La demografía no engaña: Galicia es un país en extinción

Paisaje rural de Galicia. / CostaMeiga
Paisaje rural de Galicia. / CostaMeiga

Solamente en trece municipios, todos ellos en la periferia de las ciudades, se registraron más natalicios que entierros. En los otros trescientos el saldo vegetativo arrojó números rojos (o más bien negros) y en nueve de ellos no nació ni un alma a lo largo del año pasado.

La demografía no engaña: Galicia es un país en extinción

La natalidad lleva muchos años en caída libre. Ninguna de las medidas desplegadas desde las administraciones han logrado frenar el desplome de los nacimientos, que en 2017 batió todos los records a la baja: vinieron al mundo poco más de dieciocho mil nuevos gallegos, mientras se acercaban a treinta mil las defunciones. Galicia lleva más de un cuarto de siglo perdiendo población, al tiempo que se acelera dramáticamente su envejecimiento a causa de la creciente longevidad de nuestros mayores y de la sangría que supone el éxodo de miles de jóvenes (y no tan jóvenes) en busca de las oportunidades que su tierra no les ofrece.

Hay otros dos datos igualmente reveladores de la muy preocupante dinámica demográfica de este pequeño país del noroeste español. Solamente en trece municipios, todos ellos en la periferia de las ciudades, se registraron más natalicios que entierros. En los otros trescientos el saldo vegetativo arrojó números rojos (o más bien negros) y en nueve de ellos no nació ni un alma a lo largo del año pasado. Las estimaciones de los expertos apuntan a que para reequilibrar ese saldo tendrían que llegar a Galicia el doble de inmigrantes de los que recibimos últimamente.

Por otro lado, los nacimientos tienden a concentrarse en la franja atlántica. Otra tendencia imparable. Ocho de cada diez partos se produjeron en las provincias de Pontevedra y A Coruña, concentrándose especialmente en las comarcas costeras. De lo cual se deduce que las políticas encaminadas al reeliquilibrio territorial también están cosechando un rotundo fracaso, al no lograr contener el desgarro poblacional que separa a la Galicia interior de la que se asoma al océano. Lo que hemos dado en llamar medio rural no logra fijar –y mucho menos atraer– población por más que hayan mejorado las dotaciones de infraestructuras y servicios y a pesar de los incentivos que ofrecen Xunta, diputaciones y ayuntamientos.

Esta es la madre de todos los problemas de Galicia. Un problema estructural, que se dice ahora. Así lo reconocen los dirigentes políticos que, sin embargo, no parecen capaces de encontrar el remedio para un mal que nos perjudica a todos colectivamente, pero que parece no ser percibido como tal, y como algo propio, por cada uno de nosotros. Tal vez se deba a que los gallegos no tenemos desarrollada nuestra conciencia de país. O puede que estemos convencidos de que cuantos menos seamos mejor viviremos. Y eso vale para una familia pero no para un comunidad, para una etnia, para un país. A menos población más renta per capita si seguimos produciendo lo mismo. Ahora bien, sin relevo generacional no hay futuro. Adiós al hecho diferencial por falta de personal. Tal vez Galicia, repoblada por foráneos, pueda seguir existiendo, nominalmente, durante algún tiempo. Pero, de no cambiar la tendencia demográfica radicalmente, los gallegos somos una especie en peligro de extinción. Ejerciendo nuestro "derecho a decidir" si nos reproducimos o no, nos estamos "autoterminando". @mundiario

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