La mitad del mundo no puede comprender los placeres de los demás

Niña. / morgueFile
Niña. / morgueFile

Una de las funciones de la economía debe ser hacer una mejor distribución de la riqueza, así los ricos no serán cada vez más ricos y los pobres más pobres.

La mitad del mundo no puede comprender los placeres de los demás

Una de las funciones de la economía debe ser hacer una mejor distribución de la riqueza, así los ricos no serán cada vez más ricos y los pobres más pobres.

Que cada 5 segundos muera de hambre un niño abre un panorama no ya pavoroso sino intolerable y enteramente fuera del paraíso de la Humanidad. Y aún es posible que, a día de hoy, el índice porcentual de afectados pueda haber aumentado. Dicho esto, recordar con tristeza a aquellos 416 millones de personas pobres que han aumentado también. Frente a tan siniestro panorama, ¿es creíble que la incomprensible oleada de hambre, consecuencia de la hambruna más devastadora, obedezca más a una caído en las redes de la mala suerte que a una brutal actitud de indiferencia de la sociedad?

Para ilustrar este comentario, este pensamiento de Jane Auten: “La mitad del mundo no puede comprender los placeres de los demás”.

Y vayamos ahora con cifras aclaratoria.

El pasado martes 13, supimos que la riqueza Mundial - que elabora el banco de Credit Suisse y publica El País - revela el siguiente informe: “que el número de residentes en España con un patrimonio de al menos un millón de dólares (algo menos de 900.000 mil euros) alcanza en 2015 las 360.000 personas, una cifra inferior en casi un 21% a la de un año antes. España es el noveno país que mayor número de millonarios ha perdido en el último año, solo superado por Nueva Zelanda”. Pero como después de lo contado, es posible que nos quedamos como una sombra en plena oscuridad, con este comentario mínimo, puede sorprender que Suecia, el 6.º país más rico del mundo, solo tenga 113.000 millonarios. Y yo que conozco un poco Noruega, estoy convencido de que de que el hambre no se ha llevado a ningún niño por delante.

¿Revelan algo estas cifras? ¿Tiene algo que ver el decrecimiento de número de ricos con la alarmante subida de niños que pasan hambre? ¿Es verdad que el mundo camina aplicando cada vez más sentimientos nobles? ¿Qué mira menos para atrás? Si por una parte solo se dan tímidos pasos,  por otro lado, los políticos - en cuyas manos (a veces sucias) nos hallamos siempre, porque saben que los necesitamos -, ocupan la mitad de su tiempo pregonando a los cuatro vientos que la mala situación actual del país obedece a la herencia recibida del gobierno anterior. Lo que no es noble ni horrado. ¿Por el solo hecho de ser de ideas políticas contrarias (o de sentimientos), entran de lleno en encarnecida lucha, para no llegar a ninguna parte? Aquellos hermanos gladiadores del imperio romano que, aun durmiendo y hablando mazmorra común, tenían la absoluta certeza de que al día siguiente -para gozo del césar y fiesta del pueblo sediento de sangre- uno de los dos luchadores que entrarían en liza, se dejaría aquella tarde la vida en el circo, con la arena pintada de rojo.

Hoy, en este mundo convulso, donde el vértigo corre a la velocidad de la luz, creo que si la cultura y la solidaridad no se elevan hasta cuotas mucho más altas, no conseguiremos espantar la sombra de la muerte de tantos niños… O se piensa con esta otra mentalidad: que una de las grandes funciones de la Economías sea hacer una mejor distribución de la riqueza, así los ricos no serán cada vez más ricos y los pobres más pobres. Podemos verlo en nuestro propio país, donde los dientes afilados del hambre asoman a las casuchas de muchos niños desnutridos; no hemos de viajar a la ancha e intermedia África para ver a esos niños -pequeños gladiadores, de vientres abultados, capaces incluso de matar-, no para divertir al pueblo romano sino para sobrevivir. Y es que, según  Novalis: “Donde quiera que haya niños existe una edad de oro”. Pero es bien claro que yendo por este camino, donde cada uno arrastra su tragedia privada, con mucho, solo veremos a una caterva de niños, sin tan siquiera un trozo de pan seco.   

                          

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