La pandemia generada por la Covid-19 ha demostrado la precariedad de las residencias

Dos jubilados. / huffingtonpost.es
Dos ancianos jubilados. / huffingtonpost.es

Los mecanismos de subida de pensiones se negocian con los empresarios y con los sindicatos pero no con las organizaciones de pensionistas.

La pandemia generada por la Covid-19 ha demostrado la precariedad de las residencias

El modelo social que regula nuestro comportamiento se basa, esencialmente, en el sistema productivo, que es el eje de la interpretación de la normativa social. El niño se forma y estudia para trabajar, el trabajador “vende” su fuerza de trabajo para poder ganar algo de dinero que le permita vivir, se organiza sindicalmente para defender sus derechos ante un esquema empresarial, heredado de la revolución industrial, donde la maximización del beneficio es el eje cultural de la gestión empresarial. El empresario invierte su dinero procurando optimizar esa inversión, para lo que, también, se integra en organizaciones empresariales desde las que gestiona su fuerza de lobby para conseguir que la legislación, o los poderes públicos, les tengan en cuenta en sus decisiones. Mejor, para que tengan en cuenta sus intereses.

¿Pero qué pasa cuando se sale del proceso productivo, bien por jubilación, bien porque nunca entró a causa de discapacidades personales que el llamado mercado laboral no desea asumir?. Pues lo que pasa es el vacío, la “retirada” discreta a la cuneta social, el silencio… simplemente se pierde la visibilidad social, estas personas dejan de ser consideradas en el horizonte político.

Los jubilados

Deseo centrarme en las personas mayores, los jubilados, pues quienes poseen algún tipo de discapacidad sufren, también, otro cenagal de invisibilidad social que, al abordarlo, extendería en exceso este análisis. También esta falta de atención social ocurre con la infancia y los estudiantes, que están fuera del sistema productivo, de ahí la débil atención en la política publica para la educación. 

¿Qué pasa con las personas mayores en este modelo social? Que se salieron del mecanismo productivo y ya no se ven. Son invisibles. Sus intereses, sus problemas, sus inquietudes, sus aspiraciones… han dejado de interesar a los poderes (políticos y fácticos) que rigen la sociedad. Estas personas quedan en la pista de espera para su despegue de la vida, quedan aguardando que todo se acabe; salvo si las crisis arrecian, entonces son sostén económico de las familias, desde sus escasas pensiones, o paraguas que tapa brechas para el cuidado de los niños porque los padres están de lleno integrados en el sistema productivo, que tanto se resiste a conciliar necesidades personales o familiares. Pero son, sostén económico o paraguas, invisibles socialmente.

Invisibilidad

¿Cuáles son las variables de esta invisibilidad? Existe un concepto social que connota esta exclusión de los mayores, calificándolos como alguien que está ahí, fuera. Es la calificación de “anciano”, de “abuelos” (a veces se las llama “abuelitos”) significando, en quien lo dice, un grupo que está en la cuneta social cuyas características poco tiene que ver con quien les califica así. Grupo lejano y alejado de quienes toman decisiones políticas y, desde luego, económicas. Están fuera del modelo social, aunque se habla de ellos de vez en cuando. Sin que eso cuestione ninguno de los elementos esenciales del modelo. Los ancianos son improductivos. Y esto preocupa a los que gobiernan o influyen en ese sistema productivo, pues “las implicaciones financieras de que la gente viva más de lo esperado (el llamado riesgo de longevidad) son muy grandes”, según parece que se planteó en un informe del FMI.

La expresión más clara de ello, es el cuestionamiento de las pensiones que aparece en los titulares de forma sistemática. Los ancianos están ahí, fuera y son un peso para el sistema productivo.

Un problema grave

¿En dónde se les deja a estas personas? Aquí aparece el grave problema del modelo de las residencias y centros de día. El centro de día es una oferta de los ayuntamientos que se centra en recoger a las personas mayores para que pasen un rato tranquilos, con una cafetería barata o unos servicios asequibles. Pero ahí quedan, pasivamente “aparcados”. Las residencias actuales son –creíamos que eran– una modernización del viejo y menospreciado asilo. El asilo, en la cultura de las personas mayores, significaba abandono y soledad, retirada de la vida y esperar al final. Nadie quería ir al asilo si se pudiera agarrar a quien le pudiera dar ayuda, solo quienes iban ya no tenían apoyo familiar. 

La residencia se ha “vendido” socialmente como una renovación de ese concepto, dando connotaciones más familiares y de acogida, de calidez personalizada. Pero la pandemia generada por la Covid-19 ha demostrado la precariedad de estas residencias abandonando a la muerte a infinidad de personas, simplemente porque en el concepto de residencia no se incluía la asistencia sanitaria, adecuada y personalizada. 

La pandemia ha demostrado que esta renovación institucional fue más nominal que real, no ha sido en profundidad, pues la idea de un “aparcamiento” pasivo de personas mayores sigue continuada en la práctica.  Eso del envejecimiento activo no es una práctica de las residencias, salvo excepciones afortunadas. En este sentido, las residencias cuentan con personas mayores, pero sin la asistencia sanitaria, especialmente geriátrica, adecuada. Lo que ha permitido que el virus destroce vidas. Más aun, existieron prácticas, como parece que ocurrió en Madrid, que aconsejaban no hospitalizar a las personas enfermas por causa de la Covid-19. 

Todo apunta, pues, a un precario diseño de estas residencias que debe ser revisado. Desde luego, el modelo de residencia no tiene en cuenta el perfil y las necesidades de estas personas. La muerte se ha extendido en este tipo de personas, especialmente si vivían en alguna residencia. La pandemia ha hecho perder a España un año en esperanza de vida, y esto no parece inquietar a quienes tienen las responsabilidades políticas de tomar decisiones en favor de la sociedad. Lo que aumenta el drama social creado por el coronavirus y expresa la marginación social de las personas mayores.

Las pensiones

Las pensiones, salario real que les queda a quienes cotizaron para ello durante su vida laboral, son el único instrumento vital que les queda a multitud de estas personas mayores. Cotizaron desde su sueldo y ahora disfrutan de esa paga mensual. Es su sueldo, pero, paradójicamente, “otros” deciden la subida, bajada o congelación de lo que les corresponde sin que nadie les pregunte.  Lo que, en el mundo laboral seria incomprensible, salvo que los sindicatos no existieran. 

En estos momentos se están revisando los mecanismos de subida de pensiones, pero se negocia con los empresarios (CEOE y CEPYME, más cercanos a los fondos de pensiones privados) y con los sindicatos (CC OO y UGT, ubicados en la problemática de la relación laboral, por cierto, bastante precaria). 

Pero no se trata este tema con las organizaciones de pensionistas, que ya han demostrado su capacidad de movilizaron en todas las ciudades españolas bajo el lema “gobierne quien gobierne, las pensiones se defienden”. Todo para los pensionistas, pero sin los pensionistas. Este es un nuevo espacio de exclusión para estas personas, que afecta a sus condiciones vitales, pero sobre lo que no pueden opinar ante quienes toman las decisiones que les afectan.

Pasividad

El envejecimiento comporta pasividad, social y personal. Social porque ya no existen, están aparcadas estas personas en la cuneta social. Personal porque la autopercepción que tienen es que su opinión ya no cuenta, ya están fuera. Contra esta pasividad se ha generado un concepto nuevo, el envejecimiento activo. Pero este concepto aun no ha aterrizado en comportamientos operativos concretos, especialmente en los centros donde se ubican estas personas: centros de día y residencias. Todo refuerza su pasividad y exclusión social.

Las personas mayores son imprescindibles para la construcción social, ellas saben que su experiencia puede aportar, quieren aportar. Otra cosa es que socialmente no se perciba esa inquietud. Su capacidad de lucha, o de reivindicar su espacio social, suele ser debilitada, bien porque determinados políticos solo quieren que no estorben (El vicegobernador de Texas (EE UU) se declaraba dispuesto a dejar morir a los abuelos para salvar la economía) bien porque lo que se percibe en los valores dominantes es que no es a ellos a quienes se les pregunta ni se les busca. Eso conlleva un reforzamiento de comportamientos pasivos que, por sus condiciones económicas o familiares, son abusivamente reforzados. El envejecimiento activo debería estar como prioridad en las políticas públicas.

Consejos de mayores

En todas las sociedades, excepto en la nuestra, existieron los consejos de mayores, de ancianos, de sabios… que eran consultados para determinadas tomas de decisiones, que aportaban su saber acumulado, que trasladaban a los jóvenes el aprendizaje de los primeros pasos.

Actualmente existen experiencias de organizaciones de mayores que asesoran en el aprendizaje a los jóvenes emprendedores. Este saber acumulado no se niega socialmente, solo se oculta. La sociedad no puede reducir a estas personas a conceptos abstractos, como lo es el de “ancianos”, que apelan a que se queden al margen de la sociedad. No les puede dar el mensaje de que, como ya se ha acabado su vida activa laboralmente, se han de quedar al margen y esperen su final, ni se pude trasladar al colectivo social la idea de que estos “ancianos” quedan excluidos por sus discapacidades (movilidad, sensorial, de salud…). Quienes dicen defender la vida deberían darse cuenta de que esta exclusión es un crimen social. @mundiario

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