La UE debe ser un sistema de progreso y de justicia social o en su defecto no será nada

Europa en alta mar. / Agim Sulaj
Europa en alta mar, de Agim Sulaj. La mejor viñeta política publicada en Italia en 2011.

Si la Unión Europea es un sistema de progreso, se supone que controlará el predio de los tiburones de las finanzas, a los que habrá que ponerles un fuerte dogal. ¿O no?

La UE debe ser un sistema de progreso y de justicia social o en su defecto no será nada

La Unión Europea debe ser un sistema de progreso y de justicia social o en su defecto no será nada. Y si la UE es un sistema de progreso, se supone que controlará el predio de los tiburones de las finanzas, a los que habrá que ponerles un fuerte dogal.

 

A cualquier profano sorprenderá el número de definiciones que tiene la economía según la escuela de pensamiento a cuya puerta se llame, probablemente, más de las que recoge cualquier rastreo del concepto por internet. Desde la escolástica hasta la estructuralista, pasando por la mercantilista, la fisiocrática, la clásica, marxista, keynesiana, austriaca, monetarista y de Chicago, estas distintas escuelas han presentado paradigmas diferentes y hasta contradictorios de pensar lo económico, es decir, el manejo del patrimonio. De modo, que, según el punto de vista adoptado, esta disciplina, aureolada como ciencia, nos presenta de distinta forma el bote o medio lleno o medio vacío. El bote se encuentra a la mitad de su capacidad, pero la percepción del mismo también cuenta a la hora de concebir y formular el fenómeno. Si el bote lo viésemos completamente lleno o completamente vacío, parece evidente que nadie tendría que albergar dudas acerca de ello, pues lo limitado que está completo no se puede seguir colmando y aquello que se encuentra vacío permite albergar hasta su propio límite. 

La economía surge justamente del encuentro de tres factores, necesidades, recursos y distribución. Hay necesidades perentorias que no pueden ser aplazadas como el hambre (o la del vestido y del techo) y hay otras más complejas, sutiles y volátiles, que no tienen límites porque están ancladas en la red de relaciones humanas y en el deseo con toda su gama de proteicas compulsiones. Cómo equilibrar las necesidades humanas con los recursos limitados que nos ofrece la naturaleza y cómo distribuir de forma correcta productos y servicios entre nuestros semejantes, parecen ser las dos grandes cuestiones que ocupan a la disciplina económica.

Según este sencillo esquema, la actividad económica es práctica exclusiva de los humanos, pues los animales no ejercen dicha actividad, y es desarrollada en el contexto comunitario y social correspondiente.

Debido a estas peculiaridades, la economía se distancia de las concebidas propiamente como ciencias, pues sus teorías no pueden ser aceptadas o rechazadas mediante pruebas de laboratorio, ni tampoco probadas mediante la formulación matemática compleja del pensamiento abstracto. Establecidos estos datos, que parecen no ser rebatibles, emitir opiniones o hacer predicciones en economía resulta, por tanto, una práctica bastante arriesgada dada la incertidumbre inherente a los factores subjetivos y a su cambiante comportamiento. 

Los apocalípticos

Cuando por la mañana oigo la radio, veo la televisión, leo artículos y editoriales en la prensa de papel o en la digital, no puedo evitar la sensación de encontrarme ante la inevitable oferta oracular que nos anima o nos apesadumbra, a trazarnos el devenir según su variopinta adscripción a unas u otras escuelas, o su filiación política. Se nos sirven crónicas de colores apocalípticos al lado de plácidas interpretaciones, mientras contrastamos con razonable preocupación el contenido de incisivas peroratas.

No quiero deslegitimar lo que de sensato tenga toda esa nube de opiniones, pero no puedo, por menos, que ampararme en un estado de razonable duda respecto de tanto designio y acto profético, pues está suficientemente constatado y contrastado que las conclusiones definitivas en economía son como la yerba tierna que cualquier golpe de sol agosta o unos minutos más de lluvia pudre. Tengo una concepción de la actividad económica, más allá de sus aspectos técnicos, que no domino, de carácter moral (y político), siendo este ámbito, a mi humilde entender, donde podemos y debemos dejar establecido nuestro parecer. Es en este ámbito en el que no debe prescindirse de nuestras ideas como ciudadanos porque atienden a los aspectos políticos, sociales y culturales de la economía que no pueden soslayarse sin desvirtuarla, sin desconectarla de la comunidad humana en la que tiene su asiento, de la que forma parte sustantiva, convirtiéndola en una especia de maquinaria cuyo funcionamiento es autónomo e independiente de nosotros mismos y que sólo una afortunada minoría maneja o disfruta, dejando para una casta cuasi sacerdotal los conocimientos arcanos de la misma.

En la encrucijada
Estamos justamente en la encrucijada que nos exige elegir un camino. Podemos continuar sesteando, aceptar el designio del cruel dios de los mercados como corderos pastoreados hasta el matadero o comprometernos con nuestro futuro, que es tanto como decir el de nuestros hijos, el de nuestro país, para exigir que los nefandos gestores y los corruptos comparezcan ante la Justicia; que nuestros representantes defiendan nuestro porvenir y no los intereses de la plutocracia; que no queremos ser una “república bananera” de Alemania, junto con el resto de países del atribulado sur europeo; que la UE tiene que ser un sistema de progreso y de justicia social o en su defecto no será nada, antes un ideal al que aspirar que el predio de los tiburones de las finanzas, a los que habrá que ponerles fuerte dogal.
Todo ello por mor de una concepción moral y política de la economía que le confiera dimensión humana, pues ha de ponerse al servicio de las personas, de los ciudadanos, y no éstos ser convertidos en el pasto de la ambición desmedida que la instrumentaliza a su servicio. Mientras busco algo de sentido en medio de todo este ruido ensordecedor, no voy a gastar más de lo que ingreso. Prometido.

 

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