La patronal gallega no tiene quien la presida

Sede de la Confederación de Empresarios de Galicia. / Mundiario
Sede de la Confederación de Empresarios de Galicia. / Mundiario

El presidente debe ser visto, tanto desde dentro como desde fuera, como el líder de los empresarios, con reputación social y prestigio personal, con tirón institucional y una capacidad de decisión que no le obligue a consultarlo todo con los responsables provinciales

La patronal gallega no tiene quien la presida

La Confederación de Empresarios de Galicia (CEG) sigue sin presidente. Al final, la asamblea general prevista para este mes, en la que habría que elegir al sustituto del dimisionario Antón Arias, ha sido suspendida por falta de candidatos. Ni uno. Concluido el plazo establecido para tal fin, nadie dio un paso adelante, ni siquiera alguno de los que sonaban (o se hacían sonar mediáticamente) como aspirantes a ocupar la silla en la que un día se sentaron personajes tan dispares como Antonio Ramilo, Antonio Fontenla o José Manuel Fernández Alvariño. Esta situación de sede vacante no es más que el corolario de una crisis institucional que viene de lejos y que está directamente relacionada con la peculiar estructura de la entidad.

No puede sorprender que nadie quiera asumir un cargo que en los últimos años se convirtió en un potro de torturas a consecuencia de la aguda y endémica división interna que padece la patronal gallega casi desde su nacimiento Que se lo pregunten al propio Alvariño, a Dieter Moure o a Arias. Hay un enfrentamiento territorial norte-sur nada velado y las cuatro organizaciones provinciales funcionan con un grado de autonomía tal que impide que el presidente puede ser otra cosa que el administrador de la comunidad de propietarios cualquier finca urbana. No puede –ni al parecer, debe– tener perfil propio, ni le está permitido poner en marcha iniciativas que no hayan sido previamente consensuadas por los barones territoriales. Iniciativa propia, ninguna. Todo ello debilita incluso la capacidad de representación e interlocución que necesariamente tendría que personificar.

Constatada la ausencia de pretendientes presidenciales, la junta directiva de la CEG decide crear un "grupo de trabajo" al que encarga encontrar una fórmula que permita elegir a un presidente "en el menor plazo de tiempo posible". A poder ser, a la vuelta del verano. Ese mismo grupo debe presentar una propuesta de nuevos estatutos para la entidad que al menos tengan prevista alguna salida de emergencia a una situación de falta de gobernanza como la actual, una situación, por otra parte, inédita porque hasta hoy nunca entre el escaso empresariado gallego organizado había faltado alguien dispuesto a sacrificarse (casi "gratis et amore") para defender en los foros correspondientes los legítimos intereses de los empleadores.

Pero, bien mirado, el problema de la CEG no es de estatutos, más bien de estatus. El presidente debe ser visto, tanto desde dentro como desde fuera, como el líder de los empresarios, con reputación social y prestigio personal, con tirón institucional y una capacidad de decisión que no le obligue a consultarlo todo con los responsables provinciales. Tal vez no sea posible encontrar a alguien así entre los actuales dirigentes territoriales y sectoriales, que están cada uno a lo suyo. En ese caso, tendrán que "ficharlo" de fuera de su órbita, lo cual significaría un cambio estructural muy profundo, y tal vez arriesgado, en lo que ha venido siendo la forma tradicional de funcionar de la patronal gallega. Lo que se dice un antes y un después. Pero ya no queda otra que empoderar de verdad al presidente y que deje de ser una marioneta. O eso, o apaga y vámonos. @mundiario

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