Rueda, gris oscuro

Alfonso Rueda. / Mundiario
Alfonso Rueda recibe el aplauso de su grupo parlamentario. / Mundiario

Ha pasado de refilón por el medio rural, la pesca, la ganadería, el naval y un largo etcétera, en un discurso que parece más hecho para salir del paso que para convencer.

El salto de Feijóo a Madrid deja Galicia en las manos de Alfonso Rueda, que será investido esta semana –mucho más por descarte que por liderazgo– presidente de la Xunta, en un proceso que es tan legal como legítimo en una democracia parlamentaria, pero que no puede ocultar la carencia de energía, entusiasmo y convicción con la que asume el relevo la derecha gallega.

Su discurso es un reflejo claro de esas carencias, empezando por su llamativa brevedad. Poco más de una hora para algo tan importante como el relevo en la presidencia de una comunidad histórica como Galicia después de 13 años de un liderazgo como el de Feijóo, caracterizado por el personalismo hasta el punto de que ninguno de los conselleiros más veteranos del actual gobierno gallego llega al 50% de conocimiento según una reciente encuesta y el propio Rueda rozaría el 46% después de casi tres décadas dedicado a la política en Galicia.

Despegarse de ese anonimato y de la sombra de Feijóo precisa algo más que una hora de vaguedades y autocomplacencia por parte de alguien que lleva toda su vida en política y a quien, al menos por ese hecho, cabría suponerle cierta profesionalidad. Habría exigido un discurso mucho más pulido y trabajado, con un diagnóstico pegado a la realidad y claves de futuro que han brillado por su ausencia.

Nada nuevo bajo el sol conservador de Galicia, reducido a un proyecto que ha definido en tres claves, “trabajo, familia y futuro”, que contrastan con la realidad que deja Feijóo, tan alejada de la Galicia impostada de la propaganda oficial como que desde el año 2009 hemos perdido 100.000 habitantes mientras España ganaba 800.000, representamos el 4,9% del PIB estatal mientras en 2009 éramos el 5,26% del conjunto y tenemos 60.000 ocupados menos mientras en el conjunto del Estado hay un millón más. Son datos oficiales, que puede comprobar cualquiera, así que proponer “trabajo, familia y futuro” cuando eres vicepresidente de un gobierno que ha dejado menos trabajo, menos familias y menos futuro en una Galicia menguante resulta muy poco estimulante y menos creíble aún.

El discurso, de una grisura rayana en la oscuridad, estuvo plagado de omisiones y tergiversaciones. Las palabras “política industrial” no fueron pronunciadas, como si dieran miedo, en un reconocimiento subconsciente de su ausencia en estos 13 años pero también en anticipo de la escasa vocación que por ella va a sentir el “nuevo” presidente, siendo la fábrica de Altri, que consumirá más eucaliptos en una Galicia en la que ya hay 187 millones de ejemplares de esta especie, la única apuesta económica clara de su discurso en un momento en que los fondos Next Generation son una ocasión única para modernizar nuestra economía.

La palabra transparencia tampoco fue pronunciada. Ni la corrupción, justo un día después de que el ex presidente de la diputación de Pontevedra Rafael Louzán viese confirmada su condena por prevaricación. La palabra contaminación, que caracteriza la realidad de ríos y rías, fue sustituida por una supuesta “mejora de la calidad de las aguas”.

La crisis climática no se mencionó ni una vez, reemplazada por una mención de pasada al más ambiguo “calentamiento global” que Rueda aprovechó para atribuirse una reducción de un 36% de las emisiones en 2020 que en realidad se debe al efecto del cierre de las centrales de As Pontes y Meirama y de 3 meses de confinamiento.

El medio ambiente merece medio folio de un discurso de 100. También ha pasado de refilón por el medio rural, la pesca, la ganadería, el naval y un largo etcétera, en un discurso que parece más hecho para salir del paso que para convencer.

Finalmente, la única referencia intelectual fue la del “amor al terruño” de Alfredo Brañas, un regionalista conservador que acabó abrazando el carlismo.  Con estos mimbres, al lado de Rueda, Feijóo parece, además de alguien carismático, casi un hippy. Y a estas alturas sabemos bien que no es ni una cosa ni la otra. @mundiario

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