Las servidumbres de Rueda

Alfonso Rueda. / Mundiario
Alfonso Rueda. / Mundiario
Nadie podría forzarle a nombrar conselleiros a Diego Calvo y a Elena Candia, ni a situar en el número dos del partido a Baltar o a un significado baltarista. Sin embargo, y sin que ello suponga reconocer su debilidad, hará esos previsibles movimientos.
Las servidumbres de Rueda

Más claro no puede ser el mensaje que Feijóo le manda a Rueda. Su sucesor tendrá que ganarse el liderazgo con el trabajo diario en la Xunta y en el Pepedegá.

Aún siendo el preferido de su hasta ahora jefe, con la investidura formal en el Parlamento y su proclamación en el congreso de mayo no se convierte automáticamente en el líder natural de los populares gallegos. Los notables del partido aceptan darle la oportunidad de dirigirlo, pero no le aclaman, ni mucho menos le reconocen una autoridad que se derive del papel que hasta ahora ha jugado tanto orgánica como institucionalmente. Dispondrá de un tiempo prudencial para demostrar que su designación no fue un error y de un margen de confianza razonable para que pueda hacer los movimientos precisos con los que marcar territorio y autoafirmarse.

Pero de plenos poderes, nada. Como le habría sucedido a cualquier otro candidato, el pacto que entroniza a Rueda contiene algunas servidumbres implícitas y explícitas que él ha asumido y a las que tendrá que atenerse si quiere que su singladura arranque y transcurra sin sobresaltos.

La primera de esas servidumbres va de suyo. Rueda debe garantizar la continuidad en la línea política que inspiró los trece largos años de mandato de Feijóo en San Caetano. Incluso en los ámbitos en los que más incómodo se sienta.

Cualquier giro más o menos brusco de timón, además de cuestionar la legitimidad del propio mecanismo sucesorio, quebraría el principio de previsibilidad del que se benefició para resultar elegido. A mayores, supondría una injustificable amenaza para la estabilidad de la que siempre ha presumido el "albertismo".

Es legítimo que Don Alfonso quiera ser él mismo, que aspire a crear un perfil propio, a no ser visto como un líder tutelado, ma non troppo. Tendrá que tomárselo con calma, procurando que las decisiones que adopte, sean en el terreno que sean, no amenacen los engranajes que permitieron al PP de Feijóo encadenar cuatro mayorías absolutas.  

Al menos hasta que se haya ganado de verdad el liderazgo que asume, Rueda se sabe obligado a esmerarse en contentar a los hombres fuertes del PP en Galicia. No sólo a los barones, también a ciertos personajes de segundo nivel pero con reconocido ascendiente sobre la militancia.

Nadie podría forzarle a nombrar conselleiros a Diego Calvo y a Elena Candia, ni a situar en el número dos del partido a Baltar o a un significado baltarista. Sin embargo, y sin que ello suponga reconocer su debilidad, hará esos previsibles movimientos, y algunos otros gestos en la misma dirección, para así garantizarse el respaldo territorial del que hasta ahora carece y mantener una unidad interna que es clave para que la formidable maquinaria electoral de los populares siga convenientemente engrasada.

También tiene Rueda el reto de ganarse la legitimidad como nuevo presidente de la Xunta que la oposición le discute o directamente le niega. Ha de tender puentes de interlocución con el Benegá y Pesedegá, reconociendo el papel institucional de la oposición en el Parlamento y fuera de él, algo por lo que no se distinguió precisamente Feijóo. No puede quedarse en meros formalismos, en fotos de compromiso, sino que debe explorar la posibilidad de establecer grandes acuerdos en asuntos trascendentales.

Es cuestión de aprovechar la apertura de la nueva etapa que encarna el propio Rueda y la actitud constructiva de los actuales líderes nacionalista y socialista. Eso sí, aceptando la posición de cada cual. Guardando las formas, con elegancia, sin displicencia. Y con un mínimo de humildad. No por disponer de mayoría absoluta se tiene toda la razón. Y menos siempre. @mundiario

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