Ninguna gran potencia depende solo del turismo y sobrevive solo devaluándose

Praia de Silgar, en Sanxenxo (Pontevedra).
Playa de Silgar, en Sanxenxo (Pontevedra).

La capacidad exportadora y el recuperado sector turístico representan la única buena nueva de la economía española, lo cual está muy bien, pero no es suficiente. Veamos las razones.

Ninguna gran potencia depende solo del turismo y sobrevive solo devaluándose

Ares es un pequeño pueblo costero del norte de Galicia de unos 6.000 habitantes. En este momento tiene a la venta ¡unas 800 viviendas nuevas! Y no se acaba ahí su particular disparate económico: seguramente hay 300 propietarios –o más- encantados de desprenderse de otras tantas viviendas usadas. En Ares no queda un solo promotor, se han ido todos o se han quedado en el paro, arruinados. Todos los pisos y chalés en venta están en manos de los bancos.

Ares no es una anécdota ni en Galicia ni en España. El país está lleno de miles de Ares, de millones de pisos, chalets, garajes y bajos en venta. Lejos de acabarse el problema, la crisis del ladrillo sigue marcando y condicionando el rumbo del país, mientras van pasando los meses y los años y España no encuentra un sector que tire, de verdad, de su economía, por lo que se limita a abaratarse para exportar más y atraer a más turistas.

Los grandes países –y España se supone que lo es y quiere seguir siéndolo- tienen modelos económicos basados en la industria que complementan con servicios y otras actividades. Pero ninguna gran potencia depende solo del turismo y sobrevive a costa de devaluaciones internas, ya sean monetarias o salariales, que le ayuden a exportar. Todos los grandes países tienen mercados internos importantes, una gran clase media, tasas de paro inferiores al 10% y empleo para sus jóvenes. Cualquier otro modelo nos sitúa en países emergentes o en países turísticos, cuando no en paraísos fiscales. España tiene que hacérselo ver, cuanto antes.

La capacidad exportadora y el recuperado sector turístico representan la única buena nueva de la economía española, lo cual está muy bien, pero no es suficiente. Una, porque la mejora del saldo comercial esconde la caída de las importaciones, y dos, porque lo que necesita España es rellenar el vacío de la construcción, no sólo en términos de aportación al Producto Interior Bruto (PIB), sino de empleo.

Este modelo incompleto lleva ya años escrito en muchos análisis económicos, como atestigua el libro ‘Cómo salir de esta’ (Actualia Editorial). Tendríamos así que, ante la imposibilidad de un cambio a corto plazo del anquilosado modelo productivo, la llamada devaluación interna se vislumbra como la única salida de la recesión; es decir, salarios y precios más bajos, compatibles con impuestos más altos. Quienes piensan de este modo suponen que España remontará el vuelo exportando más y recibiendo más turistas, porque si los precios de los productos españoles bajan será más fácil venderlos fuera y, al mismo tiempo, si todo está más barato aquí vendrán cada vez más turistas. Es posible que este tipo de analistas tengan razón –hay datos que así lo corroboran-, pero sería dramático para el futuro del país que el Gobierno se instalase en la autocomplacencia con semejante dopaje.

Alain Juillet, uno de los expertos europeos en inteligencia económica, entendida esta como salvaguarda de la competencia nacional y acción conjunta del gobierno y las empresas en defensa de la economía de un país, cree que Europa debe saber reaccionar en un momento en el que el centro económico del mundo está desplazándose a Asia. “Europa es ya una parte más y no parece que vaya a ser el centro del mundo”, advierte Juiliet, en una reflexión que ojalá haya leído el presidente Mariano Rajoy este verano para aplicársela –pronto- a España. @J_L_Gomez

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