzar?
—No. Me comí un sándwich en el avión. Vamos para la casa, estoy cansada. ¡Y ni se te ocurra quitarte el tapabocas! Puedo ser asintomática y contagiarte sin querer. Por cierto, esta noche tenemos que dormir separados, hasta que me haga el test del Covid y dé negativo. Uno nunca sabe.
Me quedo callado y doblemente hambriento: ni almuerzo apetitoso, ni celebración ídem esta noche. El comienzo del nuevo año se ha ensañado conmigo.
¿Por qué a mí? @mundiario