Esto no va de importar y exportar: esto va de contaminación biológica

Evaluación de paciente. / @dailychina
Evaluación de un paciente. / @dailychina
Cualquier tipo de contaminación biológica internacional debiera estar sujeta al principio universal de quien contamina paga, propone este análisis para infoLibre.
Esto no va de importar y exportar: esto va de contaminación biológica

En China han interrumpido su rampante globalización. Al menos por lo que respecta a las personas, no para las mercancías. Y lo han hecho por un elemental principio de precaución frente al coronavirus. En efecto China acaba de cerrar sus fronteras con el resto del mundo el día 28 de marzo de 2020 para no importar el virus de Europa, Estados Unidos o cualquier otro país.

Sucede que China unas semanas atrás calificaba como gestos de no buena voluntad el suspender los vuelos hacia su país, por parte de países que querían evitar importar un virus que se extendía desde allí al resto del mundo. Porque, entonces y ahora, donde alguien no quiere importar debe haber alguien que está exportando. Y en esto China ha acabado priorizado su soberanía nacional y sanitaria sobre la desregulación cosmopolita para circular a lo largo y ancho del mundo. Muy razonable.

Fase inicial de la contaminación biológica global por coronavirus (04/02/2020)

Fase inicial de la contaminación biológica global por coronavirus (04/02/2020).

Claro que quizás todo esto de importar y exportar puede no ser más que un eufemismo neoliberal y tecnocrático para no llamar a las cosas por su nombre: contaminar. Contaminación biológica. Pues según el diccionario de la RAE contaminar es: “Contagiar o infectar a alguien”. Y contaminación biológica será infectar a alguien (personas y países) con microorganismos patógenos (protozoos, bacterias y virus) que con frecuencia provienen de aguas residuales, actividades agrícolas, alimentarias o vertidos industriales.

En el caso que nos ocupa de momento se supone que estamos ante una contaminación biológica letal por prácticas alimentarias humanas con murciélagos o pangolines, que no habrían sido prohibidas en tiempo y forma en los lugares donde se practican. Ni prohibidas, ni contenidas radicalmente por una red de alerta, de cuarentena y de cierre de fronteras auto impuesta.

La contaminación biológica

La contaminación biológica letal entre animales y humanos cuenta con una muy larga historia como, entre otros, ha documentado Jared Diamond. En su verosímil relato, el ancestral tránsito de la caza al pastoreo supuso tanto ventajas como inconvenientes, debido a que la compañía permanente de un animal puede ser perjudicial para el hombre, ya que manadas y rebaños son fuentes de infecciones. Gripe, sarampión, paperas, tosferina, rubeola, viruela,… eran enfermedades que apenas existían entre los pueblos cazadores-recolectores. Enfermedades en masa que tendrían que esperar hasta hace apenas once mil años: a los orígenes de la ganadería y la agricultura. Por eso muchas enfermedades van a ser desde entonces específicas de pueblos ganaderos (lo que implicará un alto riesgo para los pueblos que entren en contacto con ellos y no evolucionen en esa dirección). Pueblos que, andando el tiempo, habrían llevado con ellos esas enfermedades a tierras colonizadas diezmando así sus poblaciones. Contaminación biológica por activa o por pasiva.

Contaminaciones biológicas actuales

En la actualidad si bien se habrían superado en buena medida aquellas infecciones ganaderas nos hemos metido en nuevas situaciones de potenciales y letales contaminaciones biológicas. Además de la continuada ingesta de animales salvajes (como los mamíferos citados) sobre los que no existe, a la vista está, plena seguridad alimentaria existen no pocas incertidumbres sobre la actual tecnología de cría de animales de granja.

Por ejemplo sobre los antibióticos que en la alimentación del ganado proporcionan un aumento de peso. Parecen promover una disminución en el grosor del intestino animal, mejorando como consecuencia la absorción de alimentos y el peso. Se estima que más de un setenta por ciento de los antibióticos usados en los Estados Unidos se dan con los alimentos animales. En la Unión Europea y Estados Unidos, los animales de granja reciben al año más de diez mil toneladas de antibióticos para acelerar el crecimiento y prevenir enfermedades. Y a resultas de ello se sospecha que los niveles de resistencia a los antibióticos en productos de origen animal y en la población humana muestran una disminución.

Pero también la potencial contaminación biológica letal derivada de los organismos genéticamente modificados (OGM) sobre los no se descartan con absoluta certeza inconvenientes sobre la salud humana, ya que no se han realizado estudios suficientes para garantizar la inocuidad de su consumo. Durante el proceso de ingeniería genética se usan genes que otorgan resistencia a antibióticos para identificar las células con la modificación deseada. Y existe la preocupación de que dichos genes puedan ser transferidos a microorganismos, originando cepas resistentes a los antibióticos.

Sin olvidarnos de las armas biológicas o bacteriológicas. Pues la guerra biológica es una forma singular de combate, en la cual se emplean armas de diferentes tipos que contienen virus o bacterias capaces de infligir daño masivo sobre fuerzas militares y/o civiles. Cierto que el uso de armas biológicas está terminantemente prohibido por las Naciones Unidas; sin embargo, muchos países cuentan con este tipo de arsenal en forma no sólo de bombas sino de otro tipo de agentes de esparcimiento menos convencionales. Cierto que en 1972 Estados Unidos, la Unión Soviética y más de 100 países firman la Convención de Armas Biológicas (BWC): actualmente comprende 180 estados y prohíbe el desarrollo, producción, y almacenamiento de armas biológicas y toxinas. Sin embargo, al no existir ningún proceso de verificación formal para observar el cumplimiento, ha limitado la efectividad de la Convención.

Quién contamina biológicamente: ¿paga?

Ya sean provocadas, o más o menos naturales, todas estas potenciales contaminaciones biológicas no debieran gestionarse en la jerga comercial y neutra de importaciones o exportaciones de virus. Siempre que se pueda identificar un origen contaminador y un contaminado más o menos lejano debiera aplicarse de entrada el principio de precaución para evitarlo y no expandirlo y, de no conseguirlo, responder con el principio de quién contamina paga.

Un pequeño ejemplo de práctica internacional de precaución para evitar un tipo concreto de contaminación biológica a través de los buques está regulada por la Organización Marítima Internacional (OMI). Algo que debiera trasladarse al tráfico mundial global (contenedores) y en particular al aéreo (de personas enlatadas y mercancías).

Pero de no evitarse por prácticas de máxima precaución dentro de un país, cualquier tipo de contaminación biológica internacional debiera estar sujeta al principio universal de quien contamina paga: todos y cada uno de los multimillonarios daños producidos. Sobre todo para que los que tanto cariño tienen al dinero de sus bolsillos y sus talonarios, se lo piensen dos veces (control, prohibición, confinamiento del país, etc.) para evitar poner en circulación una catástrofe sanitaria global como la que padecemos con el coronavirus. Y que ellos no saben parar a tiempo antes de que salga de sus fronteras. Dejémonos de eufemismos. Esto no va de importar y exportar: esto va de contaminación biológica.

Post-data: como muchos sonámbulos tecnopolitas podrían frotarse las manos a la vista de las utilidades (en ocio, comunicación, finanzas, servicios, etc.) que durante esta pandemia por contaminación biológica nos ofreció la tecnología digital, conviene recordarles que potenciales contaminaciones y guerras digitales podrían poner el mundo patas arriba en cuestión de segundos (por poner un solo ejemplo: con un caos nuclear que nadie puede dar por imposible). @mundiario

Comentarios