Una proposición muy decente para el ser humano más rico del planeta

Fotograma de Una proposición indecente
Fotograma de Una proposición indecente.

Sospecho que para usted encabezar ese ranking significa más que tener la vida solucionada. Tal vez refleje la necesidad de desquitarse de quién sabe qué agravios de la vida.

Una proposición muy decente para el ser humano más rico del planeta

Sospecho que para usted encabezar ese ranking significa más que tener la vida solucionada. Tal vez refleje la necesidad de desquitarse de quién sabe qué agravios de la vida.

Enhorabuena, D. Amancio,  ya es usted el hombre más rico del planeta. Bueno, ahora ya el segundo, que hay que ver lo efímera que es la gloria a esas alturas. Lo felicito igualmente, ostente usted el primero, el segundo o el tercer puesto en este preciso instante. Aunque ya supongo que se sintió usted muy orgulloso de encabezar el ranking, si quiera por unas horas. Lo supongo porque intuyo que uno no llega a ser el ser humano más rico del mundo, si no tiene un interés expreso en serlo, si no vuelca en ello todos sus anhelos y sus esfuerzos. Debe de ser importante para usted haber conseguido ese hito, porque si no jamás lo hubiera conseguido. Para eso hay que valer, para ser el hombre más rico del planeta, digo. Para eso hay que tener vocación de rico, y a todas luces usted debe de tenerla. Rico en dinero, claro, porque en lo personal tengo el pálpito de que es usted de capital más modesto.

Lo felicito porque no sólo tiene usted el recibo de la luz pagado para los restos, sino que dejará la vida resuelta a sus descendientes por varias generaciones. Y menos mal, porque lo de saltar a caballo no sé yo si da para pagar una hipoteca y comer caliente a diario.

Aunque sospecho que para usted ocupar el número uno en ese ranking significa mucho más que tener la vida solucionada para siempre y por varias generaciones. Debe de haber algo más de espíritu competitivo, de ambición, de necesidad de demostrar algo o de desquitarse de quién sabe qué agravios de la vida. O de vencer a la muerte.

Imagino que se habrá emocionado usted, o que habrá sentido un cosquilleo en el estómago cuando le han dado la noticia. A lo mejor incluso ha descorchado  una botella de espumoso. Lo imagino, aunque le confieso que me cuesta ponerme en su lugar, porque creo que yo no me sentiría muy cómoda siendo la persona más rica de un planeta en el que hay tanta miseria, tanta pobreza y tanta hambre infantil. Pero usted tendrá sus motivos para sentirse orgulloso de ocupar ese trono.

Hablando de miseria, me gustaría hacerle una proposición. No se asuste, que es una proposición muy decente. Decentísima. Se me ocurre, ahora que ya ha alcanzado usted el podio y se ha puesto todas las medallas, ahora que ya lo han aclamado desde las portadas de todos los diarios y revistas de economía, ahora que ya todos estamos al corriente de su extraordinario logro y de su elefantiásico patrimonio, ¿por qué no echa usted cuentas, D. Amancio? ¿Por qué no calcula a qué tendría que renunciar y cuántos puestos tendría que descender en el ranking de súper millonarios, si tomara usted la decisión de pagar sueldos dignos y tener condiciones laborales razonables a las personas que tejen las prendas que vende usted en sus tiendas? Por supuesto, no pretendo que renuncie a su residencia, ni a su yate, a su hipódromo, o a cualquiera de sus comodidades y bienes acumulados. Pero sospecho que si hace usted cuentas, aunque trajera todos los talleres de Bangladesh, India, Brasil o Marruecos a España, podría seguir viviendo usted a cuerpo de rey sin escatimar un céntimo, y crearía muchísimos puestos de trabajo. O podría dejar usted los talleres en Bangladesh, pero pagando un sueldo digno a los adultos para que sus hijos puedan ir a la escuela en lugar de trabajar desde niños en jornadas extenuantes. Estoy segura de que usted podría seguir viviendo como un marajá toda su vida y de que sus descendientes no tendrían que molestarse ni en encontrar trabajo, y sin embargo esto cambiaría la vida de muchas personas que viven en la miseria, o aportaría muchos puestos de trabajo al país en el que usted se ha hecho tan rico. Tal vez si echa usted cuentas, D. Amancio, verá que sin cambiar su estilo de vida y sin hacer sacrificios personales, tan solo bajando unos puestos en el ranking de súper millonarios, podría usted hacer del mundo un lugar mucho mejor.

Le reitero mi felicitación y mi enhorabuena por su aplastante aunque fugaz victoria sobre los demás millonarios del planeta, que seguro que están rabiando de envidia. Y no sólo ellos, apuesto a que hay muchos pobres que también envidian su fortuna. Aunque no todos. Le costará a usted creerlo, pero no todo el mundo tiene vocación de rico. No imagina cuánta gente valora otros bienes por encima del dinero. Creen que el dinero no da felicidad. Pero seguro que eso usted ya lo sabe.

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