Galicia y Portugal no tienen unas características tan especiales que hagan inevitables los fuegos

Una avioneta contra incendios. / Ministerio de Agricultura
Una avioneta contra incendios. / Ministerio de Agricultura
De ser habituales en los meses de verano, los incendios forestales han pasado a ser ahora especialmente dolorosos en primavera y otoño, coincidiendo con días de viento del nor-noreste.
Galicia y Portugal no tienen unas características tan especiales que hagan inevitables los fuegos

​No es la primera vez –ni será la última, seguro– que se habla en Galicia del uso de artefactos incendiarios para provocar la quema de montes en la práctica totalidad del territorio, si bien resulta evidente que existen -de confirmarse la intencionalidad de esas quemas, algo sobre lo que no tengo la menor duda- áreas específicas en las que el fuego aparece, tarde o temprano, para desconsuelo de cuantos, como quien suscribe, amamos los montes aunque carezcamos de propiedades en los mismos. Estos incendios son seguros en buena parte de la provincia de Ourense, habituales en las Rías Baixas, recurrentes en las comarcas de O Barbanza y A Costa da Morte, y en concellos muy específicos de la provincia de Lugo.

De ser habituales en los meses de verano, los incendios forestales han pasado a ser ahora especialmente dolorosos en primavera y otoño, coincidiendo con días de viento del nor-noreste y en casos evidentes de intencionalidad dada la nocturnidad y lo escarpado –en la mayoría de los casos– del terreno en el que el fuego se produce/provoca. Estas cuestiones ofrecen, a priori, la posibilidad de acotar el presumible origen de aquellos que tienen el ánimo inquebrantable de quemar arbolado. ¿Por qué?. Lo desconozco. Descarto la existencia de pirómanos en tan alto grado como el que teóricamente se da en esta Comunidad Autónoma. Hay tras el afán de quemar, algo más que una enfermedad mental. Y en la práctica descarto el incendio como método para atraer al monte, como acontecía hasta hace unos años, a las fuerzas de la Guardia Civil para apartarlas de los lugares en los que, primero, los contrabandistas de tabaco y, posteriormente, las organizaciones narcotraficantes operaban con sus embarcaciones y los vehículos en los que transportaban tabaco o sustancias estupefacientes.

Se reduce así la causalidad del incendio. Hay quien baraja intereses especulativos en terrenos donde la construcción de viviendas sería posible; quien culpa ​más o menos veladamente a los cazadores, como si estos antepusieran su afición cinegética al daño ocasionado por el fuego a la fauna y flora; a los propietarios de ganado no estabulado, e incluso a algún trabajador contratado para colaborar en la extinción del fuego que ve cómo la inexistencia de incendios retrasa la firma de su contrato. Pero, particularmente, estoy convencido de que, siendo posible que se aúnen todas esas circunstancias, existan algunas otras que hacen previsible que, año tras año, el fuego queme los montes gallegos. Hasta el punto de haberlo hecho en Monforte y Escairón, comarca en la que, hasta no hace muchos años, los incendios forestales eran una simple anécdota.

¿Quién quema los montes de Galicia, por qué lo hace, quién se beneficia de ello, cómo se puede impedir que la mano del hombre esté de modo recurrente tras los incendios?. ¿Qué aportan las nuevas tecnologías en la evitación de esos fuegos si solo se aplican las mismas una vez que el incendio está declarado?. Los técnicos tienen la palabra y ésta debe ser expresada libremente, sin coacciones de ningún tipo por parte de quienes, políticamente, han de decidir las actuaciones a llevar a cabo. Pero lo que está claro es que Galicia –junto a Portugal– no tiene unas características tan especiales que hagan inevitables los fuegos en los montes, la quema de casas y las inmensas pérdidas económicas y medioambientales que, desde hace 50 años, se producen invariablemente. @mundiario

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