¿Odian los políticos gallegos la cultura, los libros, el teatro, la música o las artes?

Vista general de la sala de exposiciones con la escultura Overflow VI, de Jaume Plensa, en primer plano. / Mundiario
Una sala de exposiciones.

Sus decisiones por propia voluntad, ignorancia o desidia, provocan el hundimiento del sector que mejor nos define. A diferencia de Madrid o Barcelona, con contagios similares.

¿Odian los políticos gallegos la cultura, los libros, el teatro, la música o las artes?

Galicia ha clausurado de nuevo la actividad cultural en todas sus facetas, un nivel de restricción que muy pocas actividades han sufrido. Industria, comercio y servicios, colegios y mercados, permanecen abiertos con limitaciones, pero el sector cultural sufre lo que no puede ser calificado sino de acoso. Y sin alternativa. Cabe preguntarse si los políticos al frente de la Xunta, Ayuntamientos y Diputaciones son conscientes de su singularidad en España. Ni ellos ni sus equipos de gobierno y asesores, demuestran interés alguno por los muchos sectores ligados a la cultura, generadores de empleo y sobre todo creadores de la imagen de país.

No es la Ciudad de la Cultura lo que nos define como país, pese a su elevado coste. Ni siquiera el rico patrimonio monumental sino la creación manifestada en las distintas artes y formas expresivas que para ser plenas necesitan el contacto con el público, la interacción que se produce en los espacios culturales, ante un cuadro o una fotografía, en una biblioteca en contacto con un escritor, en una exposición de comics o de arquitectura, sobre las tablas de un escenario.

No es sólo que los políticos gallegos sean insensibles a la cultura sino que con su omisión demuestran un abierto interés en que no crezca. Pues desde marzo no se han habilitado canales alternativos, ni mecanismos de ayudas suficientemente coherentes y pactados con los interesados. Por el contrario se han prodigado los gestos efímeros, orientados al anuncio mediático más que a la sostenibilidad de las artes. Un ejemplo por todos, la programación de la TVG, al margen de todo lo que no sea loar al Gobierno, cuando podría estar siendo el escaparate de la actual producción, facilitando así la actividad del sector. Sobre la falta de coordinación de los poderes locales entre sí, ya es un tópico. Se trata del proverbial individualismo del país elevado a la categoría de gobierno.

Ya no es desazón sino irritación producida por lo que acontece en Madrid o Barcelona, ciudades ambas con tasas de contagio similares a las ciudades gallegas pero donde se ha defendido claramente la necesidad de no clausurar la actividad cultural. Se podrán hacer muchas críticas en otros asuntos a los gobiernos regionales de Madrid o Cataluña o a los gobiernos locales, pero en materia cultural existe una sensibilidad que en Galicia es literalmente desconocida. Los testimonios son abundantes.

Es más, constatamos que la política cultural gallega, autonómica y municipal, parece caminar hacia el pasado. Hace sólo dos décadas las distintas Administraciones competían en iniciativas y proyectos, con presupuestos expansivos para el sector. Hoy estamos peor, en presupuestos, en propuestas, en ambiciones. Más aún, el populismo se ha contagiado a todos los niveles, confundiendo prioridades y sesgando las políticas. Si bien en su descargo reconozcamos que el sector carece de plataformas capaces de hacerse oír, de ver más allá de la coyuntura, de la pequeña subvención que compra el silencio.

Galicia pesa poco en España a pesar de su tamaño mediano, por delante de muchas Comunidades, entre ellas el País Vasco. Pero la capacidad de defender proyectos de país, no sólo de Gobierno, de influir en el devenir de políticas estratégicas, depende mucho de la alianza, hoy inexistente, entre sectores políticos, económicos y culturales, de la proyección de una imagen de país que hoy no tenemos pero que debe ser construida tanto sobre fortalezas objetivos como sobre los intangibles de la creación cultural. Será la forma de despertar interés hacia este país, de hacerlo atractivo no sólo para pasar unos días de vacaciones, sino para trabajar y vivir, invertir o estudiar.

De ahí que el actual mensaje cultural de los poderes públicos gallegos tenga mayor profundidad y peores efectos negativos de lo que aparenta, que ya es mucho. Cuando la crisis debería de obligar a reinventarnos a través de las líneas de desarrollo futuro, todo lo que se ve es la mirada resignada, todo lo que se escucha es la reiteración de lo que ya ha pasado. La potencia que encerraba en sí la idea autonómica, ha quedado hibernada. El dinamismo de las ciudades gallegas, frenado. Y para que nadie sea consciente, se impone el cerrojo cultural. Una vez más parece resurgir el viejo aforismo: Lejos de nosotros la funesta manía de pensar. @mundiario

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