El problema del déficit público

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¿Qué es el déficit público y porqué es tan importante? ¿Es preferible reducir el gasto o aumentar los impuestos? En esta nueva entrada se pretende explicar uno de los problemas más importante que nos afectan a todos.

El problema del déficit público

Uno de los principales problemas de la economía española es su déficit público. Los impuestos no llegan para financiar los servicios públicos y las transferencias a familias y empresas. Las cuentas no salen. Uno podría pensar que es normal, que la Gran recesión sigue ejerciendo un efecto negativo y que tenemos que esperar un poco más para que, de forma natural, se reequilibre todo. Lamentablemente, este argumento no vale. Hoy el ciclo ya nos está ayudando, de forma que el déficit estructural es incluso peor que el que observamos. Pongamos cifras. Si el déficit de 2018 va a situarse en -2.7%, la Comisión Europea estima que el déficit estructural (esto es, eliminando los efectos del ciclo sobre la recaudación impositiva o sobre gastos como el de las prestaciones por desempleo) supera la barrera del -3%. De hecho, somos el país de la Unión Europea donde el desencaje estructural entre gastos e ingresos es mayor. Y eso es mucho decir.

¿Por qué es un problema un déficit tan elevado? Fundamentalmente, porque ese desequilibrio no nos permite que la deuda pública reduzca su peso sobre el PIB. Una deuda en el entorno del 100% de la renta nacional nos hace muy vulnerables ante una subida de tipos de interés o una tormenta financiera. Además, si cuando las cosas van bien no somos capaces de cuadrar, ¡qué va a pasar cuando las cosas se tuerzan! Algo que ocurrirá antes o después, pero sucederá. No quiero que nadie deje de dormir por culpa del déficit. Pero, desde luego, yo estoy muy preocupado.

¿Qué hacer? Pues es una cuestión de aritmética. O subimos los ingresos o bajamos los gastos, lo que abre una disyuntiva. Habrá quien prefiera lo primero y quién se decante por lo segundo. Y es lógico y saludable que los partidos políticos ofrezcan menús fiscales diferentes para que las preferencias diversas de los ciudadanos tengan acomodo.

En próximas columnas iré desgranando retos y posibilidades en ambos frentes, a fin de contextualizar y objetivar argumentos a la hora de decantarse por un camino u otro.  Pero lo que quiero destacar es que la estabilidad fiscal no es una opción. Tener el déficit controlado no es de izquierdas o de derechas. Es de ciudadanos, partidos y sociedades responsables. Por supuesto, tener el déficit controlado no es sinónimo de prohibir el déficit o de renunciar a la política fiscal anticíclica. Existe un amplio consenso en la profesión sobre las ventajas y racionalidad de que el déficit público fluctúe a lo largo del ciclo, hasta convertirse en superávit en los mejores momentos. Desafortunadamente, en España llevamos años alejados de esta racionalidad.

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