La polémica ley de la vivienda pone de manifiesto un intangible: la desconfianza en el sistema

Pisos en venta. / RR SS
Pisos en venta. / RR SS

España es uno de los países con mayor tasa de viviendas en propiedad en Europa, en detrimento del alquiler.

La polémica ley de la vivienda pone de manifiesto un intangible: la desconfianza en el sistema

La polémica en torno a la ley de la vivienda no es nada nueva, pero más que resolverse con una reforma legal o en su defecto con un plan vasto de inversiones se conseguiría prestando atención a un intangible: combatiendo la desconfianza generalizada en el sistema. Hemos hecho de la falta de confianza en la principal  virtud de nuestro código de conducta social  afectando al mundo de los negocios, la familia, el trabajo, el ocio y hasta la investigación. Y por si fuera poco, en el principal motor motivador para volcar nuestros ahorros en lo que algunos creen ser el mejor refugio contra la crisis, como es la adquisición de una vivienda.

En el caso de la especulación del suelo que nunca se ataja, con los elevados precios de venta y de alquiler, no se va a resolver a golpe de decreto ley. Los españoles seguirán ansiando cumplir su sueño de ser propietario de un pedazo de suelo y cuatro paredes. ¿Por qué? Porque desde el fin de la Guerra Civil hemos perdido en términos generales la confianza en la paz social y en el sistema. Las permanentes disputas políticas, el clima de cisma continuo, las vagas reformas estructurales y el incierto futuro de las pensiones para los que un día tendrán el derecho a jubilarse tras años y años de cotización, no ayudan para nada a generar confianza. 

Este hecho puede explicar en parte que España sea uno de los países con mayor tasa de viviendas en propiedad en Europa en detrimento del alquiler. Y como las especulaciones nunca vienen solas, ésta ha disparado también el precio del alquiler haciendo imposible el acceso no sólo a los más jóvenes sino a todos aquellos que no pueden pagar una hipoteca. A esto se le añade el problema derivado de los desahucios y de los okupas, con leyes o que nunca gustan a todos o que se aplican arbitrariamente. Paradójicamente resulta más sencillo tirar la puerta abajo para sancionar una fiesta ilegal durante la pandemia, que echar a los okupas de una vivienda habitual para devolver a sus propietarios.

La falta de confianza encarece el dinero

Ya sé que puede sonar a pesado. Pero la desconfianza es una virtud muy extendida en España. Y un intangible que nos hace pagar más caro el crédito, la prima de riesgo y hasta las inversiones extranjeras. El riesgo reputacional ocasionado afecta no sólo a las corporaciones que cotizan en Bolsa sino hasta la “marca España”. Pensemos el alto precio pagado por ciertos países de la UE durante la crisis del Euro que acudieron al rescate económico. La falta de confianza es pues un sentimiento arraigado de duda que nos inunda cuando creemos que una persona o sistema es deshonesto o si acaso no actúa apropiadamente. Y no sólo en la política y las relaciones interpersonales, sino también en otros muchos órdenes de la vida, como el trabajo, la educación y hasta en el sexo. 

Por eso, aunque suene a tópico,  en países de cultura como la española suele dominar la desconfianza hacia el extraño, mientras que el extraño (nórdico) a veces suele pecar de ingenuo por confiar demasiado en el sureño. Existen  suficientes ejemplos en el día a día que podrían avalar esta teoría. Poner tanto empeño en que no se copie en los exámenes contrasta con la confianza en otras aulas europeas de que el examinado será honesto en su evaluación. Esta desconfianza generalizada no es algo que venga de ahora sino que tiene reliquias históricas. Pensemos en la hegemonía de la Santa Inquisición ejercida por el clero hacia los fieles como máximo garante de la moral. En la literatura, también hay numerosos hitos que avalan la desconfianza transmutada a lo hoy denominaríamos octavo pecado capital. Cervantes ya se refería en sus relatos a: “Tienes que desconfiar del caballo por detrás de él, del toro cuando estés de frente y de los clérigos, de todos los lados”.

Se calcula que España cuenta con una de las tasas de viviendas en propiedad más altas de Europa, en torno a una proporción del  60:40 en detrimento del alquiler, justo a la inversa de los vecinos europeos. El problema no es tanto como nos hacen ver  la falta de suelo urbanizable, los salarios precarios, la inestabilidad laboral o las crisis. El verdadero desafío radica, a diferencia de la Europa del norte, que llevamos desde la llegada de la Democracia e incluso en tiempos de la dictadura apostando por la adquisición de una propiedad como principal refugio y activo para asegurarnos el mañana “por lo que pueda venir”. Ni el pago de impuestos via cotizaciones a la Seguridad Social o el hecho de que la Constitución española ampare el acceso a una vivienda digna, son garantes de tal derecho.

A la crisis inmutable de la vivienda se le suma hoy otras crisis: la de la pandemia, la económica y la política dentro y fuera de los hemiciclos, que vuelve a  cuestionar  que España pueda hacer frente a las jubilaciones, no sólo de la generación del baby boom, sino también lo que es más grave, la  de los millennials y pandemials.

 


También te puede interesar

La Seguridad Social tuvo su peor déficit histórico en el 2020


 

El elevado déficit y endeudamiento públicos hasta cotas históricas, junto con  el constante despilfarro público, la corrupción y la ineptitud de la clase política que vela más por sus intereses que por los colectivos, nos aboca a una deuda histórica del 120% del PIB y a especular en torno al futuro de las pensiones. Con los socios comunistas en el gobierno hay quien flirtea con las expropiaciones de las segundas residencias (socavando el derecho constitucional a la propiedad privada)  así como el de los planes de pensión privados y otras medidas populistas del más puro y genuino credo comunista. La prueba de la que la Seguridad Social está en quiebra (técnica) con un déficit actual de casi 30.000 millones de euros y precise un rescate de 22.000 millones adicionales, no infunda sosiego ni “confianza” ni en el sistema. 

Empeñados en vivir en las urbes no resta tensión al mercado

Los españoles seguiremos comprando viviendas aunque escaseen y sean caras y nos hipotecaremos si es preciso toda la vida y la de nuestros herederos aún con salarios miserables. Este fenómeno seguirá creando tensiones en el mercado inmobiliario y en el suelo. El hecho que seamos el segundo país más extenso en superficie en Europa tras Francia, en vez de restar tensión por la falta de suelo, sigue alimentando la especulación sobre el 70% de la población urbana en contra del resto del territorio casi deshabitado.

Con  casi 3,5 millones de viviendas vacías en España, es decir el 30% del parque total, su acceso es una cuestión “discutida y discutible” por falta de consenso político y una clara legislación,  que además nutre el enfrentamiento entre las distintas formaciones. Por otro lado, a pesar de contar con unos de los salarios más bajos en Europa Occidental, resulta que el metro cuadrado en España se cotiza como el oro. Los precios de la vivienda en las principales urbes del país son tan elevadas como en las mejores barriadas europeas aunque nuestros vecinos gocen de un más alto poder adquisitivo y mucha menor tasa de paro. Además tampoco justifica nuestros altos precios si atendemos a la calidad de los acabados. Desde el punto de vista de impacto ambiental, resulta intolerable que pese a tanta  carestía, aproximadamente el 70% del parque de vivienda de segunda mano en España cuente con graves déficits energéticos, como así pretende enmendar la futura Ley de Cambio Climático desde La Moncloa. El anterior Gobierno de Rajoy nunca prestó atención alguna a la resilencia medioambiental y al hecho de que España sea hoy por hoy uno de los países más contaminantes del mundo desde el punto de vista acústico, lumínico o de derroche hídrico.

Pronto se olvida que hasta el estallido de la penúltima crisis del 2008, en España se invertía en cemento más que en Francia, Reino Unido y Alemania juntos. Y no precisamente para viviendas de lujo de baja huella ecológica. Pese a todo, la especulación no ha impedido aflorar como nunca antes el drama de los desahucios por falta de alternativas ocupacionales. Cuesta creer  que las medidas contempladas por el PSOE como la bonificación del precio del alquiler o por PODEMOS prohibiendo la subida del alquiler con un techo o incluso las expropiaciones en Baleares, resuelva el problema de fondo.

En buena parte de la Europa del norte (calvinista) se actúa en función de la “confianza” generalizada, mientras que en España y el sur de Europa más bien se actúa, según nuestro código de conducta, de acuerdo al estigma de la falta de ella, de la suspicacia, del recelo y la permanente sospecha hacia el prójimo. La desconfianza, como emoción negativa que implica la falta de seguridad sobre las acciones y actitudes de terceros, es una infamia sociológica en la España actual que se renueva casi automáticamente de generación en generación.

Así se entiende que en términos generales los norteuropeos tengan fe en su sistema político-económico y se acuesten confiandos en sus pactos legislativos  que harán  todo lo posible por garantizar el pago de las futuras pensiones, salvo que surja una hecatombe, como contraprestación a tantos años de obligada cotización y pago de impuestos. Hay muchos europeos que en vez de hipotecarse en la compra de una vivienda propia, optan por  deleitarse de otros placeres humanos porque depositan su confianza en sus gobernantes. En España por contra, nos tenemos que conformar no sólo con convivir ya como algo habitual con la corrupción, los embustes, los abusos, la impunidad, la inestabilidad de las instituciones públicas o las eructantes crisis de hermanos del gobierno, sino hasta  con el cada vez más probable  indulto de los golpistas para “garantizar”, hasta un nuevo chantaje, la estabilidad del ejecutivo de la Nación. A la espera de que lleguen los fondos de recuperación europeos, la desconfianza se ha apoderado de toda la oposición, contagiando a la opinión pública, por las posibles tropelías que puedan cometerse a tenor  de la  falta de transparencia e insuficientes mecanismos de control públicos que adolece nuestro sistema. 

Las hipotecas inversas son dignas de estudio

Asistimos así en España como en otros países sureños, a que la permanente disputa política, junto a las crisis, la descontrolada  espiral especulativa del suelo (con no pocos convolutos ilegales), la aparcada reforma sine die del Pacto de Toledo y nuestro nivel de deuda, cobre más fuerza la sospecha, el recelo y  la inseguridad de cómo afrontaremos la jubilación.  No me digan que la moda de las hipotecas inversas (la venta de una propiedad para garantizar un nivel determinado de renta en la tercera edad), no es un fenómeno digno de estudio sociológico, más que una ingenuidad financiera.

Siendo el segundo país más extenso en superficie de la UE,  choca  que la densidad demográfica nos aboque a sufrir las consecuencias de tener que habitar y pagar espacios reducidos en las grandes ciudades mientras despoblamos el 70% del territorio nacional restante.  En alguna ocasión, cierto responsable de urbanismo llegó a confesar que los cánones empleados en la administración pública para concursar espacios habitables o incluso plazas de garaje no se corresponde con la realidad del siglo actual y de que el español promedio haya crecido de altura respecto a generaciones anteriores. Es decir, traducido del latín, que somos vagos hasta para poner al día los hábitos de consumo y seguimos tomando como referencias unos parámetros habitacionales propios de un país con escasa altura y superficie territorial como pudiera serlo, por este segundo concepto, países como Suiza, Países Bajos, o incluso Japón, mientras desaprovechamos  casi dos terceras partes del territorio por vivir en una urbe mal, cara, sin calidad de vida y expuestos a otras muchas pandemias. 

Es justo la falta de confianza en el mañana que motiva a cada vez a más españoles a embarcarse en la compra temprana de una vivienda como aval de un futuro incierto, y a afianzar la tentación que traspasamos de generación en generación por invertir en el ladrillo.

Mucho tiene que cambiar en España para que con tantos desengaños, el problema de la vivienda y las alternativas ocupacionales puedan resolverse con satisfacción como desearíamos la mayoría de los ciudadanos. A medida que la crisis retroalimenta otras, genera nuevas polémicas políticas, la deuda se dispara y nunca hay recursos para los más desprotegidos salvo para los que viven de la política, difícilmente puede retornar el intangible de la seguridad, de la confianza sociológica en el sistema que contrarreste  la especulación y resuelva el precio del suelo, del pisito y de los alquileres, en especial para los más jóvenes.  Parece que seguiremos dando la razón a Descartes cuando decía: “Es prudente no fiarse por entero de quienes nos han engañado una vez.” @mundiario

 

 

Comentarios