Nace una 'coca-cola' gallega que se suma a otras iniciativas antiglobalización

Mondariz Cola.
Mondariz Cola.

Frente a los presuntos beneficios de un mercado globalizado surge la potencia singular de los —llamémosles— mercados de proximidad: productos con denominación de origen.

Nace una 'coca-cola' gallega que se suma a otras iniciativas antiglobalización

Frente a los presuntos beneficios de un mercado globalizado surge la potencia singular de los —llamémosles— mercados de proximidad. Son los productos con denominación de origen, con señales de identidad, como reacción ante ese mercado global, impersonal, unívoco, que cada vez nos dice menos.

Hago esta reflexión mientras leo en la prensa un anuncio de las centenarias aguas minerales de Mondariz, en Pontevedra. Acaban de sacar al mercado una línea de refrescos, entre los que uno es de cola. ¿Estamos ante la primera gran campaña de “coca-cola” gallega? Llega, justo, en el momento en que la “mundial” Coca-cola está a pasar por serios problemas en España, derivados de los despidos en varias de sus fábricas embotelladoras. Mondariz, entonces, decide crear la primera cola gallega, y también una bebida isotónica para deportistas y otro refresco, de limón.

Sea este un hecho coyuntural o no, lo cierto es que la prosperidad de un pueblo, de un territorio, es directamente proporcional a la capacidad que tenga de sublimar el propio, de enorgullecerse de lo local y de hacer marca de este, marca con la que presentarse ante los vecinos y ante el mundo.

Y si arriba hablábamos de la primera cola gallega, podemos también citar a las “galeguesas”, o al cerdo celta, o los vermús Nordesía, o cervezas de autor que están proliferando por nuestra la tierra gallega (Peregrina, Gallaecia, y muchas otras).

Y ya no me refiero a los dos grandes éxitos empresariales que deberían servir de cimientos para todo esto: la moda gallega y el vino. Aunque en el primer caso,  el textil, se corre el riesgo de diluirse el éxito en eso que los expertos llaman “la externalización total del producto”, es decir: se acabamos manufacturando fuera todo lo que inventamos aquí, dejará de ser “de aquí”. Pero esto es tema de otro debate.

La mentira de la globalización era obligarnos a aceptar lo procedente de fuera y anular lo propio. O más aún: creer que éramos incapaces de hacer algo semejante, o distinto, pero nuestro. Aquello no era globalización sino espíritu invasor y, si me apuran, castrador.

Con la crisis llegó la contracción brutal del consumo. Pero también un deseo de reinventarse, de mirar alrededor —y no a lo lejos—, y en ese círculo cercano, volver a trabajar. Y en esto andamos.

Yo estoy convencido de que el bienestar de un territorio, pongamos Galicia o cualquier otro, mejorará individual y colectivamente, cuando en la cesta de la compra de cualquier producto elijamos, antes, lo propio que lo ajeno. Y esto no es proteccionismo, es sentido común.

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