La Galicia despoblada no es un paisaje, sino una oportunidad

Paisaxe do rural abandonado en Galicia. / RR SS
Paisaxe do rural abandonado en Galicia. / RR SS
Mientras hay recursos por explotar y aprovechar, existen, en lugares más poblados -dentro y fuera de Galicia-, personas sin trabajo a quienes, con la preparación adecuada, se les puede ofrecer participar en proyectos productivos, e incluso en la tarea del cuidado de los mayores de los lugares despoblados.
La Galicia despoblada no es un paisaje, sino una oportunidad

De los 313 municipios que tiene Galicia, el 53,48% de la población habita sólo en 23: las ciudades de más de 20.000 habitantes. Eso significa que más de la mitad de la población habita en el 7,34% del total de municipios. Un signo de desequilibrio inquietante, que no puede dejarnos indiferentes frente a nuestro futuro. También significa que durante muchos años (pongamos, por ejemplo, todo el tiempo que llevamos de democracia) hemos estado haciendo algo mal. Tal vez que hemos concebido un desarrollo económico y social que ha seguido una línea estratégica desviada.

Si seguimos teniendo en cuenta los datos reales de nuestra población apreciamos otras muchas cosas que no debemos pasar por alto. Si nos atenemos a la superficie de Galicia (29.575 kilómetros cuadrados) resulta que en las provincias que más podríamos identificar con la Galicia interior -aunque sé que no es una definición ni exacta ni científica, pero sí muy expresiva-, es decir, Lugo y Ourense, que ocupan el 58,7% del territorio, vive apenas el 23,87% de la población. Por el contrario, el 76,35% de la población restante, ocupa el 41,91% restante del territorio.

Si esto lo convertimos a habitantes por kilómetro cuadrado, se hace aún más estridente: la provincia de Pontevedra, con 948.000 habitantes tiene una densidad de 209,42 habitantes por kilómetro cuadrado; la de A Coruña, con 1.120.000 habitantes alcanza los 140,91 habitantes por kilómetro cuadrado (es más extensa), mientras que Ourense, con 311.000 habitantes se queda en 48,85 habitantes por kilómetro cuadrado y la de Lugo, con 333.000 habitantes no alcanza los 34 habitantes por kilómetro cuadrado. La provincia más extensa es Lugo, que con casi 9.900 kilómetros cuadrados le saca 2.000 y 2.500 respectivamente a A Coruña y Ourense, y tiene algo más del doble que Pontevedra.

Un desequilibrio que afecta a los servicios, a la cultura y al ocio, y que puede terminar dañando seriamente a los cuidados: es decir a la calidad de vida. Y que afecta a las oportunidades mismas para la población. Y esta diferencia de calidad de vida y de oportunidades es, a la vez, un motor que contribuye a una mayor despoblación, a un creciente empobrecimiento y abandono, y a una continua disminución de servicios, que retroalimenta el círculo vicioso de más abandono y más despoblación.

En Galicia la media de personas mayores de 65 años ya es alta: un 25%. Pero ya sabemos cómo funciona esto de las estadísticas: eso significa que en la Galicia interior, o rural, ese 25% pasa en casi todos sus municipios a situarse entre el 32 y el 35%. Y lo mismo ocurre con los jóvenes: mientras en Galicia la media de menores de 20 años es del 16%, en una gran parte de municipios del rural esa media no pasa de una horquilla de entre el 5 y el 9%. Un porcentaje, además, falso en muchos casos, porque muchos jóvenes han de irse a la capital de la provincia, o a los municipios más poblados si quieren estudiar el bachillerato.

Una espiral que se convertirá en vertiginosa en menos de una década, debido a que un porcentaje de alrededor del 40% de las explotaciones agroganaderas se encontrarán sin relevo cuando sus dueños se jubilen: y están a punto de hacerlo.

Nos encontramos así con amplios territorios que tienen recursos naturales de los que hace apenas tres décadas vivía un número cuatro veces mayor de personas, y que ahora o están abandonados, o deficientemente explotados, y a punto de quedar sin uso. Y mientras, por ejemplo, en ciudades de 20.000 habitantes se organizan escuelas taller, cuya única finalidad es que un número determinados de jóvenes puedan asistir a los cursos y percibir las ayudas durante unos cuantos meses, sin esperanza de que en el horizonte haya ningún proyecto de trabajo concreto esperándolos.

No quiero estropearles a los lectores las Navidades, sino trasladarles unas muestras de una realidad que amenaza nuestro futuro. Con el ánimo de abrir un debate sobre qué debemos hacer. Porque siempre hay algo que hacer. Mientras se están quedando -y se van a quedar más- muchos recursos por explotar y aprovechar, hay, en los lugares más poblados -dentro y fuera de Galicia- personas que no tienen trabajo a quienes, dándoles la preparación adecuada, se les puede ofrecer participar en proyectos productivos, e incluso en la tarea del cuidado de los mayores de los lugares despoblados.

Se trataría, pues, de convertir el problema en solución, convirtiendo las múltiples soluciones a los muy variados problemas en oportunidades, tanto para salvar el rural como para generar empleo y medios de vida para quienes corren el peligro de quedarse atrapados por la marginación. Según Caritas, existen en España unos colectivos (parados de larga duración, perceptores del ingreso mínimo vial e inmigrantes sin documentación) que suman no menos de 2,5 millones de personas, a quienes hay que proponer medios de vida dignos y productivos, sacándolos del mundo de la subvención y ofreciéndoles formas de vida laboral y socialmente más dignas, y económicamente más productivas.

Es cuestión de pensar cómo (y existen muchas ideas concretas ya sobre la mesa), de poner manos a la obra, y de articular los mecanismos adecuados para hacer valer algo que -de no hacer nada- puede terminar convirtiéndose primero en una selva y más tarde en un desierto, una vez que el abandono haya propiciado el incendio. @mundiario

Comentarios