La dispersión poblacional contribuyó a la escasa incidencia del coronavirus en Galicia

Dispersión poblacional en Galicia. / lacasadelaaldea.com
Dispersión poblacional en Galicia. / lacasadelaaldea.com
Tampoco vino mal que el ataque del virus se desatara entre febrero y marzo, en la temporada baja de fiestas gastronómicas, romerías, verbenas y celebraciones sociales (bodas, bautizos, comuniones...), Antroido aparte, claro.
La dispersión poblacional contribuyó a la escasa incidencia del coronavirus en Galicia

Tenemos un serio problema. Estamos muy, pero que muy lejos de la inmunidad de rebaño. Nos sobran motivos para temer seriamente los efectos de un grave rebote en las infecciones por la Covid-19. Las estimaciones de los expertos, a partir de las encuestas de seroprevalencia que están en marcha, apuntan a que no más de un diez por ciento de gallegos ha generado anticuerpos contra el patógeno. Se trata de una proporción alarmante y que da la razón a los epidemiólogos que nos advierten de que no se debe bajar la guardia, al tiempo que pone en evidencia a quienes hasta hace poco se atrevían a asegurar que la inmensa mayoría de la población, también en Galicia, está inmunizada por haber entrado en contacto con el virus en algún momento. Estando, como estamos en pleno confinamiento, nos conviene seguir siendo desconfiados, no fiarnos de nadie, por aquello de que en situaciones límite no se debe confiar ni en uno mismo.

Viéndolo con perspectiva, la dispersión poblacional ha sido con toda probabilidad uno de los factores que contribuyó de una manera más decisiva a la escasa incidencia del coronavirus en territorio gallego. Aunque las ciudades y sus áreas metropolitanas no dejan de crecer, Galicia sigue siendo una comunidad básicamente rural, con miles de lugares, aldeas y parroquias, organizados en torno a uno o dos núcleos de población, que son las cabeceras de comarca semiurbanas. Aquí hasta los urbanitas de segunda y terceras generaciones tienen una raíz aldeana que en nada facilita la socialización que requiere la vida en las urbes. Dicen los antropológos que llevamos en el ADN el individualismo y el minifundismo social, incluso mental, que somos más de clan que de tribu. Y nada de rebaños, algo que, paradógicamente, esta vez nos ha venido de perlas ante la ofensiva del mortífero bichito. 

Tampoco nos vino mal que el ataque del virus se desatara entre febrero y marzo, en la temporada baja de fiestas gastronómicas, romerías, verbenas y celebraciones sociales (bodas, bautizos, comuniones...), Antroido aparte, claro. Si las primeras oleadas de la Covid-19 nos pillan en pleno ciclo de fiestas jolgorrio, el número de infectados podría haber sido astronómico, tal es la afición que hay en Galicia por este tipo de convocatorias, a las que suelen acudir miles de personas, para quienes estos eventos la excusa para el reencuentro con familiares, amigos y vecinos. Son horas de convivencia estrecha e intensa, en las que no caben, ni se conciben siquiera, la distancia social ni la mayoría de las normas de higiene que tan vitales son a la hora evitar contagios masivos.

Por suerte para nosotros y para ellos, en la sociedad gallega y sobre todo en las áreas rurales, los mayores siguen gozando de una especial consideración. La proporción de los que acaban sus días en residencias es insignificante. Seguir viviendo en las aldeas o en los pueblos, en sus casas o en las de sus hijos, esa ha sido para ellos el más eficaz de los mecanimos de defensa frente al coronavirus. La más eficaz de las vacunas. Muchos de esos ancianos sufrían al ver a parientes y vecinos de su misma edad abandonar el que fue hogar familiar para ingresar en un asilo. Les compadecían. Ahora saben que por no haber corrido su misma suerte, ahora, aunque achacosos, siguen vivos y sentados a la sombra de un carballo o al calor de la lareira, podrán decirle a sus nietos y bisnietos aquello de que non che hai nada como a casa de un... @mundiario

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