Galicia, un país que se "desagrariza" y convierte el rural en parque temático

Paisaje de Galicia. / Pixabay
Paisaje de Galicia. / Pixabay
El caso es que cada año se dejan de aprovechar para la actividad agrícola o ganadera varios miles de hectáreas. Una superficie inmensa, que queda abandonada, a monte, y que pasa a constituir un problema social, principalmente por el riesgo de incendios forestales. 
Galicia, un país que se "desagrariza" y convierte el rural en parque temático

Galicia viene sufriendo una lenta pero inexorable transformación de su estructura económica. Hace tiempo que hemos dejado de ser el país eminentemente agrario que éramos hace cuarenta o cincuenta años. La industria gana cada vez más peso en nuestro PIB, al igual que el turismo, cuyo crecimiento parece no tener límite. Eso nos convierte en una comunidad más desarrollada, terciarizada o moderna, pero no necesariamente más próspera. Así lo entienden los especialistas en economía agraria, cuyas advertencias sirven para poco. De casi nada vale que nos alerten, como hace el economista Marcelino Fernández Mallo, del grave error de fondo que hay tras la generalizada creencia de que, por sí misma, la agricultura no es rentable y nos condena al atraso, cuando el "agro 4.0" encierra un enorme potencial, que ya están aprovechando algunos países no tan lejos de nosotros. No hay peor ciego que el que no quiere ver.

Aún así, la realidad es tozuda: Galicia se "desagrariza" a pasos agigantados. El agro gallego sufre un proceso de abandono, debido a múltiples factores. Entre ellos es de destacar el estrepitoso fracaso de las políticas agrarias y de desarrollo rural –algunas muy ambiciosas– puestas en marcha por los sucesivos gobiernos autonómicos y en las que se invirtieron (o se desperdiciaron, según se mire) varios miles de millones de euros, en gran parte procedentes de la Unión Europea. Sin embargo, detrás de esa deserción colectiva hay también un factor antropológico, que tiene que ver con el deseo de sucesivas generaciones de gallegos de no seguir, como sus ancestros, atados al terruño y casi esclavizados por un trabajo duro y sin descanso que da para poco más que para sobrevivir.

El caso es que cada año se dejan de aprovechar para la actividad agrícola o ganadera varios miles de hectáreas. Una superficie inmensa, que queda abandonada, a monte, y que pasa a constituir un problema social, principalmente por el riesgo de incendios forestales. Los últimos datos oficiales del INE indican que la comunidad gallega solo utiliza para la agricultura un 21 por ciento del total de su superficie, frente al 46 por ciento de la media española. Una cifra que nos sitúa muy por detrás de Extremadura, las dos Castillas, Navarra o Andalucía, algo que, por lo visto, sólo debe parecer alarmante a los estudiosos del tema.

La "desagrarización" supone la despoblación de amplias áreas de nuestro territorio donde, sin embargo, van ganando terreno dos especies invasoras e igualmente perniciosas: el eucalipto y el "ruralita". El primero está desplazando a las especies arbóreas autóctonas con los argumentos de la rentabilidad. El segundo parece empeñado en convertir nuestras zonas rurales en enormes parques temáticos para uso y disfrute de aquellos habitantes de las ciudades –sobre todo urbanitas de aluvión– que sienten en su interior la atávica llamada de los ancestros, y que son los mismos que han puesto de moda la peregrina idea de que en Galicia en el fondo todos somos de aldea. Frente a ellos, muchos se niegan –nos negamos– a asumir que "pailanismo" vaya en nuestro ADN. @mundiario

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