Tolstói con fonendo

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Fonendoscopio. / Ico
El médico actual todavía está luchando a brazo partido con un ordenador que pese al descomunal avance tecnológico en que nos encontramos no le facilita las herramientas necesarias para que pueda hablar al paciente mirándole a los ojos.

Recientemente he tenido conocimiento de dos artículos de prensa que me han impactado. La fuerza del impacto ha sido importante porque los dos artículos eran complementarios y el tema de ambos era algo que me incumbe a diario, como médico. Además, al hilo de este 23 de abril, Día del Libro, viene que ni pintado para hablar del tema como ahora veréis. Os lo quería explicar.

El primer artículo, en la sección Galicia Debate de MUNDIARIO tenía el nombre de: La sanidad, de ayer y hoy y está escrito por Carlos Peña Gil. El breve curriculum describe al autor como cardiólogo, doctor, profesor y unas cuantas cosas más, igual o más importantes.

En ese artículo genial, nos retrata al médico actual; al que vemos en la consulta del ambulatorio y que después de varios siglos de avances científicos y tecnológicos increíbles, en una época de la que hablarán dentro de 30 años como el punto de inflexión de la manera en cómo entendemos y afrontamos el mundo en cuanto a la robótica e inteligencia artificial; ese médico pues,  todavía está luchando a brazo partido con un ordenador que pese al descomunal avance tecnológico en que nos encontramos no le facilita las herramientas necesarias para que pueda hablar al paciente mirándole a los ojos y explicarle con palabras inteligibles y amables en qué situación vital se encuentra.

El segundo artículo es de vísperas del día de Sant Jordi. Lo publicaba La Vanguardia con el título de: Las lecciones de Tolstoi en la facultad de Medicina. Casi me echo a llorar. En el artículo se hace referencia a que la Univesitat Pompeu i Fabra de Barcelona, una de las más prestigiosas de la capital catalana, propone una materia optativa de Humanidades para “devolver el alma a la profesión médica”.  Y se discute sobre qué valor puede tener en la formación de un buen médico, además de los conocimientos científicos imprescindibles, el estudio de otros asuntos más humanos. 

Es decir, que quizás pueda ser también importante conocer La muerte de Ivan Ilich de Tolstói. O dicho de otra manera, el médico que acabe la carrera y tenga los conocimientos científicos y técnicos suficientes, ¿de verdad que no necesita saber qué pasa por la cabeza de Ivan Ilich, en su proceso hacia una muerte inexorable, para poder comprender y empatizar con esos pacientes con los que tendrá que enfrentarse en su vida profesional?  ¿Es irrelevante Tolstói en la formación de estos médicos? Hasta ayer casi lo era.

Pero, ¿para qué? Preguntarán algunos o quizás, lamentablemente muchos. En esta nueva era de robots e inteligencia artificial, se entrevé un desconcertante futuro en el que un robot con los algoritmos necesarios, podrá interrogar y diagnosticar a un paciente

Podrá darle la solución a sus problemas casi con la facilidad de un click. Y, sin embargo, a día de hoy, en vez de ese futuro esplendoroso, nos encontramos con este presente desconcertante en que un médico en su consulta, tiene que resolver problemas burocráticos con su ordenador mientras un paciente, al otro lado de la mesa, con un cáncer de páncreas, una cardiopatía isquémica o una disfunción del trasplante renal, no entiende qué le pasa; no sabe porqué ese sabio con bata blanca no cesa de teclear en el ordenador y tampoco logra asimilar la escasa información, en forma de dos rápidas, escuetas e ininteligibles frases con que el sabio de bata blanca le sentencia.

Y es así que estos dos artículos hablan de un mismo problema importante y son complementarios. Ese médico en su consulta necesita de manera prioritaria sistemas que implementen sus capacidades profesionales y que le sirvan de ayuda inmensa y no de estorbo para dedicar tiempo a pensar en el problema del paciente y también a podérselo explicar. Pero, entonces, si por un golpe de magia tuviéramos todos esos avances ya implementados, ¿para qué carajo nos hace falta Tolstói? ¿De verdad que nos hace falta un ruso llorón del diecinueve?

Yo creo que no es discutible. Creo que es indudable que nos hace falta Tolstói. Creo que nos hace falta a todos, seamos médicos o fontaneros. La diferencia es que, si somos médicos, entonces es imprescindible conocer a Ana Karenina.

En la era futura, que está a la vuelta de la esquina, en la que un robot le diga a nuestro paciente que tiene una recidiva de su nefropatía IgA en su trasplante renal, ese paciente estará más falto que nunca de una persona, de su confianza, empática, que entienda su problema médico, pero necesitará perentoriamente a alguien que entienda su problema personal y humano y sea capaz de trasmitírselo. 

Lo verdaderamente triste y preocupante es que, en la consulta de hoy, abril de 2023, los médicos nos estamos convirtiendo en esos robots deshumanizados, sin ni siquiera poseer los algoritmos facilitadores de diagnósticos y en cambio, con la misma, preocupante y escasa empatía que desprenden las máquinas. Por eso necesitamos a Tolstói y ¡claro que sí¡: a Cervantes y a Galdós. Si, sin ninguna duda. No hace falta discutirlo ni debatirlo de forma estéril durante años: ¡pónganlos ya, por Dios!

Un médico no puede serlo de verdad sin saber interpretar un electrocardiograma o un equilibrio ácido-base, pero, ¿de verdad que puede enfrentarse con su título de medicina, delante del paciente, sin haber leído Diario de un joven médico de Bulgákov, en que vemos cómo un imberbe recién licenciado médico se enfrenta a la práctica de la medicina rural en la Rusia prerrevolucionaria? 

Un médico que aspire a serlo de veras, posiblemente necesite leer y conocer quién es Augusto Miquis, el maravilloso médico de la Desheredada de Galdós, y sabrá entonces qué es la medicina y a qué médico habría que parecerse. 

Hay que leer Dr. Arrowsmith, de Sinclair Lewis y aprovecharse de la suerte de que John Ford la llevara al cine para poderla ver también. ¿Quién quiere ver House estando Dr. Arrowsmith de Ford?

Como médicos, lean por favor la familia de Leon Roch de Galdós, para visualizar el cuadro clínico de la difteria; o veamos como en un dibujo, la descripción de la epidemia de cólera en el episodio nacional de un faccioso más y algunos frailes menos, también de Galdós, dónde se narra una matanza de frailes a los que se acusaba de envenenar las aguas de Madrid y causar la epidemia. 

Animémonos a descubrir las desventuras de Sancho Panza tras probar el bálsamo de Fierabrás, siguiendo el consejo del triste figura de su amo. Pero no sólo es necesario leer, ver películas con temas médicos para que nos sea útil. Un médico culto sin conocimientos científicos es inútil pero un médico sabio sin la cultura y humanidad necesaria, ¿no es un poco manco?

Evidentemente no será preciso estudiar literatura rusa para ser un buen médico, pero, sin Tolstói, Cervantes, Galdós, Balzak, y tantos otros, ¿no seremos peores médicos?, sobre todo en un mundo que ya está a la vuelta de la esquina y en el que lo humano cada vez parece más prescindible y a la vez, creo que más pronto que tarde se reinvindicará como fundamental. Además, y por concluir, como médicos, ¿de verdad sería tan traumático tener que estudiar a Tolstói en tercero, algo de Cervantes en cuarto y a Galdós en quinto de medicina? Es hora hoy, veintitrés de abril, de solicitar, reivindicar y reclamar de manera muy sutil todo esto. 

Así pues: ¡Arriba médicos de la tierra!: No hay medicina sin Tolstói. ¡En pie, médica legión!: Ni un fonendo sin Cervantes. Agrupémonos todos en la lucha final: Galdós pregunta de MIR. @mundiario

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