Arquitectura y felicidad

Oporto. Plaza de Largo de Sao Domingos
Plaza de Largo de São Domingos en Oporto. / Mundiario
Hay razones para democratizar la buena arquitectura como bien público que repercute en el bienestar social.

En la mañana de ayer, tomando un refrigerio, charlaba con una profesora de la Universidad de A Coruña sobre el bienestar subjetivo; que es el término académico empleado para aludir a la felicidad y a la satisfacción vital. Durante la conversación salieron a relucir las variables que se tienden a identificar como determinantes de la felicidad. Por mencionarlas con rapidez, se consideran significativos los siguientes indicadores: la salud, el estado civil, las relaciones sociales, el empleo, el grado de religiosidad, la percepción de seguridad, la confianza, el salario (con matices), …; y otros.

Es precisamente ese “y otros” lo que comentaremos en este artículo. Porque los estudios ad hoc también recogen factores como el grado de educación, la edad, …, e incluso la atmósfera en la que desarrolla su vida el sujeto. Dentro de esa atmósfera se puede hablar del sentido de arraigo, del tamaño del municipio, e incluso, yendo un poco más lejos, de la conformación arquitectónica y urbana del pueblo, la villa o la ciudad de residencia.

Centrándonos en este último punto, los estudios sobre capital social y las actuales técnicas de planificación urbana otorgan importancia a la implementación de amplias aceras y a la peatonalización de calles, todo ello con el fin de repercutir en la ciudadanía, en la relación social y en la llamada calidad de vida. Pero, sin extendernos en motivos paralelos, en la charla con esta docente y psicóloga salió a relucir este asunto específico de la arquitectura y la felicidad.

"La belleza es el resplandor de la verdad. Y sin verdad no hay arte”

Profiriendo un ejemplo muy simple, planteé que en mi opinión y ceteris paribus, despertarse cada mañana en una amable rúa del casco antiguo de una hermosa ciudad o pueblo, influye en el bienestar subjetivo de modo diferente a hacerlo en un edificio de una barriada sombría, perdida, antiestética e impersonal; por muy cualificada que sea la construcción. Recordé también una popular cita de Antonio Gaudí, que se remonta a Santo Tomás de Aquino, “la belleza es el resplandor de la verdad. Y sin verdad no hay arte”.  Pensé que caer en el puro interés utilitarista y económico, propio de muchos constructores y políticos, tiene el potencial de desembocar en ese levantamiento de agrupaciones de edificios que pudiendo ser funcionales no son armónicos ni amables a la persona.

Traigo a colación un párrafo escrito por E. J. Mishan en su obra Los costes del desarrollo económico (1976): “[…] la arquitectura de la ciudad influye en el humor y el carácter de los ciudadanos, y […] el orgullo cívico y el sentimiento de comunidad puede inspirarse mediante la arquitectura de una ciudad, […] es deseable para nuestra civilización que la iniciativa del diseño de nuestras ciudades no resida en meros intereses comerciales y su aprobación por las autoridades municipales”.

Casualidades de la vida hoy mismo me he topado de modo fortuito con otro libro, en este caso de la autoría de Alain de Botton y titulado La arquitectura de la felicidad (2006). Trata precisamente del tema que nos ocupa: el efecto de la arquitectura en el estado de ánimo y el comportamiento. Señala De Botton que a menudo se ha obviado hablar de las consecuencias psicológicas de la arquitectura en el bienestar; siendo un motivo igual de sustancial que la funcionalidad, la calidad y la seguridad de aquello que ha sido construido. 

Me despido con una anécdota de esta misma mañana. A la venta una bonita casa antigua, rehabilitada, en una villa marinera cercana a A Coruña. Tiene buen precio y una huerta-jardín de 200 m2; un lujo teniendo en cuenta su ubicación en medio del pueblo. Eso sí, lo que desde la huerta se vislumbra en lontananza es un haz de moles edificios nuevos que rompen la escala del lugar.

Son muchas las personas que por circunstancias no viven y/o no pueden vivir donde les gustaría. Otros dirán que este tema no les importa. Mas, ello no puede ser un argumento para eludir un debate sobre algo trascendental que afecta al individuo, genera en externalidades y perdura en el tiempo. Mi opinión es hay que democratizar la buena arquitectura como bien público que repercute en el bienestar social. @mundiario

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